El secreto de Antsirabé, la ciudad de la sal

Por: Mayte Toca (texto y fotos)
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Es difícil precisar por qué me gusta escribir sobre Antsirabé, y mucho más por qué me gusta tanto está anónima población en el centro de Madagascar, que visité una y otra vez. La descubrí por casualidad, ya que para atravesar por carretera el país desde Antananarivo hasta las cristalinas costas sureñas de Tulear sólo hay una carretera y ésta pasa, a la fuerza, por Antsirabé. La mayoría de viajeros pasan de largo, la miran desde la ventanilla del coche, quizás cerrándola para evitar que entre el polvo. Algunos pararán a las afueras a fotografiar los bellos papeles de Antaimoro. Este papel se hace con corteza del árbol de Avoha. La corteza se mezcla con agua para formar una pasta. Se extiende al sol africano y se decora pulcra y delicadamente con pétalos de flores. Estos artísticos paneles son elaborados a mano por sonrientes mujeres malgaches.

Pocos son los viajeros que se adentran en las calles de Antsirabé y muchos menos los que se aventuran a disfrutar de sus numerosos placeres secretos. Porque Antsirabé tiene un secreto.

Esta pequeña ciudad no solo tiene sal, sino unas estupendas aguas termales donde puede una zambullirse si no es demasiado melindrosa

Antsirabe, cuyo nombre significa “lugar de mucha sal” debido a que antiguamente era una pequeña aldea donde se vendía sal, está situada a unos 160 kilómetros al sur de Antananarivo, en una hondonada y rodeada de lagos y volcanes.

Quizás sea por los volcanes, los lagos, la altitud o la riqueza de la tierra en minerales, por lo que esta pequeña ciudad no solo tiene sal, sino unas estupendas aguas termales donde puede una zambullirse si no es demasiado melindrosa. Supongo que todo África está hecha para viajeros diligentes, resueltos y desaprensivos. El desvalido edificio donde se encuentran la piscina y las bañeras de aguas termales está junto al Hotel De Termes, un imponente y exquisito edificio con cuidados jardines y el segundo árbol más grande de todo Madagascar, después del de Mahajunga.

Al caer la noche, estos humildes “taxistas” plantan una vela dentro de media botella de plástico, la atan entre las ruedas bajo el asiento y esto hace las veces de foco

Desde este hotel se sale a la avenida principal, espléndida, tranquila y silenciosa. Son pocos los vehículos que circulan la ciudad; en cambio, hay centenares de pousse-pousses tirados por musculosos y diminutos hombrecillos descalzos. Estos humildes “taxistas” transportan a los ciudadanos a la carrera por los lugares más inhóspitos. Al caer la noche, plantan una vela dentro de media botella de plástico, atan la botella con un cordel entre las ruedas bajo el asiento y esto hace las veces de foco. Milagrosamente la vela no se apaga aunque caiga el diluvio universal. ¡ Lo que no ingenie el ser humano! La luz eléctrica en las calles es nula, por lo cual resaltan estos cientos de llamitas de vela que apenas alcanzan a alumbrar la penumbra.

En una de las pequeñas calles que rodean la avenida principal, encontramos una pastelería donde, además de vender los mejores cruasanes que he probado en mi vida (los malgaches copiaron la “cuisine” francesa de los colonos mejor que nadie), también alquilaban bicicletas. En una ciudad africana donde escasean los vehículos con motor pero abundan los parques, es un placer pedalear por las calles anchas aunque sin asfalto.

A la izquierda de las termas está la calle más transitada. Aquí varios restaurantes hacen las delicias del viajero hambriento. Uno puede darse un festín por poco dinero y mucha paciencia mientras escucha la melodía en vivo de un cantante local. Por la noche, se puede jugar al billar donde los jóvenes del lugar pasan el tiempo riendo y tomando la cerveza de aquí, famosa por su calidad.

El secreto de esta olvidada ciudad no está en el resplandor de sus aguas termales, ni en la afabilidad de sus gentes, sino en las aguas de un lago

Pero para mí, el secreto de esta olvidada ciudad no está en el resplandor de sus aguas termales, ni en sus refinadas avenidas, ni en la afabilidad de sus gentes. El secreto está en las aguas de un lago, de nombre Andraikiba.

Este precioso lago volcánico se encuentra a unos seis kilómetros a las afueras de Antsirabé. Se llega a él por una carretera maltrecha y escondida. El último trayecto es a pie. Sigiloso y cristalino, se refugia en toda su belleza azulada. Íntimo y enigmático acoge una sorprendente puesta de sol. Los niños, ajenos a su fortuna, se lanzan semidesnudos en sus aguas hialinas. Frente a ellas, bordeando el camino, reposan sobre la hierba gentes de rostros tranquilos. Al vernos llegar se levantan y, apresurados, corren hacia nosotros. Siento que hemos quebrado la paz de la tarde. Nos indican que subamos por una pequeña senda y allí, aún frente al lago, comienzan a abrir puertecillas de unos puestos de cuarteada madera. No doy crédito a lo que ven mis ojos.

Al vernos llegar los niños se levantan y, apresurados, corren hacia nosotros. Siento que hemos quebrado la paz de la tarde

Brillantes piedras de colores lucen metidas en pequeñas cajas de plástico:
amatistas, citrinos, cuarzos de todo tipo, algún que otro rubí y zafiro, aguamarinas, granates, turmalinas… Un sinfín de minerales tallados brillan bajo la luz del atardecer. La tierra de Antsirabé es tremendamente rica en minerales. Los codiciosos comerciantes de piedras poseen minas en los alrededores de la región, copiosas y abundantes en piedras preciosas. La gente local se queda con las menos suculentas, y con ayuda de rudimentarios artilugios, tallan los minerales medianamente bien.

Las mujeres me hacen una extravagante propuesta: mi camiseta a cambio de una piedra de mi elección. Acepto el trato. Elijo un bonito rubí opaco estrellado, ya que veo que esta piedra abunda.

Bordeando el hermoso lago, pienso en la riqueza natural de esta tierra y en la pobreza de sus gentes. África nunca deja de sorprender.

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Comentarios (4)

  • Amaya

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    Indudablemente este reportaje tiene los condimentos necesarios para trasladarte al lugar a través de la lectura, vaya con la pizca necesaria de sal, como Antsirabé.

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  • mayte

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    Gracias Amaya! me alegro que te guste!

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  • Juan Antonio

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    Realmente he podido darme un relajante baño en las aguas hialinas y luego dejarme llevar en un pousse-pousse a través de las calles iluminadas con las velas de los mismos……… sigue llevándome de viaje, Mayte.

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  • elisabeth

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    Me ha gustado mucho tu reportaje. parece que he estado viajando.Saludos

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