El gran viaje

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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No hace falta asomarse al precipicio y arrojarse al vacío. No es eso. Basta con escarbar un poco dentro de nosotros mismos, allí donde un buen día dejamos olvidado ese puñado de ilusiones que iban a dar sentido a toda nuestra vida. Ahora no nos atrevemos ni siquiera a mirar, pero ahí siguen. Hubo un tiempo, conviene recordarlo, en que nos conjuramos para vivir apasionadamente, para dedicar nuestros esfuerzos a empresas ilusionantes y poner lo mejor de nosotros mismos al servicio de un ideal (a poder ser remunerado), lejos de trabajos estériles y mezquindades que nos empequeñecen hasta hacernos perder la perspectiva. De acuerdo, de eso hace ya mucho pero, ¿tenemos el coraje para seguir persiguiendo esos sueños?

Para hacer ese gran viaje hay que atreverse a cruzar a la otra orilla, allí donde intuimos que espera agazapada nuestra felicidad

No nos lo ponen fácil, desde luego. El camino está empedrado de excusas, a cuál más sensata. La propia sociedad, cuando no nosotros mismos, nos surte a todas horas de argumentos para disuadirnos. La maquinaria está perfectamente engrasada. Ése es, no nos engañemos, el viaje entre los viajes, el gran viaje de nuestra vida. No necesitamos maletas ni pasaportes, pero sí debemos ir pertrechados de toneladas de entusiasmo y de la determinación necesaria para taparnos los oídos ante los inevitables cantos de sirena.

Para hacer ese gran viaje hay que atreverse a cruzar a la otra orilla, allí donde intuimos que espera agazapada nuestra felicidad, sin certidumbre alguna, sin recompensa a la vista, pasando de largo por los comentarios de los que ya mastican tu fracaso, quizá porque el suyo nunca acaban de digerirlo. A este lado estamos abrigados por los convencionalismos, seguros de nuestras inseguridades, pero seguros al fin y al cabo. ¿Para qué cruzar?

Nadie te robará ese silencio que, finalmente, espera a todo aquel que se atreve a asomarse a sus entrañas

Hace unos días, a los pies del macizo de Peñalara, comentaba Sebastián Álvaro las palabras de una amiga que lleva años dedicada a cuidar a enfermos terminales. Lo que más le sorprendía, le contó, era que ninguno se arrepentía de nada que hubiera hecho antes. En ese trance definitivo, sus únicas cuentas pendientes eran con ellos mismos: lamentaban, por encima de cualquier otra cosa, todo aquello que no habían tenido el valor de hacer. El amor que dejaron pasar; el trabajo anodino en el que languidecieron durante años sin rechistar; los amigos que descuidaron; ese viaje que nunca hicieron; el “te quiero” que jamás pronunciaron; las ilusiones que dejaron marchitar… No creo que haya nadie que vea la vida con más claridad que un moribundo. La tiene toda a sus espaldas y goza de la mejor panorámica posible. Deberíamos tomar nota.

Al mismo tiempo que las ilusiones desdibujadas alboroten tus sueños, el sentido común desplegará toda una batería de oportunas razones para olvidarte de ellas

Te tacharán de loco, seguro. Intentarán inyectarte la cordura a través de los ojos de la gente que quieres, pero nadie te robará ese silencio que, finalmente, espera a todo aquel que se atreve a asomarse a sus entrañas, a los que alargan la mano buscando palpar esos viejos anhelos arrumbados, llenos de polvo. Cuando te sumes en ese silencio, la única pregunta que escucharás será: “¿Por qué no?”. Y, al mismo tiempo que las ilusiones desdibujadas alboroten tus sueños, el sentido común (ése contra el cual Unamuno oponía “el sentido propio”) desplegará toda una batería de oportunas razones para olvidarte de ellas y no complicarte la vida. Sobre ese “¿por qué no?” caerá como una losa un pesado “¿para qué?”, el mismo interrogante que te ha llevado a la apacible monotonía de la ensenada donde rompen las olas en lugar de impulsarte mar adentro, como anhelabas.

A ese puñado de locos conviene no subestimarlos: un hombre en paz consigo mismo puede llegar al fin del mundo si se lo propone

Frente a esa disyuntiva, la mayoría arroja la toalla, reintegrándose con displicencia a la mansedumbre de la manada. Cuesta mucho pensar por uno mismo y, a menudo, sale muy caro. Sólo unos cuantos siguen adelante, con la tranquilidad de haber hecho las paces con sus sueños olvidados. A ese puñado de locos conviene no subestimarlos (aunque lo harán): un hombre en paz consigo mismo puede llegar al fin del mundo si se lo propone. El recuerdo de alguien que, con todo a favor para seguir acomodado en la plácida rutina, tuvo el coraje de frenar en seco para no engañarse más, es imperecedero. “¡Qué bellos son los pies del mensajero que anuncia la paz!”, glosaba Isaías. Tan bellos como los brazos abiertos del que un día fuimos dando la bienvenida a casa a ese otro que, por un tiempo y equivocadamente, creímos ser.

