Benin: la puerta del no retorno

Por: Enrique Vaquerizo (texto y fotos)
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El hombre  se despierta entre un  murmullo de cuerpos que se estremecen y ese insistente repiqueteo metálico. Abre un ojo, después el otro, y al intentar estirarse una brusca sacudida en la pierna le devuelve a esa realidad nueva, la que le marca el mismo límite desde hace semanas. Por un momento cierra otra vez los ojos e intenta recordar su vida pasada, no tan lejana, antes de que apareciesen aquellos hombres con turbante a lomos de sus camellos y  lo capturasen  junto a los más jóvenes de su aldea, antes de aquellas galopadas sin pausa, corriendo bajo el ulular de sus fustas, antes de aquellos seres extraños,  blancos como el hielo que los inspeccionaron  a cambio de unos trozos de metal, de aquel frío insistente que le quema la pierna como si fuese fuego. Por un momento el hombre vuelve a su aldea en el pais Mandingo; la colecta de ñames está a punto de empezar y casi tiene la dote para su segunda esposa. Una segunda sacudida  entre sueños  y otra vez  el sonido metálico le devuelven a su nueva realidad,  la de una vida entre grilletes.

A su alrededor todos jóvenes como él, macilentos y enflaquecidos, moribundos, muchos han caído ya en el camino

Rápidamente comienza el ritual, árabes y hombres blancos los despiertan, voces, un sorbo de agua y de nuevo en camino, como una procesión sonora,  arrastran los pies al ritmo de las cadenas. A su alrededor todos jóvenes como él, macilentos y enflaquecidos, moribundos, muchos han caído ya en el camino. El hombre no comprende una palabra de lo que hablan los otros, cautivos también a su lado. Sus compañeros de aldea hace tiempo que fueron divididos y llevados con otros hombres blancos  o murieron. Desde hace días siguen una ruta de selva, lejos de la arenosa falla de Bandiagará, el viaje  es monótono y duro. De repente el hombre percibe algo diferente en el aire, un nuevo olor que precede al bramido de algo desconocido y aterrador. Atemorizado, contempla el espléndido espectáculo de las olas del Atlántico rompiendo con furia sobre esa playa del Golfo de Guinea.

El espectáculo de las olas del Atlántico rompiendo sobre esa playa del Golfo de Guinea  es espléndido y el  ciclomotor de Alex, circula por el camino a toda velocidad. Acabamos de dejar Ouidah y recorremos la ruta de los esclavos. Durante varios kilómetros estatuas conmemorativas de figuras retorcidas y sufrientes  adornan los márgenes de la carretera.  De repente el camino desemboca de forma abrupta en la playa y muestra una imagen imponente tanto por su forma arquitectónica como en su carga simbólica. La Puerta de no Retorno se yergue en silencio  custodiando desafiante el oceano.

Uno de los episodios más sonrojantes de la historia del ser humano tuvo lugar aquí en Benin, concretamente en Ouidah

Hubo un tiempo en que Benin y este rincón del Golfo de Guinea en concreto,  se convirtieron en  uno de los mayores puntos del tráfico de esclavos de toda África, la rapiña de capital humano se cobró su mayor precio en la parte Occidental del continente. La configuración de un orden económico  y comercial que comenzaba a globalizarse con la Edad Moderna necesitaba madera para funcionar, el capitalismo crecía y el mundo se hacía más pequeño. Cada continente contribuía con lo que podía; Europa controlaba los intercambios y aportaba tecnología y productos elaborados, Asia la ansiada seda, especias y artículos de lujo, América los  metales que financiaban la fiesta. A África le correspondería  la peor parte, aportar el combustible humano que pusiese en marcha la locomotora. Un cheque en blanco que ha marcado de forma desgraciada al continente hasta nuestros días, la cicatriz maldita que aún hoy puede percibirse en la raíz muchos de sus problemas.
Uno de los episodios más sonrojantes de la historia del ser humano tuvo lugar aquí en Benin, concretamente en Ouidah. El proceso era simple; las tribus dominantes realizaban razzias punitivas contra los pueblos más débiles. Si en el África Oriental serían los árabes los principales responsables del tráfico  de esclavos, en el Golfo de Guinea el sultán de Abomey en connivencia con los portugueses controlarían la trata negrera durante miles  kilómetros de costa. Mandingos, songhays, congos… La mayor parte de pueblos subsaharianos eran apresados, tasados, separados y conducidos en condiciones penosas a través de miles de kilómetros hasta los puertos de embarque, allí eran vendidos a los traficantes portugueses que los enviaban hacia América. Sólo uno de cada cuatro esclavos sobrevivía a la travesía.

