Del Quilotoa al Chimborazo: ¿pero la Tierra es redonda?

Por: Gerardo Bartolomé (texto y fotos)
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Habíamos programado pasar unos días explorando la región del altiplano ecuatoriano, la que Humboldt, 200 años atrás, bautizó como “La Avenida de los Volcanes”. Se trata de una zona donde los Andes se dividen en dos cordilleras paralelas y, entre ellas, se abre un enorme valle a 3.000 metros de altitud. Nos interesaba, entre otras razones, porque ese altiplano se extiende por cientos y cientos de kilómetros pasando por Perú, Bolivia y llegando al Norte de Argentina y Chile. Todo ello bajo la impronta cultural del imperio incaico.

Primero visitamos el Quito viejo, cuya arquitectura y urbanización tienen el sello de su pasado de colonia española. Las iglesias de los jesuitas, franciscanos, dominicos, los edificios de gobierno y las casas de los antiguos hombres fuertes de antaño nos recordaban el pasado común que compartimos los iberoamericanos. Las angostas calles del centro viejo lo aíslan del caótico transito, logrando así mantener algo de la tranquilidad colonial.

En la Avenida de los Volcanes, bautizada así por Humboldt, los Andes se dividen en dos cordilleras paralelas separadas por un enorme altiplano

Terminado el recorrido urbano alquilamos un auto y partimos hacia nuestro verdadero objetivo: la avenida de los volcanes. El primer destino era la tradicional feria de Otavalo. El pueblo se llena de vida cuando ésta se organiza. Las mujeres visten sombreros y blusas con colores y diseños que, al conocedor, le dicen exactamente de qué parte del país proviene cada una. Si bien el motivo original de la feria es la venta de productos regionales, gran parte de los puestos promocionaban la venta de CDs y DVDs copiados sin pagar derechos; una muestra clara de que la modernidad también llega al altiplano. Yo me compré un juego de ajedrez muy especial. Las piezas, todas pintadas a mano, representaban una batalla entre conquistadores a caballo dirigidos por su rey y un ejército incaico montado en llamas liderado por el Inca. El precio que pedía la pequeña vendedora era tan bajo que me dio vergüenza regateárselo.

Con mi ajedrez bajo el brazo partimos con rumbo sur. Pasamos la noche en la colonial hacienda La Ciénaga, donde pernoctó el famoso explorador y geólogo Alexander Humboldt. Un busto del alemán, muy joven, recuerda su paso por allí. No pude resistir la tentación de sacarme una foto imitándolo en pose y expresión.

Por la noche compartimos la mesa con mochileros de todas partes. Nos hablaron de un espectacular cráter cercano, el Quilotoa

En la parte central, más plana, del valle se asentaban tradicionalmente las haciendas de los ricos criollos y españoles. En cambio, las laderas laterales eran los terrenos explotados por las comunidades indígenas. Nosotros, que buscábamos conocer esa zona, reservamos una cabaña en un conocido Eco Lodge llamado “The Black Sheep”. ¿Porque ese nombre en inglés?, se preguntará el lector. Hace varios años una pareja de norteamericanos se estableció en la zona. Como medio de supervivencia crearon este lodge que enseguida comenzó a ser muy recomendado por las guías de mochileros y trotamundos. Nada de lujos, todo con bajo impacto ambiental. ¡Las cabañas comparten un baño sin inodoro de agua corriente! Los deshechos van a parar a un hoyo con piedras volcánicas, cal y unas plantas que se nutren de ellos. Eso sí, la vista desde el baño de los dos volcanes es imperdible.

Por la noche compartimos la mesa con mochileros de todas partes. Ninguno hablaba castellano por lo que el tema principal fue cómo sobrevivir en Ecuador sin hablar ni español ¡ni quechua! Mil anécdotas muy graciosas. Otra de las cosas interesantes que se hablaron era lo espectacular de un cercano cráter.

Estábamos al borde de un enorme cráter de un kilómetro de diámetro que enmarcaba, mucho más abajo, una enorme laguna de un color inolvidable

Por la mañana seguimos hacia el sur, llevando un trotamundos alemán, hacia Quilotoa. Así se llama el cráter del que habíamos hablado la noche anterior. El camino era malísimo. Subimos y subimos, pero finalmente llegamos y obtuvimos nuestra recompensa. La vista era increíble. Estábamos al borde de un enorme cráter de un kilómetro de diámetro que enmarcaba, mucho más abajo, una enorme laguna de un color inolvidable. Más arriba nos observaba otro volcán, el Iliniza. Se podía optar por descender a la laguna para luego retornar a lomo de mula, pero lo rechazamos porque la ida y vuelta llevaban horas. En el estacionamiento, donde unas mujeres indias vendían recuerdos, nos despedimos del alemán.

