Belém: el esplendor del audaz imperio

Por: Eduardo de Winter (fotos Ricardo Coarasa)
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[tab:el viaje]

Lisboa, la ciudad de las siete colinas orienta su mirada hacia las aguas. Aquellas por las que honor y gloria arribaron en centurias lejanas. Durante los siglos XVI y XVII Portugal ostentó buena parte del dominio de los océanos y mares que conformaban las principales rutas comerciales. Vías marítimas a India, a China, a las estaciones comerciales de África o hasta los vastos territorios que hoy conforman Brasil. Los navegantes portugueses se mostraron ávidos descubridores, hábiles cartógrafos e intrépidos marinos. Aquellos días de navíos y especias, de draconianas travesías e inhumana esclavitud, quedaron anclados al pasado, mas Lisboa, como capital del imperio que fue, conserva su legado.

En la vecina localidad de Belém nos aguardan fascinantes edificaciones y atractivos museos en un recorrido al que resulta merecido dedicarle un día. Belém se disfruta caminando por sus calles, siempre con turistas y viajeros tras las huellas del pasado, deleitándose con su afamada pastelería y comprendiendo la trascendencia de los lugares visitados. Enormes espacios abiertos caracterizan a la localidad, que es ya un barrio más de Lisboa. En agosto el calor se tornaba sofocante, tan solo la leve brisa del Tajo otorgaba tregua. Belém es una postal de la “Era de los Descubrimientos”, periodo en el que Manuel I reinó sobre Portugal, siendo tales los logros alcanzados que se le conoció como “El Afortunado”.

Es en lo alto de la Torre de Belém, en su terraza, cuando uno puede admirar el pasado

La Torre de Belém fue una de las edificaciones que ordenó construir, en una constante obsesión por invertir parte de las riquezas provenientes de las colonias en monumentales construcciones que han transcendido a los tiempos. Alzada sobre las aguas del Tajo, esta torre del acuñado como estilo manuelino sirvió en el pasado como punto de defensa avanzado de Lisboa, complementándose con una fortaleza que se hallaba en la orilla opuesta. El fuego cruzado desde ambos emplazamientos imposibilitaba a las naves enemigas llegar hasta la misma ciudad. La visita permite admirar las estancias de una fortaleza que sorprende por sus delicados acabados. La Sala del Gobernador, la Sala de Audiencias o la Capilla nos aguardan en su interior. Pero es en lo alto de la Torre de Belém, en su terraza, cuando uno puede admirar el pasado, asomarse a sus cilíndricas garitas, en las que guardias apostados oteaban en busca de peligros o del regreso de navíos con pabellón portugués cargados de especias y productos que enriquecían a la metrópoli y forjaban un imperio. Disfrutar de las vistas desde la altura, es uno de los momentos cruciales de la visita.

Al tiempo de su construcción (1514-1520) se hallaba avanzada sobre la ribera, quedando como isla de un resplandeciente basalto sobre las aguas. Y no era casual dicha ubicación, ya que frente a ella se encuentra la playa de Restelo, donde acostumbraban las expediciones a partir. El paso de los tiempos modificó el curso del río, acercándola a la orilla; y los usos a que se destinó fueron varios, pasando a recaudar tributos que los navíos habían de abonar a su llegada, o sirviendo finalmente incluso de presidio.

Siempre prefiero acercarme poco a poco a los lugares dignos de admirar, percibirlos desde la distancia, sentir sus formas e ir captando sus detalles

Sucede en ocasiones que grandes momentos de la historia o fascinantes monumentos esconden curiosas historias. Este es el caso del rinoceronte que podremos observar tallado en piedra en la Torre de Belém. Su nombre era Ganda, y sus avatares comienzan en 1515, cuando un sultán regaló el animal al gobernador portugués de India. Éste, deseoso de complacer a la Corona, lo remitió a Lisboa como presente para el rey Manuel I. El rinoceronte Ganda causó sensación, muchos creían que se trataba de un animal legendario, mítico, hasta que pudieron contemplarlo. El monarca incluso lo embarco de nuevo rumbo a Roma como obsequio al Papa Leon X, aunque el desdichado animal murió ahogado durante un temporal. Su fama, sin embargo, era tal que una de las gárgolas de la Torre de Belém muestra su escultura.

Caminamos por la Avenida de India en dirección al Monasterio de los Jerónimos. Su impresionante fachada de 300 metros de longitud se hace visible y podemos admirar su majestuosidad desde los jardines que sirven de antesala al monumento, en la Praça do Imperio. Siempre prefiero acercarme poco a poco a lugares que uno ha de admirar, percibirlos desde la distancia, sentir sus formas e ir captando sus detalles a medida que nuestros pasos nos llevan al encuentro.

