En la cuna de la Patagonia

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Miré aquél páramo. Me costaba creer que allí hubiera nacido la Patagonia. Claro… le debo una explicación al lector. Allí no nació la Patagonia sino el mito de la Patagonia como un lugar salvaje y misterioso. Me encontraba en Puerto San Julián a la búsqueda, como siempre, de historias, anécdotas y de naturaleza salvaje. Allí, frente al infinito azul del Atlántico, se dan las dos cosas: historia y naturaleza.

Como llegamos casi de noche dejamos para el día siguiente la visita de la ciudad y sus alrededores. Lo que no dejamos para el otro día era probar un buen asado de cordero patagónico. Así que elegimos un boliche (como vulgarmente le decimos en Argentina, desde la época de los gauchos, a los restaurantes o bares) muy del lugar. Sin ningún lujo, todo por el contrario, sino muy simple y autóctono pero con un asado superlativo. Mientras “atacaba” las suculentas porciones repasaba con mi mujer lo que había para ver: Magallanes, delfines, Drake, pingüinos, Darwin y cormoranes. ¡Excelente!

Lo primero que hicimos a la mañana siguiente fue visitar la réplica de la nao Victoria de Magallanes. Construida en su tamaño original, la nave está muy bien ambientada y permite que el viajero, con alguna ayuda de su imaginación, pueda revivir lo acontecido en esas playas.

En 1520 el portugués Fernando de Magallanes capitaneaba una flota española que buscaba el cruce de los océanos. Navegando muy al sur del continente la tripulación comenzó a mostrarse agitada porque comenzaban los fríos, los vientos y los mares eran cada vez más fuertes y la tierra cada vez más yerma e inhóspita. En un protegido puerto natural el navegante decidió desembarcar y pasar el invierno. Todo esto el 31 de marzo de 1520, el día de San Julián. A la mañana siguiente en San Julián se ofició la primer misa en territorio argentino. Pero Magallanes debía enfrentar otros problemas más acuciantes. Gran parte de su gente se había amotinado.

Navegando muy al sur del continente la tripulación comenzó a mostrarse agitada porque comenzaban los fríos, los vientos y los mares eran cada vez más fuertes y la tierra cada vez más yerma e inhóspita

La guía nos llevó por todo el barco. Resultaba impresionante que fuera tan chica una nave que debía dar la vuelta al mundo. Pero lo que más me llamó la atención era el camarote de Magallanes. No era tan chico. Tenía, allí dentro, todos los instrumentos necesarios para saber su posición y derrotero. En mares salvajes y desconocidos, ser el único que podía llevar a todos de vuelta a Europa era el mejor reaseguro de sobrevivir a una tripulación hostil. La puerta de su cabina sólo se abría desde adentro, así nadie podía entrar por la noche para acuchillarlo.
Magallanes terminó con el motín con astucia y crueldad. Engañó a los líderes revoltosos y los mató, a unos a cuchillo, a otros con la horca.
Repuesta su autoridad, pasaron allí varios meses. En San Julián fue donde los europeos se encontraron por primera vez con unos indígenas mucho más altos y robustos que ellos. Los llamaron Patagones y por extensión llamaron “Patagonia” a toda la región. Estos aborígenes, de los cuales quedan pocos, se llaman Aonikenk, pero sus vecinos del norte los llamaban tehuelches o “gente grande”. Su metro ochenta les daba casi veinte centímetros de altura sobre los europeos de esa época.
Al salir de la réplica le pregunté a la guía si el temor de Magallanes de ser muerto por la tripulación tenía asidero. Me respondió que varias veces, durante su largo viaje, intentaron matarlo.

