De Nagarkot a Changu Narayan: Nepal a ras de suelo

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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No quería irme de Nepal sin patearme los montes de los alrededores de Kathmandú, sin asomarme a las aldeas campesinas, a la vida cotidiana de las gentes de labranza, legión aquí. Es una caminata poco exigente, de ésas que ahora llaman trekking, entre Nagarkot y el templo de Changu Narayan. Una auténtica delicia.

Nagarkot se eleva a 2.300 metros sobre una de las colinas que rodean el valle de Kahmandú, a 30 kilómetros al este de la capital (más de dos horas en coche incluido el atasco de salida). El lugar se ha puesto de moda entre los turistas para ver amanecer, pues las vistas de la cordillera del Himalaya, desde el Dhaulagiri hasta el Kanchenjunga pasando por los Annapurnas y el Everest como principales hitos, son muy prometedoras para los que no tienen ocasión de adentrarse en el Tibet. Así que Nagarkot está poblándose de modestos hoteles, ninguno barato, con las vistas de la cordillera como tarjeta de visita. El pueblo no tiene nada que reseñar salvo el entorno, un frondoso bosque que invita a pasear por los alrededores. Y eso es lo que hacemos tras las habituales cervezas para tomarle el pulso al hotel, el Country Villa (cabañas de madera de estilo rústico). Caminamos por la pista con la única compañía de soldados armados de subfusiles que patrullan la zona a la búsqueda del guerrillero maoísta de turno.

A la mañana siguiente tenemos la intención de ir andando hasta el santuario de Changu Narayan. Antes, eso sí, hay que cumplir con el ritual del amanecer, condenado al fracaso de antemano porque estamos en época del Monzón y las nubes suelen estropear las vistas. Pese a todo, nos levantamos a las cinco y media de la mañana para ver la cordillera del Himalaya sumergida en la neblina. Allá en la lejanía, tan sólo emergen los casi 7.000 metros del Dorje Lakhpa. Pero el madrugón ofrece otros alicientes. En la terraza de un hotel cercano un santón inglés recibe el día con gimnásticos ejercicios de relajación. Es su particular entrenamiento antes de partir mañana hacia una cueva donde vivió un reputado shadu para encontrar su íntimo Nirvana.

A las ocho de la mañana salimos en coche por la carretera de Bhaktapur, antigua capital del reino de Nepal. En una curva nos detenemos y tomamos un pequeño sendero a la derecha de la pista que se pierde montaña abajo entre un bosque de coníferas. Pasamos por pequeñas aldeas campesinas y cultivos de arroz y maíz (que plantan cuando, por falta de agua, no pueden cultivar arroz). Nos cruzamos con niños uniformados de azul celeste y corbata que esperan al bus que les acerca al colegio. A las puertas de las casas de ladrillo están dejando a secar sobre, unos trapos, el cereal que han arrancado las mujeres pacientemente a las mazorcas, y el chile. Los bueyes son parte del paisaje. Uno está refrescándose en un lodazal, intentando huir del calor sofocante, mientras su dueño trabaja la tierra con un arado. Y es que estos mamíferos no se utilizan como animales de labranza por respeto a Shiva, la principal deidad hinduísta, que tiene en el cercano Pashupatinath su principal lugar de culto. Antiguamente, los siervos trabajaban la tierra y entregaban la mitad de la cosecha al señor feudal sin ningún derecho de propiedad sobre los cultivos. Ahora, sin embargo, nos cuenta Bijay, adquieren la propiedad de la mitad de la tierra que trabajan.

En la terraza de un hotel cercano un santón inglés recibe el día con gimnásticos ejercicios de relajación. Es su particular entrenamiento antes de partir mañana hacia una cueva donde vivió un reputado shadu para encontrar su íntimo Nirvana.

Acortamos el trayecto desviándonos por atajos bajo un sol que nos castiga la espalda mientras remontamos un repecho respirando humedad. Poco antes de llegar al templo de Khali, (un pequeño santuario sobre una colina repleta de escaleras), al pasar junto a una aldea, un búfalo se encabrona mirándonos con ojos aviesos y nos tenemos que refugiar en el porche de una casa hasta que el animal sigue su camino y podemos volver al sendero. La vida campesina en Nepal a ras de suelo.

Dos horas y cuarenta y cinco minutos después de salir de Nagarkot llegamos a Changu Narayan, asfixiados de calor y suplicando una cerveza que no tarda en llegar en el primer bar con que nos topamos. La caminata no es exigente, pero el calor multiplica el esfuerzo.

Changu Narayan, una espectacular pagoda de vigas de madera, se construyó en el siglo IV, pero de aquello no queda casi nada (apenas algunas esculturas de bronce y piedra, entre ellas una de Garuda con una serpiente enroscada al cuello), pues tuvo que ser reconstruido en 1702 por un incendio. Parejas de elefantes, leones alados y grifos custodian los accesos al templo, una visita que nos pilla bastante cansados y buscando una sombra donde refugiarnos del calor. Los alrededores están repletos de esculturas. La historia de una de ellas atrae especialmente la atención, la de Vikrantha, una reencarnación de Vishnu. Según la leyenda, este dios se reencarnó en un enano para arrebatar el universo a un ser maligno, a quien suplicó que le concediera un deseo: un terreno de la extensión que pudiera cubrir con tres pasos. El demonio accedió y Vikrantha se transformó en un gigante que, en tres descomunales saltos, se convirtió en el nuevo dueño del cosmos. Quién pudiera tener esa zancada para huir de esta insufrible sauna.

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Comentarios (1)

  • juan T.

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    Qué interesante su blog, lo he seguido desde el principio. Me fascina lo que cuenta de Nepal. Esta revista es muy buena, me encanta leerles

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