Ascensión al volcán Pacaya

Llovía cuando alquilamos los caballos y nos vendieron chubasqueros de colores para ascender el camino que nos situaría a los pies del volcán Pacaya. Alfonso, José Luis y yo somos más bien de estatura moderada, es decir, bajos y con aquellas capas de plástico parecíamos los hobbits del Señor de los Anillos acercándonos a Mordor. Con el final del sendero desaparecieron los árboles, el sonido de los pájaros y la lluvia.

Me estremeció la primera imagen del Pacaya. La lava había dejado una estela de roca negra que cubría todo el paisaje. A partir de ahí había que seguir a pie. Nos acompañaba el inseparable Walter, el encargado de orientarnos por Guatemala y un guía local. Cargamos todo el equipo técnico y comenzamos a caminar sobre una superficie rugosa y cortante. Era esencial pisar con precaución para esquivar las grietas que formaba la roca. El guía local nos indicó un agujero cuyo borde estaba teñido de una sustancia blanquecina. Era azufre. Introdujimos un cayado y salió encendido en llamas. La lava corría invisible bajo nuestros pies y aquello nos producía una sensación de miedo y emoción. Si la lava estaba allí teníamos que encontrarla.

La atmósfera, un tanto tóxica, empezaba a ser molesta y sentí además cierto olor a goma quemada. Eran las suelas de mis zapatos que se habían detenido demasiado tiempo sobre una roca caliente.

Walter trataba de disuadirnos augurando todo tipo de desgracias pero decidimos ascender un poco más recordando otros pronósticos apocalípticos que erró nuestro querido Walter. La atmósfera, un tanto tóxica, empezaba a ser molesta y sentí además cierto olor a goma quemada. Eran las suelas de mis zapatos que se habían detenido demasiado tiempo sobre una roca caliente. A Alfonso y a José Luis les sucedía lo mismo y paramos para hacer unos cuantos planos en un lugar que parecía sólido. Dejamos el equipo sobre una roca agrietada y retratamos con la cámara un paisaje desolado sobre el que aparecía a intervalos una bruma densa. Después de unos diez minutos reparamos en algo que nos llamó la atención. La grieta de la roca era sensiblemente más grande que antes. ¡Aquella piedra negra estaba cambiando de forma! Escuchamos entonces un silbido inquietante que procedía del subsuelo, como si estuviéramos sobre una válvula del volcán. Walter tomó el camino de vuelta sin decir una sola palabra. Nosotros queríamos aprovechar aquella ocasión para grabar un poco más.

Empezaba a atardecer y vimos a lo lejos algo que nos embaucó definitivamente: un hilo de luz anaranjada brillaba sobre una ladera del volcán. Acabábamos de divisar un río de lava y estudiamos la situación para dirigirnos hacia allí. Algunas piedras se quebraban a nuestro paso y el guía que nos quedaba empezó a dudar. Conseguimos sortear la parte más insegura y nos quedamos embobados cuando tuvimos el río de lava a unos cuantos metros.

De una grieta manaba la lava espesa e incandescente y formaba un manto que abrasaba la tierra.

El espectáculo era sobrecogedor. De una grieta manaba la lava espesa e incandescente y formaba un manto que abrasaba la tierra. De vez en cuando algunas rocas enormes rodaban ladera abajo y al partirse el mismo infierno brotaba del interior. Producían un estruendo metálico que ninguno de nosotros olvidará jamás. Y allí, en ese contexto endemoniado había que hacer la presentación para el reportaje. Yo debía acercarme al magma para potenciar el impacto visual. Alfonso y yo empezábamos a estar nerviosos pues sentíamos un calor sofocante y el ruido metálico nos sobresaltaba una y otra vez. Estábamos sólo a dos o tres metros de aquel río de metal fundido. Después de varias tomas dando la espalda a la lava, me ardía el trasero, pero cuando terminamos la grabación todos nos sentimos emocionados. A medida que se hacía de noche, aparecían más hilos de lava brillando por todas partes. Contemplamos durante un buen rato aquel milagro que une la superficie terrestre con sus entrañas. Luego iniciamos el camino de vuelta.

El guía daba indicaciones confusas durante el descenso y después de unas cuantas vueltas sin rumbo fijo concluimos que se había perdido. Era ya noche cerrada y avanzábamos a ciegas. Conseguimos alejarnos con torpeza arrastrando el equipo técnico. Cuando volvimos la vista atrás apenas podíamos creer la escena que se producía en la cumbre del volcán. Se había formado una tormenta y los relámpagos iluminaban el cráter que escupía a su vez piedra incandescente. Puede parecer exceso de lírica, pero hace quince siglos aquella visión hubiera supuesto el sacrificio de seres humanos para aplacar la furia de los dioses mayas.

Hace quince siglos aquella visión hubiera supuesto el sacrificio de seres humanos para aplacar la furia de los dioses mayas.

El guía comentó que debíamos acelerar el paso pero la razón que arguyó me descolocó del todo. Debíamos evitar la presencia de los kadejos. Me contó preocupado que así llamaban a los espíritus del volcán -lo que faltaba- y me aseguró sin bromear que él mismo se topó dos veces con uno de ellos. Los hay buenos y malos y era crucial no toparse con un kadejo negro. Yo miré hacia lo alto del volcán que seguía vomitando fuego bajo la tormenta. En ese momento era capaz de creerme cualquier cosa. Aceleramos el paso como si el mismísimo Sauron nos estuviera mirando con su único ojo, pero lo cierto es que no vi ningún fantasma en todo el camino, que ya hubiera sido mala suerte. Walter nos esperaba nervioso junto a los caballos.

Cuando volvimos a la capital de Guatemala, la ciudad me pareció mucho más amable.

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Comentarios (6)

  • Rosa

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    Julio Verne os habría escogido como los protagonistas de su Viaje al centro de la tierra.

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  • Juancho

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    Joder, Daniel, es que no entiendo de qué te extrañas… Parece que nunca hubieras oído hablar de los kadejos negros…

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  • lydia

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    Cuando vi este capítulo, me impactó mucho lo cerca que estábais de la lava. Parecía que iba a salir calor de la pantalla de la televisión de un momento a otro.
    Recuerdo que cuando os veía ascender, pensaba, de ahí no pasarán, de ahí no pasarán….¡No me extraña que oliera a bota chamuscada!

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  • Walter

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    Dani ! Que historias aquellas para recordar ! ya sabes seguimos llevando gente a ese lugar tan fantastico y mìstico, pero nunca serà como aquella filmacion ! Gracias por acordarse de nosotros, desde la
    tierra de la Eterna Primavera !! Un gran saludo !!

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  • Daniel Landa

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    Walter! Qué alegría verte por aquí! Cómo olvidar aquellos días en Guatemala. Estoy convencido de que el Pacaya seguirá siendo todo un espectáculo y todo se ve mejor con un gran guía. Un abrazo, amigo.

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  • james B.

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    Cuando yo subí la lava estaba 5cm. mas abajo que la suela del zapato pero no caia como una lengua. Es muy bonito verlo con más actividad, aunque de todos modos es un volcán que impone. Siempre latente y recordandote lo fragil que es el ser humano frente la naturaleza.

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