El cementerio de los héroes que pintó Goya

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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[tab:el viaje]
Eran gente corriente, pero se comportaron como héroes frente al invasor. En Francia o Inglaterra, les habrían erigido un panteón de hombres ilustres. Aquí, tienen que conformarse con un modesto cementerio madrileño, el de La Florida, de cuya existencia pocos saben. Su gloria está inmortalizada en un cuadro de Francisco de Goya, el de los fusilamientos, pero acercarse a este camposanto para rendirles homenaje debería ser casi una obligación moral.

¿Quién no ha visto alguna vez el célebre cuadro de Goya de los fusilamientos del Tres de Mayo de 1808? Ese hombre con la camisa abierta ofreciendo desafiante su pecho al pelotón, esos puños cerrados, los llantos, las manos al rostro, la sangre encharcada en la tierra de Madrid. ¿Cuántos de nosotros, confesémoslo, pensábamos que esa genial pintura era lo único que quedaba de esos héroes de la resistencia? Pero no es así. Los restos de los 43 arcabuceados (29 de ellos identificados con nombres y apellidos) reposan en el madrileño cementerio de La Florida, a un paso de la montaña del Príncipe Pío, donde fueron fusilados. Para cualquiera que acuda a la capital de España y que tenga un ápice de curiosidad por la historia, VaP recomienda esta visita que se sale de los habituales circuitos turísticos.

Guías altruistas

He quedado a las puertas del cementerio con María Teresa Díaz, de la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos, la institución encargada de gestionar este histórico sitio. Viene acompañada de Felipe Cortés, también miembro de esta agrupación que acumula casi dos siglos de historia. Ellos van a guiar mis pasos hasta la cripta, desgranando anécdotas y conocimientos con la pasión y el orgullo de quien muestra a sus invitados su alhaja más preciada.
Los ladrones acaban de llevarse todo el cobre de la instalación eléctrica, el maná de los desheredados en este Madrid que vive demasiado deprisa, sin tiempo para mirar a las cunetas. La verja de la entrada, con un mosaico de cerámica del cuadro del genial pintor aragonés al otro lado, anticipa al visitante que está dando un paso hacia la historia, hacia el pasado.

La hoja de servicios de este cementerio apunta que se inauguró en 1798 para enterrar a los empleados de la Casa Real y a sus familiares. Sus inquilinos más famosos llegaron diez años después, cargados en carretas o a lomos de mulos. Eran gente del pueblo -albañiles, canteros, carpinteros, cerrajeros, aduaneros, escribanos, jardineros, palafreneros-, pero ya habían entrado en la historia de España. Nueve días después de ser fusilados por las tropas francesas, Murat accedió a que se llevaran los cuerpos para darles sepultura. Fue un entierro casi furtivo -sin autoridades, sin honores militares, sin alharacas- que uno puede imaginar mientras camina hacia la ermita entre la arboleda preñada de melancolía.

El fusilado que sobrevivió a los disparos

La liturgia de la muerte también tiene sus anécdotas. Ante el pelotón había 44 personas, pero 43 son los fusilados. Uno de los condenados, Juan Suárez, consiguió desatarse a tiempo las ligaduras y salió corriendo a la primera descarga. Malherido, se refugió en la ermita de Virgen del Puerto (donde las malas lenguas dicen que le negaron el auxilio) y, finalmente, en la de San Antonio de la Florida. Sea como fuese, consiguió salvar el pellejo.
De la anécdota al desmentido. Goya, contrariamente a lo que muchos suponen, no presenció los fusilamientos desde la Quinta del Sordo. En primer lugar, porque desde el paseo de Extremadura, donde estaba su residencia, hasta la montaña del Príncipe Pío, hay un buen trecho y ni siquiera una vista de lince le hubiera bastado. Y, sobre todo, porque la casa la compró en 1817, nueve años después de la revuelta de mayo de 1808.

Ante el pelotón había 44 personas, pero 43 son los fusilados. Uno de los condenados, Juan Suárez, consiguió desatarse a tiempo las ligaduras y salió corriendo a la primera descarga.