Manuel I decidió levantar el majestuoso y solemne Monasterio de los Jerónimos como conmemoración perpetua del regreso glorioso de Vasco de Gama

La grandeza del Monasterio de los Jerónimos es acorde al hecho que conmemora. Cuenta la historia que en este emplazamiento se alzaba una pequeña ermita, en que los marinos acostumbraban orar antes de hacerse a la mar. Vasco de Gama y su tripulación pasaron su última noche en suelo portugués de vigilia y suplicando por la protección divina durante el periplo que habría de llevarles a descubrir la ruta marítima que uniría Europa con India, bordeando las costas africanas. Zarparon el 8 de julio de 1847, alcanzando las playas del estado indio de Kerala el 20 de mayo de 1848. Vasco de Gama había abierto no sólo una de las más importantes rutas comerciales; había trazado las cartas de navegación que convertirían a Portugal en una potencia mundial, expandiendo hasta remotos confines sus influencias económicas y culturales. Resulta sencillo aun hoy tropezarse con algún Fernando en India o Sri Lanka. Al rey Manuel I no le era ajena semejante hazaña, por lo que decidió levantar el majestuoso y solemne Monasterio de los Jerónimos como conmemoración perpetua del regreso glorioso del marino.

Ya desde que uno cruza el umbral de la puerta principal del monasterio, labrada con escenas del nacimiento de Cristo, comienza a sentir la grandeza del lugar. Nos topamos con esculturas de la familia real y alcanzamos la iglesia de Santa María de Belém. Aquí reposan los restos de Vasco de Gama, y también del poeta Luis de Camoes. Recorrer el edificio es un continuo deleite, con los acabados tan propios del estilo manuelino una vez más presente, la grandeza de sus espacios, la solemnidad que se respira o la serenidad del fascinante claustro. Los pasillos del claustro resultan ideales para disfrutar del frescor que regalan, mientras caminamos repasando tan grandes historias vividas y escuchadas por estas paredes, y que el irremediable paso del tiempo dejaron como episodios lejanos, acrecentando el sentimiento de pasajero invisible en el discurrir de la historia.

El paso del tiempo acostumbra a ocultar bajo las arenas del olvido los nombres de aquellos que construyeron leyendas. En Belém, sin embargo, la historia sigue viva

Abandonando el Monasterio de los Jerónimos nos dirigimos hacia la última parada, ésa en la que uno acostumbra a recapitular lo visitado y ubicarlo en las historias leídas. Regresamos a la orilla del Tajo, frente al monasterio, donde desde 1960 mira a las aguas el Monumento a los Descubridores. Levantado con motivo del 500 aniversario de la muerte de Enrique el Navegante, pretende honrar a monarcas y marinos que engendraron para Portugal la Era de los Descubrimientos. Con forma de casco de nave, recoge el escudo de la nación y una serie de esculturas pertenecientes a ilustres de aquellos días. Puede uno ascender a lo alto, y desde sus 50 metros, admirar el litoral de Belém, mientras la brisa acaricia nuestros rostros y creemos admirar una estampa similar a la que contemplaban los marinos de regreso al hogar. Habían de hacerlo plenos de orgullo, satisfechos de conquistas, portando una bandera que alumbraba mares y océanos. El paso del tiempo acostumbra a barrer riquezas y ocultar bajo las arenas del olvido los nombres de aquellos que construyeron leyendas. En Belém, sin embargo, la historia sigue viva, grabada en piedra y basalto, o al menos eso es lo que siento mientras el tranvía traquetea de regreso a Lisboa.

[tab:el camino]

Desde Lisboa podemos acceder cómodamente a Belém, en tranvía (número 15), tren (destino Cascais) o autobús (líneas 27, 28, 29, 43, 49, 51 0 112.

[tab:muy recomendable]

Además de visitar sus principales monumentos y edificios os aconsejamos pasear por sus calles, visitar sus comercios y disfrutar de su gastronomía, como los afamados Pasteles de Belém.

Mas información:<a title=»Belém» href=»http://blog.infoviajero.es/lisboa/belem/» target=»_blank»>Belém</a> de Infoviajero.

Muy recomendables este otro blog: <a title=»Información turística sobre Portugal» href=»http://turismoenportugal.blogspot.com/» target=»_blank»>Portugal</a>
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Comentarios (2)

  • Mere

    |

    La suerte de Ganda ya estaba echada desde su captura. De haber pisado tierra firme habría sido engalanado y expuesto a leones, jabalíes o toros bravos como mero divertimento de las cortes palaciegas, para terminar por marchitarse poco a poco. Alberto Durero, fascinado por el exotismo del rinoceronte y merced a las descripciones de otros lo dibujó magníficamente. Gracias, Ricardo (en nombre de Ganda)

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  • Mere

    |

    Gracias, Eduardo, que eres quien ha escrito el reportaje

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