Angola… Ave Fénix

Por: Marián Ocaña y Vicente Plédel (Texto y fotos)
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Abrimos una nueva puerta del mundo y los esqueletos de los modernos dinosaurios de la destrucción yacen a ambos lados del camino. A nuestra vera se retuercen apocalípticamente los restos calcinados de carros de combate y las gigantescas serpientes negras que se divisan en la lejanía, al acercarnos, se convierten en convoyes militares arrasados por la demencia humana. Pero no nos dejemos engañar por esta atmósfera bélica. Las puertas de Angola estuvieron cerradas treinta años pero ahora están abiertas… recordándonos dolorosamente desde los primeros kilómetros que recorremos por su territorio, los motivos por los que estuvo cerrada durante tres decenios: la guerra. Su macabra herencia es espeluznante. Angola es un país cuya esperanza de vida es de 37 años, donde la mayoría de la población tiene que vivir con menos de un euro al día y las epidemias de cólera, malaria y el SIDA hacen estragos. La guerra sembró de ruinas el país y regó de lágrimas cada hogar. Un lugar donde bajo una atractiva piel verde de vegetación se esconden millones de parásitos mortales en forma de minas explosivas.

Angola es un país cuya esperanza de vida es de 37 años, donde la mayoría de la población tiene que vivir con menos de un euro al día y las epidemias de cólera, malaria y el SIDA hacen estragos.

Angola tiene todos los ingredientes para dejarla de lado pero había que intentarlo, la “fama” que precede a determinados lugares nunca nos ha resultado determinante. Países “malditos” por la prensa como Libia, Afganistán o Pakistán, superada la aprehensión inicial, al final nos han proporcionado vivencias humanas extraordinarias y nos sentimos alumnos inmersos en culturas fascinantes. Pero el factor determinante que nos hizo arriesgarnos a adentrarnos en Angola fue el hecho de que sus elecciones se habían desarrollado sin disturbios, convirtiéndose en un ejemplo para toda África. Es el indicativo de que la población quiere la paz y rehacer sus vidas, de que los angoleños han decidido llorar a sus muertos en sus casas en vez de querer vengarlos en las calles.

El avance iba a ser lento, en seguida comprendimos que las carreteras se dividen en dos categorías: las “recién asfaltadas” y las “infierno”, que son casi todas tras decenios de abandono. El trabajo de asfaltado se lleva a cabo por empresas chinas, así como la mayoría de las reconstrucciones: edificios públicos, hospitales, colegios… Sus precios son imbatibles, trasladan desde China a miles de trabajadores que cobran sueldos míseros, en condiciones precarias y sin derecho a quejarse pues eso supondría regresar a China sin trabajo. El gobierno prevé construir en los dos próximos años hasta 14.000 Km. de carreteras y reactivar el tráfico de mercancías. Que les llegue agua y electricidad son las otras prioridades inmediatas.

Las carreteras se dividen en dos categorías: las “recién asfaltadas” y las “infierno”, que son casi todas tras decenios de abandono.

Nuestro todo terreno superaba pistas extremas pero el agotador avance se veía compensado por el paisaje que nos envolvía: una sabana arbolada de acacias, mopanes  y los gigantescos y fascinantes baobabs. Los asentamientos que iban apareciendo por el camino seguían siendo de cabañas agrupadas dentro de una valla. También nos encontramos con las raíces más profundas de Angola: los huilas, una tribu muy apegada a sus tradiciones ancestrales, poseedores de su propio idioma y que fueron los últimos en entrar en contacto con la vida urbana. Las mujeres siguen yendo con los pechos al aire, taparrabos y muchos abalorios en cuello, brazos y cabeza.

Con la infraestructura destruida, tenemos que improvisar cada noche. A veces acampamos en plena naturaleza, otras en una misión, en un colegio, hasta en puestos de policía. Cada noche es distinta a la anterior pero lo que siempre tenemos claro es que no debemos conducir de noche bajo ningún concepto.

En Chibia nuestro ánimo sube como la espuma, vemos el futuro de Angola, su esperanza, su renacer como un Ave Fénix

Todo es extremadamente caro, una simple piña, que sólo tiene que ser arrancada a  2 metros del puesto de venta, cuesta 2,4 € y un pollo 13 €. Lo único barato en Angola es el combustible (0,30€/l) pero la distribución falla y muchas gasolineras se encuentran desbastecidas; hemos de tener siempre llenos los bidones auxiliares para utilizarlos en caso de carestía.

Tras centenares de kilómetros de pequeñas poblaciones y vida rural llegamos a Chibia, un agradable pueblo de corte colonial de casitas con tejas anaranjadas. La actividad bulle por doquier, se levantan edificios, se restauran fachadas y se plantan flores en jardines. Paseamos entre mercados, colegios a estrenar, ambulatorios impecables… Aquí ha sido donde nuestro ánimo sube como la espuma, vemos el futuro de Angola, su esperanza, su renacer como un Ave Fénix que se regenera de sus cenizas. Es una recarga de energía para seguir avanzando y seguir descubriendo un nuevo país que acaba de abrir sus puertas al mundo.

 

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Comentarios (1)

  • AGUSTIN CHALER

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    LOS MAS GRANDES VIAJEROS QUE HE CONOCIDO,,, TODO LO HACEN BIEN….FOTOS, ESCRIBEN Y VIAJAN CON UNA PASION INCREIBLE….EL MEJOR EJEMPLO POSIBLE…….GRACIAS COMPAÑEROS

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