Kioto en los ojos de una geisha

Por: Daniel Landa (Texto) Nacho Melero (Fotos)
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Cando a noite cae, Kioto se encendía tenue como la luz de una vela. Salimos a caminar las calles del barrio de Gion y allí las maikos, aprendices de giesha, corrían de punitillas como si su presencia tuviera algo de clandestino, como si no pudieran ser del todo en un Japón que crece a ritmo de robot y trenes de alta velocidad.

Gion se resiste al futuro. Tiene un río que serpentea entre los farolillos, tiene restaurantes donde te saludan desde la puerta, aun sin entrar a cenar, con una reverencia medieval. Gion tiene lo que tienen los sitios encantados, sombras en los recodos, secretos al final de la calle y amantes que uno se va inventando por las esquinas.

Cuando nos alejamos de sus fachadas de madera, Kioto regresó a la actualidad. El resto de la antigua capital de Japón no escatima en centros comerciales, calles abigarradas de letras en vertical y hasta un bosque de bambú donde los que pierden la dignidad, la fortuna o el amor, acuden al encuentro de la muerte. Cuentan que hace años el bosque estaba lleno de carteles que cantaban a la vida, tratando de disuadir a los suicidas.

Hace años el bosque estaba lleno de carteles que cantaban a la vida, tratando de disuadir a los suicidas.

Con tanta lírica y tanta tragedia, el mercado Nishiki nos pareció un lugar mucho más digerible, aunque a las pocas horas de estar allí, Eu, polo menos, cambié de opinión. Queríamos grabar aquel espacio lleno de puestos de comida que desafían al más creativo de los gastrónomos. Un paseo por Nishiki puede llegar a empacharte. Me entusiasmó la idea de ir probando diferentes pinchos porque picotear en Japón significa descubrir sabores que antes uno creía irreconciliables. Fue así como probé bambú con salsa de sake, pulpo relleno de manzana y croquetas de chocolate. También acepté sin rechistar una especie de tapa de berenjena con jengibre, varios tipos de sushi, higaditos fritos de no sé qué, un dulce de té verde y unos cuantos vasos de especies aromáticas. A continuación,, nos fuimos a comer.

Nacho Melero había fotografiado hasta el olor de las verduras y tanto Yeray como Pablo grabaron a discreción todo tipo de platos coloridos, pero en cuanto a la historia que queríamos contar en Kioto, aquello no fue más que un ligero aperitivo.

Fuimos a la escuela donde adoctrinan a las geikos, que es como en la ciudad se conoce a las geishas. Había salas diáfanas junto a jardines cuidados, todo en equilibrio, pues como ya sabíamos nada hay más japonés que la armonía. Entonces apareció Kashia. Vestía un traje tradicional verde claro, llevaba un peinado ingrávido, un tocado discreto y la cara pintada de un color blanco de ángel. La serenidad de su presencia dejaba una estela de silencios a su paso.

Se sentó donde le pedimos. Lo hizo de rodillas, con el torso erguido y los brazos cruzados. Había tanta delicadeza en sus gestos que temí romperla en mil pedazos con una pregunta impertinente.

Había tanta delicadeza en sus gestos que temí romperla en mil pedazos con una pregunta impertinente

Le pedí a Kashia que me mirara a mí. En las entrevistas que requieren de un intérprete, como era el caso, el entrevistado suele dirigirse por inercia al traductor, pues resulta incómodo escuchar de un extraño un idioma incomprensible o hablar en tu idioma a quien no puede entenderte. Con ella fue diferente. Me miraba de forma tan directa que me sentí a un tiempo seducido y amedrentado. Tenía los ojos oscuros y parecía entenderme cuando le pregunté si podía casarse siendo una geisha. La seguridad de sus respuestas disipaba cualquier imagen de fragilidad

-No nos está permitido casarnos, pero si encuentro a la persona indicada, dejaría de ser una geiko.

Me contó Kashia la disciplina que se les exige para llegar a ser una mujer de su condición. Han de ser versadas en la música y la literatura, deben bailar con soltura, conocer el protocolo frente a la mesa. Su comportamiento en sociedad ha de ser impecable, están preparadas si participan en cualquier tertulia y trabajan el arte la discreción. Todo ello ¿para qué? Me preguntaba yo sin atreverme a verbalizarlo. ¿Cuál es el fin último de una gheisa?

Me miraba de forma tan directa que me sentí a un tiempo seducido y amedrentado.

Cuando se publicó la novela “Memorias de una geisha”, la polémica sacudió a cierta parte de la sociedad nipona. El libro las describe poco menos que como esclavas sexuales y toda la parafernalia tradicional que envuelve el mundo de las geishas, a algunos japoneses se les antoja retrógrada y represiva. Mais, otras voces, entre ellas la mujer sobre la que se basa el libro, sostienen que no hay nada pernicioso en el trabajo de una geisha. Algunas acaban contrayendo matrimonio con clientes, pero eso parece más bien una dote y no una remuneración por servicios sexuales.

Cundo le pregunté a Kashia por la novela admitió que no la había leído, ni había visto la película. Lo dijo con la naturalidad de quien no necesita excusas.

-A mí no me importa lo que diga la gente. He soñado desde niña con ser una geiko. Es un gran honor tener este reconocimiento.

Y sonrió, ligeramente, con un orgullo casi imperceptible. Entonces nos regaló sus danzas, tocó música para nosotros, hizo sus reverencias y se marchó casi flotando.

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Comentarios (7)

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    Wow, Dani!

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  • Elena

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    Hola a todos! Hola Daniel!
    Gustoume, como sempre, cuando nos cuentas lo que toque en ese momento. Hoy me transportaste a Japón y vi a Kashia bailar y tocar su música y alejarse de esa forma tan especial!
    Mil gracias y un abrazo
    Hasta el próximo artículo!
    Elena

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  • José Alberto

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    Excelente artigo.
    Grazas

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  • Loreto

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    Cuando te leo, me transporto allá donde tu estas !

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  • José Manuel

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    eres un gran escritor y tienes el don de llevarnos a los mas recónditos lugares con tus escritos, gracias Daniel, eres grande!

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  • silvia perdomo

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    Geiko ,geisha ….mujer instruida en artes ,neste caso,para el reposo del guerrero ,siempre el hombrepero en tu escrito se capta una dignidad que,polo menos, interroga y motiva al respeto

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  • Lydia

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    Hola Daniel.
    Consigues que nos metamos de lleno en tus relatos. Parabéns

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