Con esto en la cabeza seguimos nuestra visita por el lugar. Nos embarcamos en una lancha que nos llevaría por el interior de la bahía. El objetivo del paseo, además de divisar pingüinos y cormoranes, era un encuentro con toninas overas, que son atractivos delfines de color blanco y negro. Mientras avanzábamos a marcha lenta oteando las aguas a la búsqueda de estos simpáticos mamíferos marinos le pedí al guía de la lancha, un colorido personaje llamado Pinocho, que me mostrara la isla donde Drake encontró los restos de la horca de la justicia de Magallanes. “Allá”, me indicó. Le comenté que me parecía irónico que Magallanes tuviera tanta precaución de su tripulación y que finalmente fuera a morir en manos de aborígenes filipinos. “¿Será?”, me respondió él, incrédulo y enigmático. Mi mente de novelista inmediatamente hizo clic y me empecé a imaginar hechos mucho más plausibles, pero… “¡Toninas!” Los delfines estaban nadando y saltando a nuestro lado. Dejé las elucubraciones históricas para disfrutar de la naturaleza patagónica.

Le comenté que me parecía irónico que Magallanes tuviera tanta precaución de su tripulación y que finalmente fuera a morir en manos de aborígenes filipinos

Después de ese perfecto paseo en lancha desembarcamos, pero la idea del verdadero destino de Magallanes me seguía dando vueltas por la cabeza. Nuestro próximo destino era una playa al norte del pueblo. Allí estaba enterrado un oficial de otro navío histórico: el Beagle de Darwin y Fitz Roy.
Yo tenía las coordenadas GPS de la tumba del teniente Sholl, pero no me hicieron falta. La tumba estaba señalizada o protegida por una reja y sobresalía en la playa de guijarros frente al mar azul. Un par de placas rememoraban el paso de estos famosos viajeros y el entierro del desafortunado tripulante, que murió de una misteriosa fiebre. Desde allí se veía la silueta del Monte Cristo, cerro bautizado por Magallanes en cuya cima dejó una cruz. Trescientos años más tarde el capitán Fitz Roy dio allí con los maderos de dicha cruz. Su acompañante, el famoso naturalista, encontró enigmáticas ostras fósiles.
Mientras pasábamos una tarde de descanso en la playa del teniente Sholl mi mente volvió a Magallanes. Recordé que el viaje del navegante, a partir de las islas Filipinas, lo llevaría a territorio que por tratado le correspondía a la corona portuguesa. Si fueran descubiertos por los lusitanos, los españoles no llegarían nunca a casa. Me imagino que una tripulación no podía confiar en un capitán portugués, podía entregarlos… Me imaginé que, en algún momento de descuido, un cuchillo español se habría clavado en el pecho del portugués. Volver a España diciendo que habían matado al capitán de la expedición era la muerte segura. Nada mejor que endilgarle la muerte a los aborígenes filipinos, ésa sería la historia oficial. Así, en mi imaginación, Juan Sebastián Elcano prosiguió el viaje que haría historia y nosotros dejamos San Julián para seguir nuestro periplo por la Patagonia de Magallanes.

Contacto@GerardoBartolome.com
Gerardo Bartolomé es viajero y escritor. Para conocer más de él y su trabajo ingrese a www.GerardoBartolome.com

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Comentarios (5)

  • valentin

    |

    DEGUSTÉ TUS LETRAS CON UN TEMPRANILLO MENDOCINO ORGÁNICO DE MI ZONA , ESTE DE MENDOZA, HICIERON UN MARIDAJE JUSTO….HERMOSA NOTA

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  • Juan Mattasi

    |

    Estimado
    si vas por punta arenas chile podras ver una replica completa de la nao victoria, construida como un barco de verdad desde la quilla a la guinda del mastil,
    entera en madera y realizada con carpinteria de ribera, ademas esta con su maniobra (funcional)completa,
    te esperamos
    Nao Victoria-Mgallanes, km 7,5 norte,Estrecho de Magallanes, Punta Arenas Chile

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  • Gerardo Bartolome

    |

    Sabia que la estaban construyendo. Ya esta terminada?

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