Ghyaru, el valle de las hadas y los dragones mágicos

Por: Juancho Sánchez/Gustavo Castelao (texto/fotos)
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Día 6. Upper Pisang-Bhraga. Una cosa que me encanta de la montaña es que todas las mañanas se puede re-desayunar sin cargo de conciencia. Uno se levanta temprano y dolorido, se pone ciego a café, cereales, muesly, porridge, fruta, dulces, pan tibetano con miel y cosas así… Y a medio camino de la jornada, para y se vuelve a llenar hasta arriba.

Y encima notas que los pantalones te quedan cada vez más holgados y que los demás no te critican por glotón, sino que te animan a que recuperes energías. Eso está bien, aunque haya que andar mucho.

Esta sexta jornada, en plena ascensión, hemos re-desayunado en Ghyaru, el techo de un pico abrupto que nace en plena cordillera himalaya y que está a 3.720 metros de altura, exactamente dos más que la cima de España, el Teide, que tiene 3.718. Uno se imagina mirando al Atlántico desde tan alto y, por un momento, no le importaría cambiarse para darse un chapuzón y tomarse una mahou helada en la playa. Luego vuelve a mirar hacia su izquierda, y repasa con los ojos los macizos nevados del Annapurna 2, el Annapurna, 4, el Gangapurna y el Annapurna 3, y recuerda que está en uno de los lugares sagrados del universo.

La etapa de hoy ha sido para descoyuntarse las cervicales, de tanto girar la cabeza a un lado y a otro para admirar la magnificencia de las montañas. Después de coronar Ghyaru hemos entrado, en prolongada bajada, en una especie de cañón rodeado de gigantes blancos y de yaks, los míticos rumiantes blancos de estas tierras, acompañados siempre por el sempiterno río Marsyangdi, praderas salpicadas de pinos, robles y rododendros y minúsculas aldeas en las que uno se pregunta de qué vivirán aquí. Si alguien me hubiera dicho que es en este valle donde nacieron las hadas y los dragones mágicos, lo hubiera creído.

Uno se imagina mirando al Atlántico desde tan alto y, por un momento, no le importaría cambiarse para darse un chapuzón y tomarse una mahou helada en la playa. Luego vuelve a mirar hacia su izquierda, y repasa con los ojos los macizos nevados del Annapurna.

Ha sido, esta sexta, una jornada divertida. Definitivamente, los bomberos nos han adoptado. Son desternillantes. Bromean con todas las chicas que nos encontramos, les regalan flores, se han hecho amigos de todo el mundo… Somos más conocidos que Fernando Alonso. Uno de ellos, Gustavo, hace fotos espectaculares, exactamente las que estáis viendo en mis crónicas de estos días. Otro, Alberto, estudia música, surfea y arregla motos antiguas. Mari es especialista en descenso de cañones. Hoy hemos tenido un problema al reencontrarnos con Quico, Sara y Javi, que se desviaron ayer de la ruta para subir a un mirador de casi 5.000 metros. Mucha tela. Quico ha vuelto enfermo. No sabemos si será una bronquitis o el mal de altura, pero le duele el pecho y tiene mucha fiebre. Menos mal que mañana no toca subir, porque haremos día de aclimatación. Hemos decidido parar en Bhraga, que está como a 20 minutos andando del pueblo más importante de la zona, Manang. No lo hemos hecho por nada en especial, sino porque nos ha parecido recogido e interesante, mucho más tranquilo que Manang.

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