Innocence, bidaiaren funtsa

By: Javier Brandoli

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Hubo un tiempo en que recorrer tierra incógnita era cosa de exploradores o mercenarios. Batzuk, ere, eran ambas cosas. Gero, antes de esta era de juicios sumarios de intenciones de todo y de todos, en los rincones oscuros de los mapas estaba la gloria. Si hay un verso que evoque mi pasión por el viaje es aquel anuncio que el irlandés Ernest Shackleton publicara en los tabloides para conseguir tripulación que le acompañara en su «conquista»de la Antártida: «Se buscan hombres para viaje peligroso. Soldata baxua. Muturreko hotza. Hilabete ilun osoak. Etengabeko arriskua. Itzulera ez dago ziurtatuta. Honor y reconocimiento en caso de éxito».

La posterior derrota victoriosa del británico, soñador de tierras blancas como las retinas de los hombres lejanos, es una enseñanza de vida más que un sobrevivir a las adversidades. Izango da, se anda y si hay suerte se vuelve. La meta no es llegar, la meta es ir.

De Javier Reverte, lagun, viajero y escritor, aprendí a amar África sin verla, si ni siquiera imaginarla aún. Su «El Sueño de África» supongo que me enganchó porque refleja una cierta inocencia sin la que es posible sobrevivir al genuino viaje (sin sorpresa todo es menos viaje). No cuenta las aventuras de un corresponsal avezado, ni la de un explorador del Siglo XIX buscando montañas nevadas regadas de elefantes, narra el viaje normal de un tipo que llega a la otra cara del mundo y se pierde en él.

Los verdaderos viajes son los que se adentran en la pobreza, violencia y enfermedad de los pueblos

Tan simple que el 90 por ciento de los que nunca fueron allá se sienten identificados con el camino de Reverte hecho texto y el 10 por ciento restante, los que ya conocen esas tierras, sienten probablemente que la obra pasa de puntillas por la realidad, la que dicta que los verdaderos viajes son los que se adentran en la pobreza, violencia y enfermedad de los pueblos como si denuncia y ruta fueran la misma cosa. De Reverte entendí que escribe libros para viajar y no que viaja para escribir libros. El matiz es importante.

Una de las primeras derrotas de las rutas, quizá la más dolorosa, es el lento final de la sorpresa y el comienzo inexorable de los juicios. Tan duros, tan crueles, que las aguas de todos los ríos del después languidecen con la sola mención del recuerdo de aquella jornada en la que te perdiste por el Amazonas.

Y todo es ayer sin entender, como explica esa joya de Hermann Hesse llamada Siddhartha, que la vida es ese río al que llamamos siempre con el mismo nombre sin comprender que a cada segundo su agua fluye y lo hace distinto. Los mejores viajeros que conozco son aquellos capaces de llegar a los lugares fabricando siempre una primera vez.

De Ryszard Kapuscinnski, el maestro polaco cuya obra y polémicas me genera algunas dudas, no vale en una crónica de viajes o periodística inventar nada (no lo vale al menos para mí), leí con pasión buena parte de sus obras. Creo que lo que más me ha quedado en la memoria es cuando en sus «Viajes con Herodoto» explica como se convirtió en corresponsal.

Unas semanas después volaba a Roma y de allí a Asia que, ondoren, era algo que ni siquiera había temblado

Dice Ryszard, polaco, que él pasaba cerca de la frontera de la República Checa y que cuando preguntó por viajar a otros lugares como periodista pensó en sólo pasar al otro lado de la valla, a conocer a esos vecinos que él observaba desde su mundo enrejado. Ese era todo el universo que él, con el telón de acero impidiendo que viajaran hombres e ideas, quería conocer. Unas semanas después volaba a Roma y de allí a Asia que, ondoren, era algo que ni siquiera había temblado. Su editor entendió que su viaje debía ser algo más largo que cruzar una frontera.

