Cosas que hacer en Las Vegas antes de salir corriendo

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Si alguien había olvidado a dónde venía, nada más poner un pie en el aeropuerto cualquier duda se disipa al instante. Máquinas tragaperras por doquier y el incesante tintineo electrónico nos dan la bienvenida a Las Vegas, el nirvana de los casinos, la meca de los juegos de azar. Nuestro destino final es San Francisco, pero ¿quién se resiste a hacer una parada en una ciudad que hay que visitar al menos una vez en la vida cuando la tienes tan a tiro? En ningún otro lugar es posible sumergirse en un decorado tan excesivo, en un microcosmos de luces de neón como éste. Las Vegas es superlativa, extravagante, ostentosa, sublimemente hortera por momentos, extrovertida, mundana, desinhibida, noctívaga y provocadora. ¿A quién se le ocurriría levantar en pleno desierto de Nevada un ciudad concebida por y para el juego? ¿A quién adornarla con réplicas de la Torre Eiffel, de los canales de Venecia, de la Estatua de la Libertad?

Así, de buenas a primeras, Las Vegas te obliga a subir una interminable cuesta cargado de prejuicios (más difíciles de desintegrar que un átomo, según un tal Einstein). Puedes, por tanto, pasar el fin de semana de rigor -Strip arriba, Strip abajo- y abandonarla con idénticos clichés o, por el contrario, molestarte, en un ambiente hostil (esto no son las cataratas de Iguazú, el amor a primera vista está descartado), en encontrar algún motivo para no odiarla el resto de tu vida. Con dos noches por delante (los días no existen en Las Vegas, la ciudad arria la bandera con la luz), me decidí sin dudarlo por la segunda opción.

Las Vegas es superlativa, extravagante, ostentosa, sublimemente hortera por momentos, extrovertida, mundana, desinhibida, noctívaga y provocadora

El primer cliché derribado es el del precio de los hoteles. Imposible dormir barato en Las Vegas. Pues no. Incluso en The Strip (la avenida que hilvana la sucesión de casinos de extremo a extremo de la ciudad) se puede encontrar acomodo sin vestir de luto los bolsillos. El Circus Circus, sin ir más lejos. Un hotel familiar (repleto de máquinas tragaperras, por supuesto) de proporciones, eso sí, a las que uno no está acostumbrado. Baste apuntar que para llegar a la recepción hay que subirse a un tren que se desliza por un monorraíl a varios metros del suelo.¡Ah! Y es el único hotel en mi vida en el que he hecho el checkout en la misma habitación, a través del televisor. Para encontrarla, nada más llegar te dan un plano que te ayuda a orientarte en esta miniciudad de pasillos salpicados de casi 4.000 habitaciones.

Antes de salir, hay que hacer las paces con el estómago tras la afrenta de los menús del avión. El lugar, la verdad, tampoco es muy propicio para la reconciliación. Pero al menos es barato. Por doce dólares por cabeza podemos disfrutar del buffet del hotel (sin una gota de alcohol incluida), nada extraordinario pero suficiente para aprovisionar la despensa.

El reloj biológico (el que señala la hora en España) marca las cuatro de la madrugada, pero The Strip espera y hay que recorrerla de cabo a rabo en dirección sur. Andando, por supuesto. Los primeros pasos por la gran avenida no son precisamente deslumbrantes. Estamos, todavía, demasiado al norte. La cercanía de Halloween ya ha sacado los disfraces a la calle. Proliferan las botellas de cerveza y las margaritas. Aquí no hay lugar para la confusión: se trata, básicamente, de recorrer los hoteles, curiosear en sus recepciones, pasearlos como si fueran catedrales, porque templos del juego son, al fin y al cabo. Todo eso aderezado con espectáculos de luz y sonido (y agua, mucha agua), como el que tiene lugar en el volcán artificial de The Mirage periódicamente.

Se trata, básicamente, de recorrer los hoteles, curiosear en sus recepciones, pasearlos como si fueran catedrales

Es la ceremonia del asombro la que nos impulsa de hotel en hotel. Tardamos poco en jugarnos nuestros primeros dólares. Diez al 25 en la ruleta. ¡Vaya! Sale el 21. Una lástima, porque la apuesta a un solo número se paga 190 a 1. Acabamos de perder 19.000 dólares. Dan ganas de intentarlo de nuevo, porque se trata de eso, de que sigas. Pero preferimos seguir la vigilia turística despreciando la tentación ludópata. Del Bellagio al The Venetian, con sus canales de carton piedra y sus góndolas que palidecen frente a la mera mención de Venecia.

