Delhi (II): un despertar a bofetadas

Por: Javier Brandoli (fotos O. Moya y Wkm)
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Es de noche y decidimos volver a nuestro hotel en Paharganj. La oscuridad ha convertido al hace unas horas enloquecido barrio de Nueva Delhi en un buque fantasma. La calle principal conserva algunos de sus innumerables comercios abiertos, pero la falta de luz en algunos estrechos callejones perfila espectros. Hay otros viajeros, como Olga y yo, que salen o entran de sus hospedajes. Parece que una cierta tregua ha apagado el rugir del barrio hasta mañana.

Paharganj es hoy un gran bazar donde se vende de todo. Los inicios de esta área fueron también comerciales, en el siglo XVII era el gran mercado de grano de la ciudad y el emperador cobraba los impuestos en la Casa de Comercio allí levantada. Luego, siglos después, los hippies tomaron el barrio como morada en plena búsqueda por estas tierras de su libertad. Aparecieron entonces los hoteles de cama y techo a precio irrisorio que ahora forman parte del paisaje, de la esencia de este lugar. Ese hecho y la cercanía de la estación de tren han conseguido que el barrio se convirtiera en el punto de encuentro de mochileros.

Luego, siglos después, los hippies tomaron el barrio como morada en plena búsqueda por estas tierras de su libertad

Nosotros volvemos al Cozzy Inn, nuestro hotel de a menos de cinco euros la noche. Unos amigos de Olga, una israelí y un norteamericano con los que compartió viaje por India un tiempo, la han invitado a su habitación para despedirse. Estoy francamente machacado, pero es pronto para irme a dormir en mis aún horarios españoles. La mini fiesta comienza con mezcla de todo. Resumiré para no entrar en detalles: pruebo todo. De pronto noto que el cuerpo se me mueve como si todo Paharganj estuviera deambulando por mi cerebro. “Coño, me ha sentado mal”, pienso. No quiero estropear la despedida y anuncio que me voy a dormir. La suerte es que Olga me dice que me pase por su habitación de la misma planta baja a coger las toallas (la mía está en el segundo piso). Lo último que recuerdo es que abre la puerta de la habitación y que hago un vuelo ultraligero contra el suelo.

La siguiente escena que contemplo es una de esas imágenes que no olvidaré nunca. Me desperté con un indio que parecía un actor de Bollywood, con su bigotillo, cogiéndome delicadamente una mano y dándome algunas bofetadas con la otra. Uno ha soñado muchos despertares en la India, pero nunca imaginé uno tan surrealista. No entiendo nada. El tipo me pregunta de forma compulsiva si he tomado drogas. (En India el consumo y tráfico de drogas se castiga con hasta 20 años de cárcel). Yo le contesto que no, balbuceando un sonido, y moviendo algo la cara entre otras cosas para que deje de sacudirme.

Uno ha soñado muchos despertares en la India, pero nunca imaginé uno tan surrealista. No entiendo nada

Me tumbo en la cama. Olga muda su cara de pánico por risas. Incompresiblemente, ¿o no?, ha decidido que le estoy tomando el pelo. Le cuesta unos cuantos vómitos creer que no es broma. Para entonces, ella pincha música en el ordenador y me relata cómo caí desmayado y no me partí la cabeza contra la mesa por escasos centímetros y yo creo que voy a morirme cada 15 minutos con la angelical cara del recepcionista poniéndome tibio como última imagen antes de partir al cielo. Lo bueno es que no perdimos nunca el sentido del humor, porque un inicio de viaje así puede realmente complicarte la vida. Mucho, incluso, si tienes peor suerte.

En unas horas volábamos para Nepal. Aún en los baños del aeropuerto seguían mis arcadas ante un grupo numeroso de hombres vestidos con túnicas blancas que me miraban con desgana mientras se lavaban el cuerpo. Luego llegó el paso del escáner. El Policía me dijo que no podía meter mecheros. Yo le contesto con seguridad que no llevo ninguno. Me dice que en el escáner se ven. Le repito que no. ¿Resultado? 20 minutos después tengo toda la mochila vacía y hay siete mecheros confiscados en una cajita. Yo no recordaba llevar ninguno.

