Ruta por Baixa California Sur: o mexico espido

Por: Javier Brandoli (texto e fotos)
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México se vistió de México una mañana en la que aterricé en Guerrero Negro, un pueblo perdido en el mapa que tropecé tras una corta ruta por Baja California sur. Sus campos eran secos y arenosos como las macetas muertas. Había millones de cactus y sirios, una extraña planta endémica, esparciéndose por un terreno plano como las lápidas de un cementerio. El viento era lo único que parecía capaz de moverse. Aquel era el México árido con el que soñaba en mi niñez, un lugar distinto del que contemplé en Yucatán, el DF o Veracruz, los lugares que conozco hasta ahora de mi nueva casa.

¿Quizá sea porque me apasionan los desiertos, o por volver a los caminos de arena, o quizá por aquel impresionante atardecer que amenazó con marchar mientras contemplábamos pinturas rupestres en el abrigo de una roca llamada Cueva de la Almeja? No sé porque fue, pero sé que me separé sin decir nada algo del grupo, me senté sobre una piedra y recobré aquellas sensaciones algo lejanas de mi África al sentir la soledad total de un lugar que le es ajeno al hombre. Era un infinito carente de compromisos vitales que no fuera el total silencio de la nada. Supongo que me vuelven loco esos lugares en los que todo invita a no decir nada.

El mundo tiene aún rincones donde no se reglamentaron el hola y el adiós

A continuación,, ya en el coche, hablaba con nuestros guías dedicados a la conservación natural y me contaban que allí está permitida la acampada libre, en el desierto o en la playa, y que lo hacen los gringos, y que nadie importuna la absoluta libertad del campista y que el mundo tiene aún rincones donde no se reglamentaron el hola y el adiós. Eu tamén, que sólo me gustan las acampadas en los lugares perdidos donde no hay nadie alrededor, hacía mis cuentas en los mapas y me prometía que algún día haré un viaje desde el DF hasta aquí, cargando una tienda, para volver a dormir una noche lejos de todo, hasta de mí. Cruzaré Sonora y bajaré desde Tijuana toda la Baja California cuando sienta nostalgia de la otra vida, esa que se hace de espaldas a las leyes humanas.

Aquella noche cenamos en un hostal-restaurante, Malarrimo, que era un párrafo perdido de una novela de los balleneros del siglo XIX. Entonces creo que debió haber una taberna donde los marineros acudían a beber tequila en tazas de café mientras se apostaban en una partida de cartas quién pescaría mañana las ballenas con el ancla y quién con un anzuelo. Seguro que lo harían en una localidad llamada Guerrero Negro, traducción de un viejo barco estadounidense hundido en aquella laguna llamado Black Warrior.

Las velas goteaban sangre mientras los hombres cazaban ballenas con sus arpones

Aquel endemoniado mascarón de madera, en el que las velas goteaban sangre mientras los hombres cazaban ballenas con sus arpones, se fue al jodido infierno en aquellas aguas cuando uno de aquellos cetáceos encontró una forma de reventarles los huesos. Los lugareños, desconocedores del nombre de la ballena triunfadora decidieron entonces poner al lugar el nombre de la víctima, Guerrero Negro, que, tamén, tuvo la cortesía de no molestar con los trámites del entierro.

Así debió ser, o así me lo inventé yo, me decía mi conciencia mientras escuchaba más historias del lugar en aquel Malarrimo donde coleccionan desde hace décadas los vómitos del mar. En sus vitrinas hay algunas botellas que aún guardan sus mensajes, trozos de anclas, de mascarones y de almas. Todo lo escupieron las aguas y ellos lo guardaron convirtiendo por momento el bar en un museo de húmedos objetos perdidos.

El Malarrimo es el bar donde yo quiero emborracharme con mezcal todas las noches

A modernidade deulle ao negocio daquel lugar perdido o aire canalla de lugares onde nunca se sabe que metade das cousas son mentiras e que outra metade son incertas.. Fai, el Malarrimo é o bar onde quero emborracharme de mezcal todas as noites con clientes que me din que dormen coa pantasma de Moby Dyck.

A continuación,, mañá seguinte, despertamos en un motel de carretera que no era otra cosa que una larga línea negra que une el sur y el norte. En el paseo con los coches por el pueblo entendí que nadie se molestaría en darle cuerda a los relojes. La sal se pegaba a las fachadas evitando las manos de pintura posteriores. Era un sitio perdido, me pareció en aquel vistazo ingenuo. Era el sitio al que quiero volver.

Sus cabezas y colas salían y entraban de entre las olas

Y de pronto nos vimos en unas barcas y surcando las aguas de la laguna Ojo de Liebre. El lugar está rodeado de dunas del desierto. Nada, salvo una fábrica de sal. Nada. E hai, en medio de esas aguas, aparecieron ante nosotros decenas de ballenas grises. Salían de todas partes. Girábamos las cabezas tras un ruido, un soplido o un mover de las aguas. Sus cabezas y colas salían y entraban de entre las olas.

Nosotros mirábamos aturdidos por el exceso y el capitán nos prometía que con paciencia llegaríamos a tocar a los cetáceos. México ha convertido lo que antes era un lugar donde las ballenas llegaban desde Alaska a reproducirse y eran cazadas por cientos, en un santuario donde los animales de hasta 18 metros de longitud viven en libertad. Han nacido allí hasta 1.198 ejemplares en un año y su población ha alcanzado los 2.305 Membros.

Ocurrió lo que nos dijeron y cuando las madres y las crías se acostumbraron a nuestra presencia se acercaron a las barcas y se dejaron acariciar. Su piel parece cubierta de una cierta gelatina suave. El roce produce un efecto extraño, como si tanta vida fuera posible que cupiera en la palma de una mano. Y no lo hacía, como no cabe en la mirada ese fascinante desierto que es Baja California, otro de esos lugares en los que el hombre es aún anecdótico. Un privilegio en este hoy del después.

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Comentarios (2)

  • Art Pun

    |

    Crónica genial como siempre Javier, es un placer leerte, un luxo.
    Grazas
    Aperta

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  • Javier Brandoli

    |

    Muchísimas gracias a ti Arte Pun

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