Antes de entrar a la ermita se accede a un patio castellano, donde enseguida llama la atención, a nuestra izquierda, una lápida de mármol que señala el lugar en el que fue excavada la fosa donde se enterraron los cuerpos (por un inexplicable error, el texto esculpido en 1927 señala que eso ocurrió el mismo 3 de mayo, lo que sabemos que es imposible, pues los cadáveres no llegaron aquí hasta el día 12). Sobre ese memorial hay una cerámica del lienzo de Palmaroli “Los desenterramientos”, un desgarro del dolor de los familiares de los fusilados.

La cuadrilla y el cura trabucaire

Ya en la ermita, inaugurada en 1960, se encuentra la cripta donde descansan los restos de los fusilados más famosos de la historia de España (con permiso de García Lorca y Muñoz Seca). Ese año, siendo alcalde de Madrid el conde de Mayalde, se exhumaron sus despojos y fueron trasladados a la cripta. En una caja de zinc se metieron los restos y en otra, los ropajes, calzado y pertenencias. Ahora, una lápida de mármol recuerda los nombres de los arcabuceados. ¿Cómo se conocen sus nombres? Gracias a los libros de enterramientos y a los archivos de la Villa, donde se recogían las pensiones pagadas a sus viudas (cuatro reales diarios) y descendientes (que se beneficiaron de becas, de cursos de formación o de un trabajo en la Casa Real).

El visitante se pregunta, constreñido en la penumbra de la pequeña sala por el peso de la historia: pero, ¿de dónde procedían? ¿fueron elegidos al azar? María Teresa tiene la respuesta. La gran mayoría fueron diezmados de las prisiones, salvo una cuadrilla de albañiles de la iglesia de Santiago, que se enfrentaron a ladrillazos a la comitiva cuando los franceses entraron al tempo, por lo que fueron apresados. Entre los que iban a ser fusilados también estaba el sacristán de la iglesia de la Encarnación, Francisco Gallego, que había tomado las armas para expulsar al invasor. La historia de España está llena de curas trabucaires. Consultaron qué hacer con el sacerdote a Murat. No dudó. “Quien a hierro mata, a hierro muere”, fue su lacónica respuesta, incorporada desde entonces al acervo popular.

[tab:el camino]
La mejor opción para llegar es acercarse en Metro. Hay que tomar la línea 6 (circular) y bajarse en la estación de Príncipe Pío. Caminando por el Paseo del Rey, en cinco minutos llegamos al cementerio de la Florida, situado junto a la Escuela de Cerámica.

[tab:una cabezada]
La zona de Príncipe Pío está bien surtida de hoteles y hostales, pero no podemos recomendar ninguno.

[tab:a mesa puesta]
A un paso de la ermita de San Antonio de la Florida está Casa Mingo (www.casamingo.es), la sidrería decana de Madrid (Paseo de la Florida, 34) y uno de sus establecimientos más populares (fue fundado en 1888). El pollo asado (10 euros la unidad) y la sidra (5,30 la botella) es el menú estrella. Si el tiempo lo permite, comer en la terraza es un placer añadido.

[tab:muy recomendable]
-Si quieren visitar el cementerio deben tener en cuenta que sólo pueden hacerlo en mayo y junio, los fines de semana (de 10:00 a 13:00) o concertando una cita (siempre más de 10 personas) en asturte@telefonica.net. Los guías son los propios miembros de la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos, que gestionan el camposanto. La visita es gratuita y ni siquiera se aceptan propinas. Y eso que el escaso medio centenar de socios de esta agrupación costea el mantenimiento del cementerio íntegramente de su bolsillo (no reciben subvenciones, aunque recientemente el Ayuntamiento de Madrid ha pagado unas obras de mejora). Eso sí, muestren al menos su gratitud en el libro de firmas situado en la ermita.
-Todos los 3 de mayo se enciende el pebetero situado junto al mosaico del cuadro de Goya y se rinde homenaje a los fusilados. En ese mes, las visitas se multiplican en el cementerio, abierto al público desde 2008.
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