Dos semanas después

Delhi tuvo también un final singular. Tras dos semanas por Nepal regresamos a la ciudad. Yo decido separarme de Olga y dormir cerca del aeropuerto. Cometo el error de alquilar habitación en una oficina del mismo aeródromo. Aunque me piden 50 dólares, me viene bien porque queda cerca de la terminal (tengo el vuelo a España muy pronto). Lo reservo y cuando llego al hotel me encuentro un edificio con apariencia de recién abandonado o recién abierto, en un sitio lúgubre y unas habitaciones llenas de mierda. Tenemos una bronca descomunal, le digo que no le pago lo pactado y sólo cuando anuncio que me marcho cerramos que el precio sean 25 dólares. Cuando fui a dormir abrí la cama, vi las sábanas negras, las cerré, y puse una toalla del baño sobre la que tumbarme.

El templo de Hanuman Mandir, en Connaught Place, de 1724. Si te dicen que es una atracción de Port Aventura te lo crees

Antes, tras cerrar el trato de mi hotel, cogemos un taxi y nos vamos a Paharganj, donde se queda Olga. “¿Cómo van ustedes allí? Vayan a otro sitio que ese es muy peligroso”, nos indica el taxista que llegó a India desde Nepal hace 20 años. “”Es mi lugar favorito”, responde Olga. El taxista mira con cierto desdén a la autora de una frase que delata a los protagonistas de cada lado. Paharganj y todos los Paharganj del mundo son para sus habitantes una condena de la que huir; para nosotros, los que vamos y venimos, pueden ser un retiro anecdótico, incluso con encanto. A Olga le fascinaba ese lugar, era cierto, pero ella era una espectadora. Tu vida allí puede ser desayunar en una terraza sin vistas una tostada fría, pasear entre la muchedumbre, comer un sándwich, ir a un internet café arcaico y conocer a gente que se está pateando el mundo… Esa no es la vida de los habitantes de Paharganj, eso es un sueño para ellos demasiado irreal. Eso sí, hay mucha gente que no le encontraría ningún placer a estar allí ni dos minutos, que no se mezclaría como hacía ella y que no diría ni en cien vidas con la verdad que lo dijo ella que ese era en aquel momento su “lugar en el mundo”.

Por último, Delhi me dejó un recuerdo casi indiscreptible: el templo de Hanuman Mandir, en Connaught Place, de 1724. Si te dicen que es una atracción de Port Aventura te lo crees tranquilamente. Es realmente indescriptible si no se ve y no se entra por su mundo casi gore. El templo gigante del mono tiene como portón de bienvenida y salida una boca de primate. Hay una enorme estatua de otro primate que supera incluso un puente por el que pasa el tren. El gran Dios parece un ninot a punto de arder. Como Delhi, a la que contemplo horas después otra vez de noche desde mi rickshaw de vuelta al hotel. Veo gentes durmiendo por el suelo, alguna pequeña hoguera en el arrabal donde me alojo y la tregua de un silencio que pronto acabará para volver a encender la locura en esta ciudad.

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Comentarios (2)

  • Lluis

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    Vaya aventura tuviste no? Delhi es de las ciudades que menos me gustan del mundo, aunque reconozco que tiene sitios espectaculares. Mi lugar favorito es la zona de la Jama Masjid, me encanta el ambiente. Y si tienes la suerte de que un amigo cachemir te enseñe la zona ya es para alucinar.

    Un saludo!!

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  • Javier Brandoli

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    Hola Lluis, a mi Delhi me acabó gustando pero creo que es el lugar más complicado de entender en el que he estado. Mi guía fua una buena amiga que me enseñó «su ciudad», sus rincones, su forma de entenderla. Supongo que siempre que alguien nos hace de cicerone acabamos contemplando parte de su realidad y adaptándola a la nuestra.
    Un abrazo y gracias

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