Angkor: Maravilla entre las maravillas

Por: Daniel Landa (Texto y fotos)
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Hay ocasiones en que un hombre se siente, sin remedio, desbordado. Sucede con la muerte de otros, con el anuncio de una paternidad, con un viaje al fin del mundo, con la guerra, con un amor inequívoco… y sucede con los templos de Angkor.

Creo que aquel día amaneció sólo para alumbrar los perfiles de Angkor Wat. Y allí me encontraba yo, más pequeño que nunca, con la parálisis de Stendhal, como digo, desbordado por la maravilla.

El ser humano se ha empeñado en trascender erigiendo santuarios a los dioses, palacios a los reyes y mausoleos a los muertos. Sentí aquel sofoco casi agónico frente a las ruinas de Machu Picchu y en los templos de Tikal. El dulce mareo del Taj Mahal no se olvida, ni la escala sobrehumana de las pirámides de Giza. Recuerdo la alegría incontenible de descubrir el Coliseo o el regocijo infinito de perderme entre los arcos de la Mezquita de Córdoba.

Allí, entre la selva de Camboya, en el corazón de lo salvaje, el tiempo nos ha devuelto la más abrumadora de las obras maestras.

En Angkor sentí todo eso a un tiempo. Allí, entre la selva de Camboya, en el corazón de lo salvaje, el tiempo nos ha devuelto la más abrumadora de las obras maestras. Angkor es todo lo que la arquitectura puede aspirar a ser. Sus templos son solemnes y refinados. Mezcla credos porque no hace falta conciliar dioses para inspirar a los audaces, ni hay maleza suficiente capaz de frenar el arrebato artístico de los jemeres.

Durante los siglos IX y XV albergó a los monarcas de la época y a sus deidades. Las paredes cuentan en relieves su Historia y entre hindúes y budistas, fueron forjando el milagro.

Tiene pirámides gigantes, tumbas, pasadizos, ornamentos delicados, estupas que deslizan plegarias y tiene árboles irrumpiendo entre las piedras, raíces tan profundas que arrancan muros.

De entre todos sus templos, tal vez el de Bayon es el más sobrecogedor. 54 torres apuntan a las estrellas y en cada una tallaron rostros enormes, que sonríen al visitante para demostrar que ellos seguirán aquí cuando tú no estés, que Angkor es eterno.

Todo tiene un sentido tal, que hasta el caos reina en equilibrio de ramas, musgo y elefantes de piedra.

Una vida entera no basta para recorrer los 74 templos de la ciudad. Entrábamos por puentes custodiados por estatuas enormes y alcanzábamos una ciudadela repleta de templos y entendíamos que aquello era sólo una parte diminuta de lo que significaba Angkor.

El recinto es una osadía de tal dimensión que supera el más ambicioso de los delirios faraónicos. No existe en el planeta un lugar santo de ese tamaño y no hay rincón, ni pared, ni piedra desubicada. Todo tiene un sentido tal, que hasta el caos reina en equilibrio de ramas, musgo y elefantes de piedra.

Durante tres días arrastramos la conmoción, sin agotar siquiera nuestra capacidad de sorpresa. Grabamos Angkor con voracidad, incapaces ya de estar a la altura de la poesía que veíamos alrededor.

No hay nada más agotador que la belleza. Resulta frustrante pasear sus templos porque la mera contemplación acaba desgastándote, al no poder asimilar su grandeza.

Cuando dejamos el lugar que sirvió de diferentes capitales del Imperio Jemer, volvimos a la rutina del viaje. Pero yo sentí que nunca antes en mi vida me había sabido tan mortal.

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Comentarios (2)

  • JOSÉ MANUEL

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    Siempre es un lujo leerte Daniel, justo me llega este artículo tuyo en el momento que decido volar a Camboia y precisamente a este lugar tan maravilloso que describes, Angkor. Ahora con mas ganas trato de asimilar lo que me voy a encontrar. Gracias y deseo verte nuevamente con tus increíbles documentales y buen trabajo, nos hace falta ante esta tele basura que nos inunda. GRACIAS!

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  • Laura B

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    Que relato tan voraz, Daniel,
    Que ganas de tocar el cielo, como las 54 torres de Bayon.
    ¡Enhorabuena!

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