Alargad bien la mano. Aún podéis tocar vuestros sueños con las puntas de los dedos. No se han movido de ahí

Mi primer post del año en VaP, ese sueño que se va cumpliendo poco a poco (a veces en dosis tan imperceptibles que ni siquiera nosotros nos damos cuenta) es un reconocimiento a todos aquellos que, un buen día, se decidieron a afrontar ese gran viaje (no necesariamente físico ni rebosante de kilómetros y mapas). A gente como Javier, Daniel, Sebas, Eduardo, Juanra, Enrique, Gerardo, Miquel, Mayte y tantos otros. Y, sobre todo, una invitación a los que dudan. Alargad bien la mano. Aún podéis tocar vuestros sueños con las puntas de los dedos. No se han movido de ahí, aunque ahora dé miedo mirarlos.

El gran Ionesco escribió hace tiempo, con su habitual laconismo, que la historia de la humanidad cabe en un papel de fumar: “Nacieron, sufrieron y murieron”. De nosotros depende que podamos añadir también “vivieron”. El gran viaje espera.

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Comentarios (15)

  • Carlos L

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    Me ha encantado este post Ricardo. Una bonita reflexión sobre el apasionante viaje que supone vivir. También bonitas las fotos de Tibet. Saludos

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  • Mayte

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    Que bellas palabras y pensamientos y que alentador!! Gracias Ricardo.

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  • Daniel Landa

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    Sensacional. Esto no es un post, es una catapulta.

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  • Elena

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    Muy inspirador, me ha gustado mucho. El mejor viaje, el más largo y más apasionante, siempre es la vida y cada uno debería hacer lo que más quiere en ella.

    Saludos

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  • Lydia

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    ¡Qué bonito y qué cierto!

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  • Eduardo

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    Que grande, Ricardo. No podías haber escrito nada mejor para comenzar el año. Me ha resultado totalmente inspirador, y conmigo al menos, ha cumplido su objetivo. Reflexionando sobre sueños e ilusiones a recuperar…

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  • Juan Antonio Portillo

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    Ya lo han dicho muchos antes que nosotros¡¡¡ La vida es un viaje continuo, siempre nuevo, siempre bello, aún en los momentos puntuales de sumisión al sistema, de pérdida de la noción del rumbo, porque es ahí donde te vuelves a dar cuenta de que el viaje, tu viaje, es tuyo para realizarlo como quieras y cuando quieras.
    Enormes palabras, Ricardo. Y enorme corazón¡¡¡¡¡ Gracias por seguir manteniendo encendida la mecha de la ilusión y de los sueños. Un abrazo

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  • ricardo coarasa

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    Gracias a todos. Añado ahora una nota a pie de página: estas líneas son un homenaje a mi padre. Ayer hizo 16 años que se fue. El sí se atrevió a afrontar el gran viaje. Quizá por eso me repetía a menudo: «Serás lo que tengas que ser, o no serás». En ésas estamos.

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  • javier brandoli

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    Tú eres. Abrazo

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  • Juancho

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    Conmovido

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  • Maca

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    Olé, Coarasa

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  • Javier Aguilar

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    Llego aquí de rebote y me encuentro con un texto brillantisimo y reparador sobre el viaje más apasionante, el de la vida. Bravo Ricardo! Claro mensaje el de tu padre…

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  • Sebastián Álvaro

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    Me lo dijo un aventurero de 90 años en la Antártida: ¿Hay que atreverse a fracasar! El peor fracaso es no intentarlo, Y, como bien dices, perder los sueños que llevamos dentro. Un dia mi buen amigo, y maestro Eduardo Martínez de Pisón me dijo que lo más difícil es llegar a ser mayor y seguir teniendo el corazón del niño que fuimos. Lo más difícil es que no se nos endurezca el corazón por todas las putadas que nos hace la vida y algunos de nuestros más queridos allegados. Por eso junto a esa frase apuntate la que eligió Apsley Cherry-Garrard, sobre el memorial a sus amigos muertos en la trágica expedición de Scott a la Antártida. Puso un verso del Ulises de Tennyson (que yo elegí para el recordatorio de mi madre) que decía: «Luchar, buscar, encontrar y no rendirse jamás». Ese gran viaje, que es nuestro gran camino, se llama VIDA. El que no lo entienda no la vivirá en plenitud. Felicidades, salud y amistad. Sebas

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  • ricardo coarasa

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    ¡Qué razón tienes Sebas! Lo único imperdonable es el miedo al fracaso. Javi, Juancho, Maca ¡gracias! Bienvenido Javier Aguilar: en VaP acogemos a todos los espíritus inquietos aunque lleguen de rebote jaja Me alegra que os haya hecho reflexionar. A veces necesitamos un aldabonazo para hacerlo

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  • Juan

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    Inspirador. Gracias.

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