Del Teide al Everest: en busca de la montaña más alta (I)

Por: Eduardo Martínez de Pisón
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¿Cómo y cuándo se fraguó la fama del Teide como la mayor montaña del mundo? Probablemente en fecha muy antigua, no precisable, entre los navegantes que veían sobresalir su cima de las nubes desde cierta lejanía. Más tarde, a partir del siglo XIV, hay incluso referencias de atribuciones numéricas de altitudes incontrolables a la cumbre del Teide. Desde el siglo XIV al XVII se le adjudicaron cifras elevadísimas, entre 12 y 18 leguas e incluso de 30 millas, por lo que Torriani, pese a haberlo ascendido sin dificultad y en poco tiempo en 1587 o 1588, no contradecía en su escrito la arraigada creencia de que rebasara a todas las cumbres conocidas, aunque también hubo alguna menos excesiva, estando entre las más moderadas la de 2.700 toesas.

Precisamente por sus confusos orígenes, según indicaba Terán, no es posible determinar el tiempo de duración del Teide como campeón orográfico, pero sí es cierto que persistió tal fama hasta bien entrado el siglo XVIII incluso en páginas de escritores tan prudentes como Feijóo. No fue así, sin embargo, en todos los casos, pues hubo naturalistas ilustrados que, desde sus gabinetes, lo pusieron en duda, como Buffon (pese a otorgarle legua y media, lo que no es poco) o Torrubia (con una milla germánica).

Desde el siglo XIV al XVII al Teide se le adjudicaron cifras elevadísimas, de entre 12 y 18 leguas e incluso de 30 millas

Lo significativo es que fueron las mediciones instrumentales sobre el terreno las que desterraron primero las exageradas cotas y luego ajustaron el cálculo con bastante precisión. Esos observadores expertos fueron Fouillé en 1724, que rebajó la cifra a 4.313 metros, lo que situaba al pico en otro orden de magnitud y ponía en cuestión su prioridad respecto a otros competidores, y Borda en 1776, que calculó ya sus dimensiones casi con exactitud en 3.713 metros. No fueron los únicos en tomar las medidas al volcán, pues pronto les siguieron Humboldt en 1799 y Cordier en 1803. Además, entretanto, sería medido y alcanzada su misma cumbre en 1786 y 1787 el Mont Blanc en Europa y, sobre todo, el Chimborazo en América, alzándose éste, gracias a la altitud de 6.279 metros que le otorgó La Condamine en 1735, en la montaña aparentemente más alta de la Tierra.

De este modo pasó a ser considerado otro volcán, el Chimborazo, destacado con su cumbre helada y fácilmente perceptible desde su base en la conocida cordillera americana de los Andes, el pico más alto del Globo. Pero no sólo por ser realmente muy alto y coronado por hielo, sino además por asentar su base en la zona intertropical, es decir, donde el globo terráqueo se ensancha, de modo que su superior altitud se podía estimar tanto sobre el nivel del mar como respecto al centro de la Tierra.

En 1735 otro volcán, el Chimborazo, paso ser considerado con sus 6.279 metros el pico más alto del Globo

Aunque se mantuvo como tal coronación del Planeta (sobre el nivel del mar) poco tiempo, fue suficiente para que la ascensión de Humboldt y sus acompañantes en 1802 por uno de sus flancos hasta cerca de su cima les clasificase como los hombres que habían estado hasta entonces a mayor altitud, al menos pisando suelo. Humboldt visitó así en sus viajes equinocciales a dos renombrados pretendientes (el Teide y el Chimborazo) a la más alta elevación del mundo, aunque uno fuera rebajado algo antes y el otro sustituido poco después. Pero evidentemente esto último era cosa desconocida para el Humboldt andinista, aunque más tarde conociera los primeros resultados topográficos obtenidos en el Himalaya.

Hacia 1820, según Humboldt y también Whymper, las exploraciones asiáticas de los británicos pasaron la localización del primer puesto a esta cordillera de Asia. Dentro de ella inicialmente se atribuyó ese rango extremo al Dhaulagiri, con una altitud aún inexacta, luego al Kangchenjunga y después al Gaurisankar, ya con una cota similar a la que hoy se concede al Everest.

Tras los primeros resultados topográficos en el Himalaya y las exploraciones británicas el primer puesto pasó al Dhaulagiri

Este último caso fue un error de bautismo, no de montaña. Así, en un gráfico de estimación de las altitudes de las principales montañas de Asia, publicado por el geógrafo francés Figuier en 1864, la más elevada en el Himalaya es el llamado Gaurisankar, con 8.840 m., y la segunda el Dapsang, en el Karakorum, con 8.625 m. Salvo los nombres utilizados, las cotas son aproximadas, respectivamente, a las de los picos que hoy comúnmente llamamos Everest (también Chomolungma y Sagarmatha) y K2 (también Chogori): es decir que ya estaba despejada la incógnita en lo referido a las magnitudes, aunque aún necesitaran ajustes, y sólo quedaba dar con los topónimos apropiados a la era de los geodestas.

El mismo George Everest (el gran topógrafo británico a quien la Royal Geographic Society concedió el gran homenaje de bautizar con su apellido la montaña) no era partidario de dar nuevas denominaciones occidentales a las montañas que ya tenían nombres locales.

El topógrafo británico George Everest no era partidario de dar nuevas denominaciones occidentales a las montañas que ya tenían nombres locales

Pero el Kangchenjunga había sido inicialmente reconocido en la jerga cartográfica sólo como “Pico IX” y el Everest, como “Pico XV”. La adjudicación del nombre del cartógrafo británico fue trece años después del reconocimiento topográfico y, como vemos, su expansión no fue inmediata. No obstante, sí se propagó la medición por el “Survey of India” en 1852 del llamado Pico XV (o Gaurisankar entonces –no en todos los casos- o Monte Everest generalizadamente después), por encima de los 8.800 metros y, por tanto, bastante cercana a la realidad, y de ahí que, con reajustes de poca monta para tal cifra, fuera su altitud excepcional un número ya presente en los atlas informados de la segunda mitad del XIX.

Este artículo está extraído del prólogo de Eduardo Martínez de Pisón a la traducción del libro Claudius Bombarnac, de Jules Verne, publicada en Madrid por Fórcola Ediciones (2013).

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