Entonces el mundo lo contaban sólo unos elegidos y sus miradas se convertían en un todo. A Henry Morton Stanley, el periodista y explorador británico, su editor del New York Herald, James Gordon Bennett Jr, le propuso en 1968 en París salir a buscar al perdido David Livingstone a África dejándole algunos encargos antes que no hacían tan directo el camino: debía ir antes a Egipto a la inauguración del Canal de Suez y hacer crónicas del país, luego ir a Crimea a hacer crónicas de la guerra, después llegar al Cáucaso y el mar Caspio pasando por Bagdad y luego Irán donde escribir de Persépolis para finalmente llegar a la India y embarcarse desde Bombay camino de Zanzíbar a donde llegó en enero de 1971. ¿Hay una sola opción de recibir hoy un encargo así?

De África leí mucho hasta tropezar con un libro de Livingstone´s Tribe, de Stephen Taylor, que era exactamente la historia que yo estaba pensando en narrar: la de los blancos occidentales que tantas veces tropecé y que siempre me pareció que muchos sobrevivían en un limbo en el que no pertenecían a nada ni nadie.

Dibujaba una tierra que olía a fruta , tierra húmeda y el aliento mortuorio de los fantasmas.

Amerikan, mis referentes viajeros fueron primero versos de García Márquez en los que dibujaba una tierra que olía a fruta , tierra húmeda y el aliento mortuorio de los fantasmas. Del colombiano lo escruté casi todo y en mi universo imaginario siempre hay unos Ojos de Perro Azul esperándome. Luego leí a Rulfo, Benedetti, Vargas Llosa…. y ya en México me enfrenté a «Los detectives salvajes» de Bolaño, duten, perdonen la herejía, me aburre soberanamente, al realismo mágico de Elena Garro y su «Los Recuerdos del Porvenir» y a la hasta ahora más inspiradora obra de viajes que he leído en los últimos años, «Palmeras de la brisa rápida, un viaje a Yucatán», de Juan Villoro que quizá ha sido un recuerdo revelador: en la inocencia está la esencia del viaje.

Villoro escribe con un enorme sentido del humor la crónica de un tipo de DF que acude al lejano y tranquilo Yucatán, donde la vida pasa sin molestar ausencias, tierra de sus abuelos. Y todo lo describe con la sorprendente mirada del viajero, sin buscar denunciar nada que no sea la vida. No intenta ajusticiar a los caciques, ni revelar a los mayas, ni condenar a los conquistadores españoles, ni sorprenderse por la falta de los narcotraficantes. Narra la vida, gabe, sin otro sentido que no sea el viaje. Me recuerda a esa pureza de Reverte y su El Sueño de África.

Ir sin pensar en lo que espera al volver, viajar con la ilusión del disfrute, contar con la calma del amateur que escribe sin pensar en la imagen que de él se harán sus lectores. Profesionalizamos los viajes, sublimamos al narrador sobre lo narrado y la única opción fue ir matando pureza, elevando el sufrimiento y contando y viajando por el planeta como el que supera una gymkana.

Happy urte berria, en 2017 más VaP.

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Comments (5)

  • Daniel Landa

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    Comparto esa idea, la de la inocencia. O miramos con ojos nuevos o se nos hacen repetidos los viajes. Gran reflexión Brandoli!!

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  • Javier Brandoli

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    Es que hasta un viaje puede convertirse en rutina. Abrazo Dani!

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  • Ricardo Coarasa

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    Bidaiariak, como el periodista, nunca debe ser protagonista. Zoritxarrez, esan duzun bezala, las redes sociales (tan útiles para otras tantas cosas) han sublimado al viajero por encima del viaje, y al menos a mí, como te pasa a ti, me interesa más el paisaje y el paisanaje que el viajero en sí mismo. Recuperar la inocencia, beraz,, es sobre todo despojarse de cualquier protagonismo y, como decía Stendhal, limitarse a ser un espejo a lo largo del camino. Lo demás es hojarasca

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  • Carlos

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    Completamente de acuerdo con tu idea, la inocencia como clave fundamental. Leí una vez que un sabio decía que la felicidad sería «una buena salud y una mala memoria». Como los niños, con esa inocencia y al no tener prácticamente experiencias, ven siempre los aspectos positivos sobre los negativos.

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  • Pink

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    Comparto esta idea de la necesidad de conservar una mirada inocente, y diría, más que inocente, limpia de prejuicios previos o, baizik eta, con voluntad de eliminar -neutralizar, en la medida de lo posible-, los prejuicios propios.

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