Nuestro recorrido nos llevo más el sur, hasta la ciudad de Riobamba. Allí habían combatido, en las guerra de independencia, los granaderos del general argentino José de San Martín. Uno de sus oficiales, Juan Lavalle, se ganó el apodo de «El león de Riobamba» ya que su arrojo permitió ganar una batalla a los realistas. Esa misma audacia lo condujo a la muerte, durante las guerras civiles argentinas en Jujuy, al extremo sur de este larguísimo valle del altiplano.

En el siglo XVIII los franceses organizaron dos expediciones, una a la Laponia escandinava y otra al ecuador, para cerciorarse de que la Tierra era redonda

Nuestro viaje se acercaba a su final, por lo que retomamos hacia el norte pasando entre los dos volcanes más altos del planeta, el Cotopaxi y el Chimborazo. Es increíble que haya glaciares en el ecuador pero la respuesta es que la altura compensa la latitud. Estos hielos se encuentran casi a 6.000 metros sobre el mar. Con el auto traté de acercarme a ellos, pero pasados los 4.000 la altura hizo sentir sus efectos y abandonamos la subida.

El mismo día que debíamos tomar el avión de vuelta visitamos el lugar más importante desde el punto de vista geodésico. Fuimos al mismísimo ecuador, donde se asienta un monumento y un pueblo que vive de él. En el lugar los bustos de elegantes personajes antiguos rememoran la famosa comisión geodésica francesa que exploró la zona a mediados de siglo XVIII. La historia es muy interesante. Resulta que los geógrafos franceses discutían sobre sus conocimientos del mundo. ¿Que forma tenia el planeta? ¿Era redondo o achatado? Con una enorme apuesta de por medio, cuyo premio era la gloria del reconocimiento, se organizaron dos expediciones. Una cercana al Polo Norte, en la Laponia escandinava, y otra al ecuador, en el corazón de las colonias españolas. El objetivo de ambas era medir la distancia que abarcaba un grado de latitud y así sabrían quién tenia razón.

La cosa no fue simple para los enviados al ecuador. Se rumoreaba que el verdadero objetivo de la expedición era encontrar el tesoro del Inca

La cosa no fue simple para los enviados al ecuador. No solo les llevo muchísimo tiempo obtener el permiso de la corona española, sino que llevar su equipamiento a esas altura también les costó enormemente. En Quito nadie creyó en sus motivos científicos. Se decía que el verdadero motivo de la expedición era encontrar el tesoro del Inca. Esta desconfianza, sumado a sus actitudes arrogantes, hicieron que los franceses se ganaran el odio de los lugareños. Uno de los franceses, el cirujano Jean Seniérgues, no tuvo mejor idea que tomar como amante a la mujer de un criollo poderoso.

Todos les salió mal, el tiempo pasaba y los resultados no llegaban. En una de las muchas revueltas de los quiteños, Seniérgues apareció muerto. ¿Venganza del criollo? También el dibujante del equipo murió de una misteriosa enfermedad. El resto de los expedicionarios fue perdiendo el entusiasmo. Las mediciones, llenas de errores no los llevaban a nada. Finalmente, desde Laponia llego la información de que la otra expedición, con notable exactitud, había llegado a la conclusión de que la tierra era achatada.

En sus mil idas y vueltas la comisión había construido un pequeño monolito marcando el punto de latitud cero, de acuerdo a sus mediciones

Aún así la Comisión dejó su impronta. Se especula que el nombre del país tuvo su origen en que el jefe de la expedición francesa escribió tantas cartas solicitando permisos y apoyo al «Virreinato del Perú y Real Audiencia de Quito», nombre oficial de la región, que comenzó a acortarlo a “Región del Ecuador” y así el nombre comenzó a cimentarse quedando como el nombre del país.

En sus mil idas y vueltas la comisión había construido un pequeño monolito marcando el punto de latitud cero, de acuerdo a sus mediciones. En ese mismo lugar, casi 200 años más tarde, se elevó un monumento mucho mayor y, alrededor de él creció todo un pueblo. Actualmente una línea amarilla marca la línea del ecuador. Allí los turistas se sacan fotos con un pie en cada hemisferio. Luego de sacarnos la original instantánea busqué mi gps para verificar las coordenadas geográficas. Por alguna razón, no me sorprendió descubrir que el monumento no se encontraba exactamente sobre el ecuador sino a unos 300 metros de él.

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