En el Nuevo Mundo, mientras las discusiones teológicas se orientaban a escrutar la existencia o no del alma de los nuevos indígenas, y personajes como Bartolomé de las Casas se batían en una encomiable y cerrada defensa del indio, las epidemias y la explotación se cobraban un desmesurado número de vidas. En apenas 80 años desapareció casi toda la población Caribe originaria  de La Española, en Perú y Nueva España la población indígena se reduciría a menos de la mitad en la siguiente centuria. La salida parecía clara si se quería seguir manteniendo el sistema. Nadie se planteó dilemas morales o teológicos respecto a los africanos y la esclavitud. No hubo dudas, después de todo el alma no podía ser negra.

El número de esclavos capturados y vendidos a América durante los trescientos años que duró el proceso en una cifra superior  a los doce millones de personas

Muchos intentaron mirar para otro lado, la Corona Española se desentendería de aquel lucrativo negocio y durante las décadas siguientes vendería el asiento de negros  a banqueros alemanes, nobles castellanos, e incluso algún mayordomo real. Finalmente los portugueses obtendrían la licencia durante más de doscientos años a cambio de un canon  hasta que los ingleses arrancaron la concesión a la Corona tras la guerra de sucesión. Hoy muchos investigadores coinciden en situar el número de esclavos capturados y vendidos a América durante los trescientos años que duró el proceso en una cifra superior  a los doce millones de personas. Los efectos sobre la población que permaneció en el continente fueron devastadores, pérdida de potencial demográfico ante la ausencia de jóvenes en edad de procrear, inmensos territorios despoblados, desarticulación étnica etc.

Por su parte, los esclavos iban configurando una sociedad bastarda en el Nuevo Mundo.  Una conciencia de raza nueva, después los africanos que llegaron al nuevo mundo no compartían en muchos casos costumbres, lengua o identidades comunes, hubieron de inventar sobre la marcha una cultura y patria propias, sólo los más fuertes sobrevivieron. Hubo rebeliones, se crearon los famosos palenques gobernados por  temidos bandidos cimarrones y América se fue cuarteando poco a poco en un rompecabezas racial donde el más ínfimo matiz de la piel determinaba todas las vidas; pardo, ochavón, tornatrás…Una paleta cromática infinita para pintar el lienzo de la esclavitud. Mientras, los galeones negreros iban arrojando por la borda al Atlántico  su enorme lastre de dolor y de muerte.

Hoy Ouidah es una ciudad agradable y pintoresca, el viajero que visita Benin se relaja en sus inabarcables playas de cocoteros

Hoy Ouidah es una ciudad agradable y pintoresca, el viajero que visita Benin se relaja en sus inabarcables playas de cocoteros de Grand Popo, visita el templo de las pitones, o husmea en los patios de las familias con la esperanza de presenciar alguna ceremonia voudu. Aún pueden contemplarse los restos de sus desvencijadas casas coloniales, la mayoría pertenecientes a portugueses dedicados al tráfico negrero, la de la familia Souza uno de los principales traficantes de la ciudad ha sido restaurada recientemente. Sin embargo si algo merece la pena en Ouidah es realizar ese trayecto infamante y simbólico, apenas 10 kilómetros polvorientos, testimonio de la barbarie humana.

La ruta de los esclavos declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000,  desemboca de forma abrupta en la Puerta de no Retorno monumento creado como homenaje a los esclavos capturados. Frente a ella el Atlántico te bombardea con un montón de preguntas que se quedan sin respuesta al contemplar el trayecto que debían realizar a nado los esclavos hasta las minúsculas rocas donde eran izados a bordo finalmente. La Puerta de no Retorno es uno de esos lugares que transmite más por lo que sugiere que por lo que muestra, donde los silencios se hacen  estruendosos y sacuden hasta los últimos recovecos del alma. Casi pueden escucharse millones de lamentos cautivos entre las olas, las súplicas enviadas como mensajes en botellas perdidas en el océano.

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Comentarios (6)

  • Daniel Landa

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    Extraordinario, Enrique. Me parece un documento brutal sobre un lugar que el mundo debería gritar y una narración espléndida.

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  • Juan Antonio Portillo

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    Se me han puesto los bellos como escarpias, y eso que en la cabeza no tengo¡¡¡¡ Tremendo relato Enrique, que me causa pavor e indignación por las barbaries que podemos llegar a cometer los que nos llamamos seres civilizados……….

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  • Enrique Vaquerizo

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    Juan Antonio, muchas gracias, la verdad es que es un lugar que te hace reflexionar, el fenómeno de la esclavitud es algo espeluznante.

    Daniel, muchas gracias, Un Mundo Aparte si que es espléndido, gran programa de nuevo ayer

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  • Isabel

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    De lo meor que he leído ultimamente . Enhorabuena

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  • Lydia Peiró

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    Un relato impactante, muy bien contado. No te has dejado ningún cabo suelto.

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