Entre disfraces extravagantes, borracheras en ciernes y escotes desenfadados decidimos emprender la retirada pasada la una de la madrugada (ésta sí, hora local). Tenemos que pedir ayuda para encontrar la puerta de salida del Venetian. Ya en la calle, jóvenes latinos abordan a cualquier hombre que pasee solo ofreciendo tarjetas de descuento en la consumición en diferentes sex-shows. Nos subimos al autobús que recorre el Strip para regresar al Circus (dos dólares el billete) y cuando llega nuestra parada nos llevamos una bronca monumental del conductor por levantarnos con el vehículo todavía en marcha. Nos bajamos acordándonos de sus muertos.

Entre disfraces extravagantes, borracheras en ciernes y escotes desenfadados decidimos emprender la retirada pasada la una de la madrugada

La segunda noche decidimos alejarnos del Strip en busca de esa perspectiva necesaria para asimilar el deslumbramiento irremediable de Las Vegas. Un taxi nos deja en el Stratosphere, el rascacielos más alto no sólo de Las Vegas, sino de todo el Oeste de Estados Unidos. Desde su posición privilegiada al norte de la principal avenida, ofrece una panorámica inmejorable de la ciudad del vicio. Para subir en el ascensor, tres veces más rápido que uno normal, hay que pagar doce dólares por cabeza. La ascensorista es mexicana. Le pregunto si no se marea con tanto cambio de presión. “Ya me acostumbré”, contesta con una sonrisa encomiable en alguien que se pasa toda su jornada laboral encerrada en tres metros cuadrados.

En el piso 108, un bar giratorio sublima la escena. Con una budweiser en la mano dan ganas de quedarse a vivir aquí, si no fuera porque el pequeño parque de atracciones situado sobre nosotros (¡si, en la cima del rascacielos hay hasta una montaña rusa!) de repente hace asomar al otro lado de la cristalera a un grupo de turistas gritones zarandeados en el vacío por un brazo mecánico.

Mi lugar preferido de Las Vegas es Fremont Street, donde la ciudad abrió sus primeros casinos. Nadie debería pasar por Las Vegas sin acercarse hasta aquí

Pero mi lugar preferido de Las Vegas está alejado del Strip, en el Downtown. Es la calle original donde la ciudad abrió sus primeros casinos en los años 50, que se quedó pequeña cuando la pasión por el juego se desbordó. Freemon Street quedó relegada por el Strip, pero los casinos originales siguen ahí, con neones que ya forman parte del imaginario colectivo.

Al borde de convertirse en un pueblo fantasma, la inversión de 70 millones de dólares en los años 90 cambió su suerte. La peatonalización de la calle vino acompañada de un espectáculo de dos millones de luces multicolores que cada noche llena de música y color Freemont Street. Todo al más puro estilo americano y amenizado por pequeños conciertos en directo a pie de calle.

El frenesí nos lleva de hotel en hotel, como si esto fuese una partida del monopoly, hasta que los pies se derriten de cansancio

Nadie debería pasar por Las Vegas sin acercarse hasta aquí. Con un balón de rugby lleno de cerveza (sacrílegamente servida con pajitas) recorremos toda la calle en un continuo frenesí hasta que un taxi nos deja en Mandalay Bay, el hotel más al sur del Strip (aquí el buffet libre sale por 25 dólares), que luce un espectacular acuario por el que hay que pagar entrada (30 dólares). Excalibur, New York-New York, Bellagio de nuevo, Montecarlo, París… De hotel en hotel como si esto fuese una partida del monopoly. Hasta que las plantas de los pies se derriten de cansancio y piden a gritos un poco de tregua. Nos despedimos de Las Vegas porque no me veo a estas alturas buscando una capilla para casarme de nuevo vestido de Elvis.

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Comentarios (4)

  • Daniel Landa

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    Me ha encantado volver a pasear Las Vegas con este post. Sin embargo he de decir, que al menos a mí, la ciudad sí me sedujo a primera vista, luego, al pasar las horas la vista se me fue emborronando…

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  • Lydia

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    Muy bien elegido el título. No he estado nunca, pero lo que cuentas se acerca bastante a la idea que tenía de la ciudad. Coincido contigo en que es un sacrilegio servir cerveza con pajitas. La ascensorista debe estar hecha de una pasta especial y encima, sin dejar de sonreir ¡Vaya trabajito!

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  • carlos

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    Hola.
    ¿Son 1.900 o 19.000 dólares los que perdiste?
    Felicidades por el artículo. No he estado en Las Vegas pero me han entrado ganas de ir, leyéndote. También de alojarme en el Circus Circus y de visitar el Downtown…
    Saludos.

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  • ricardo coarasa

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    Gracias Carlos. No es que los perdiera, más bien es que dejé de ganarlos ($19.000). Aposté diez dólares a un número y se pagaban 190 por cada dólar apostado. Si te dejas caer por Las Vegas no dejes de acercarte a Freemon Street y de subir al Stratosphere. Son experiencias únicas. Y si tienes la oportunidad súbete a una avioneta aunque sea para visitar el Gran Cañón en el día. Abz

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