Cape Reinga: hacia los mares sagrados de los maoríes

Por: Álvaro López (texto y fotos)
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El Cabo Reinga es el punto más septentrional de la isla norte de Nueva Zelanda. No puede ser más fácil llegar hasta este mítico lugar. La autopista número 1 te lleva desde el centro de Auckland, la ciudad más importante del país, hasta el mismo faro del Cabo Reinga, donde la tierra de Aotearoa se rinde ante las aguas del Pacífico. Si siguiéramos navegando rumbo norte nos toparíamos con el estrecho de Bering. Eso sí, 11.000 kilómetros más allá. Pero el camino hasta el faro se puede hacer en poco tiempo. Seguramente los kiwis lo harán en apenas siete horas, pero conducir por esta autopista 1 neozelandesa es todo un placer que uno siempre quiere extender en el tiempo.

Poco después de dar la espalda al Sky Tower de Auckland, torre más alta de toda la mitad sur del planeta, uno ya está disfrutando la paz que mana de la fabulosa Bream bay. Esta bahía de playas vírgenes kilométricas es explorable desde muchos pequeños rincones. Nosotros escogimos, entre otros, Uretiti Beach, que además cuenta con un «doc» (campings asistidos por el Gobierno neozelandés). Resulta muy útil hacerse con un mapa de todos los «docs» del país, pues son, por lo general, mucho más económicos que los camping privados. Pasear por esta playa es algo absolutamente adorable. Nadar en ella, aún con sus frías aguas, es un bautismo de tranquilidad. Su extensión y limpieza hacen del agua y la tierra los únicos protagonistas.

Nadar en las aguas de Bream Bay, aun con sus frías aguas, es un bautismo de tranquilidad

Dirigir la mirada hacia el mar, y por ende, hacia el este, es soñar con Suramérica. O quizá con Isla de Pascua o Tahití. Uno de los pueblos cercanos es Ruakaka. Nos detenemos un poco más adelante, en Whangarei, una localidad más grande y con aires norteamericanos. Calles comerciales, buenos restaurantes, tiendas y hoteles seducen al turista más cómodo. Al continuar camino hacia el norte, rápido se vuelve al clásico paisaje neozelandés. Aquí encontramos los curiosos Quarry gardens, donde estudiantes y voluntarios mantienen un jardín de plantas subtropicales que ha pasado a ser toda una enciclopedia botánica. Poco más allá, mojarse en las Whangarei falls con sus casi 30 metros de caída y su velo de bosque frondoso que las rodea, es otra buena estampa.

Siempre rumbo norte, y poco antes de que el mar le gane terreno a la tierra, se llega a Bay of islands, donde se permite imaginar cómo serán los cabos y los golfos más hermosos del mundo. Salientes, entrantes, bahías, acantilados, diminutas islas…. Y hasta campos de golf en bordes de tierra imposibles que invitan a jugar incluso a los que nunca nos llamó la atención. Junto a todo, siempre ese acompañante silencioso que sólo países con una densidad de población tan reducida te pueden ofrecer. Nueva Zelanda cuenta con 15 habitantes por kilómetro cuadrado, frente a los 90 de España, los 220 de Alemania o los más de 300 de la cercana Filipinas. Cifras cercanas a las de países como Australia, Mongolia, Canadá o Islandia (entre otros ejemplos), que no alcanzan los 3 habitantes por kilómetro cuadrado.

Bay of islands permite imaginar cómo serán los cabos y los golfos más hermosos del mundo

En bay of islands, los encantadores pueblos vuelven a emerger junto a los paisajes. Paihia y Waitangi, sólo separados por poco más que un puente, son perfectos ejemplos de ello. No faltan esbeltas iglesias anglicanas de altos tejados y copas de árboles con todo tipo de colores.

Hay que decir que el turismo aquí ya está muy bien implantado y, desde luego, los precios de casi todo son bastante altos. En ocasiones demasiado para el bolsillo de un europeo común.El espectáculo continúa sin solución de continuidad en Doubtless bay. Una bahía un poco más al norte, donde, al igual que en Australia, son frecuentes las mesas y lugares para comer junto a la costa, y desde luego, no hay que desaprovecharlas. El pueblo más bonito de por aquí se llama Mangonui, donde el blanco y el azul dominan en casi todas sus fachadas y donde parar a comer pescado se vuelve casi obligatorio.

Los maoríes, con sus enormes tatuajes y su trato algo distante, te recuerdan lo lejos que estás de casa

Desde aquí, el final del camino se va acercando. Los márgenes se estrechan y el paisaje lo dominan los ganados de vacas y ovejas. Ya no queda mucho hasta Reinga. Los colores se van haciendo más intensos y la sensación de soledad se acentúa aún más. Los maoríes, con sus enormes tatuajes y su trato algo distante, te recuerdan lo lejos que estás de casa. Unas enormes dunas de arena llamadas Te paki se postulan como la penúltima parada del camino.

Estas montañas de arena rompen el colorido verde y azul que domina los últimos kilómetros y son parte de la famosa 90 mile beach, que se extiende junto a la costa oeste. La parte final del recorrido atraviesa pueblecitos junto a cementerios maoríes que intentan integrarse en un paisaje dominado por pastos verdes que parecen no querer acabar nunca. El verde de alrededor es VERDE. Sí, con mayúsculas. Ese verde que uno se imagina cuando cierra los ojos. Con la luz del sol se vuelve fosforito. Y allá en el horizonte, donde se mezcla con las vacas, las ovejas y el mar, se torna paradisíaco.

Nos rodea ese verde que uno se imagina cuando cierra los ojos, que con la luz del sol se vuelve fosforito

Y con esa película proyectada en las ventanas del coche, se alcanza Rerenga Wairua (Cabo Reinga en lengua maorí), donde la espiritualidad de los primeros pobladores de Aotearoa nace y muere. Para ellos, este punto significa la unión entre el mar masculino y el femenino, el punto de partida de sus almas hacia su tierra verdadera y también la creación de la vida representada con el choque de las aguas entre ambos mares. Para nosotros fue el lugar donde vimos al mar de Tasmania abrazarse con el océano Pacífico. Y, para cualquiera, es el lugar donde acaba una ruta maravillosa que hace bueno eso de que “lo bonito no es llegar al final, sino el camino recorrido”.

Aparcamos el coche y bajamos hasta el faro, uno de esos que quieren alumbrar el infinito. Caminamos sin hablar. No queríamos aceptar que el camino había terminado…. Pero, afortunadamente, había que deshacerlo de nuevo para visitar el sur de la isla.

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Comentarios (1)

  • Daniel Landa

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    Álvaro, acabo de estar allí, sin estar. Gracias por llevarnos con este artículo hasta los confines de Nueva Zelanda. Tomo nota por si al final consigo estar, estando allí 😉

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