Viaxe ao Reino de selva, Calakmul pedra e morcegos

Por: Javier Brandoli (texto e fotos)
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Calakmul queda ao sur da choiva e do vento e do norte da ira de volcáns. Onde as estradas cruzan nunha espesa selva pola que os homes camiñan furtivamente para tropezar cunha nova vida rodeada de felinos e militares. Non se ve, a ninguén, porque cando o verde é denso ten a virtude de erros de camuflaxe.

Calakmul es chicle y hoja, tamales, panuchos, puchero y chocolomo, murciélagos vagabundos, montañas de piedra, estelas sin nombre y pavos de colores. Todo se encuentra tras un camino que bordea la frontera con Guatemala. Hasta allá llevaría el sendero sino fuera por las leyes del hombre empeñadas en levantar muros donde había caudales libres y trochas para los venados. Por unha banda,, casi se ve, la ciudad maya de Tikal, outro, como si el tiempo se hubiera domado, la ciudad maya de Calakmul. En el medio, encaramados al cielo, nós, sobre unas ruinas que parecen no pertenecer a nadie. Guatemala y México carecen aquí de sentido: inventados, forzados, lugares ficticios creados por los hombres que bajaron de aquellos barcos. Ley universal la de otorgar el deslinde a los vencedores. Ya era así entonces. Las Tikal y Calakmul mayas también se desangraron por dominarse. Se conquistaron, guerrearon y aniquilaron para dirimir quien tenía el derecho a regir la tierra del quetzal, la serpiente y los jaguares. Ahí estamos nosotros, en medio de aquel reino olvidado que redescubrió un gringo en 1931 mientras desbrozaba madeja vegetal para encontrar el árbol del chicozapote con cuya resina se hacen los chicles.

Las Tikal y Calakmul mayas también se desangraron por dominarse

Y entonces trepas a la estructura VII, una pirámide desde la que contemplas el entorno en 360 grados y desde la que comprendes que estás en un reino salvaje, rodeados de selva hasta el infinito, en el que sobresale la copa de templos y altares. Y todo eso lo disfrutamos solos, sin nadie alrededor, sin las hordas de turistas de Chichen Itzá, o el gentío de las ruinas de Tikal, Uxmal o Palenque. Vine a finales de mayo aquí por primera vez, tardé más de tres años de vida en México en decidirme a conocer esta tierra incógnita, y disfruté de tanta soledad que necesité volver dos meses después con mis amigos Óscar y Juancho para corroborar que es cierto que aún se puede caminar solo por un espacio que es patrimonio cultural y natural de la Unesco. ¿Conocen muchos lugares con la virtud de la belleza y la soledad? Ya quedan pocos.

Y mientras estamos arriba, contemplando un manto verde y las puntas de las estructuras I y II, vemos que a los lejos se acerca una tormenta. Tan lejos está que tarda hasta cinco minutos en abalanzarse sobre nuestras cabezas y arreciar la lluvia con esa velocidad del trópico donde la naturaleza carece de modales. En los trópicos lo único lento es el hombre.

En los trópicos lo único lento es el hombre

Descendemos entonces aquellas piedras, con sus escalones estrechos, escuchando el rugir de los monos. Porque esta es tierra de monos arañas y monos aulladores, guardianes de Calakmul, a los que el agua agita sus voces. Por unos instantes, dura el tiempo justo de escuchar la voz de la selva, sentimos las nubes vaciarse sobre nuestros hombros y nos reencontramos con el sentido del viaje. Eso pasa algunas veces, poucos, en las que todo ocurre a la vez para no olvidarlo. Son detalles: auga, rugidos, historia y soledad. ¿Se imaginan tanto privilegio?

Después salimos de aquellas ruinas, con la sensación de no haberlo querido entender todo, y emprendimos camino deprisa a una cueva de murciélagos. Non obstante, en 60 kilómetros de carretera que hay entre las ruinas y la puerta de entrada al Parque hay la posibilidad de la selva, del safari. La primera vez que hice este camino de retorno en mayo vimos pavos salvajes, faisanes, venados, monos, un zorrillo y un tejón. O segundo, la naturaleza es más cauta, y nos muestra un jabalí, algún venado y pavos. Fai, ahora tocan murciélagos. (Ambas visitas a Calakmul nos levantamos al día siguiente a las cinco de la mañana para hacer una caminata por la selva para tropezar animales, con la esperanza vaga del jaguar, que no encontramos. Nos contentamos con un oso hormiguero).

Decenas de miles de murciélagos van saliendo a la vez, camino del cielo, en una danza en espiral

Justo antes del atardecer llegamos por un sendero de unos quinientos metros, sin señalizar, que parte de la carretera a unos diez kilómetros del hotel Puerta de Calakmul, a una cavidad. No paso, entre árbores, vemos en el cielo a los mamíferos extendiendo las alas. Hoy parece que al estar nublado los animales salieron antes de su escondite. La imagen al asomarnos al abismo es impactante. Decenas de miles de murciélagos van saliendo a la vez, camino del cielo, en una danza en espiral. Se calcula que hay más de cinco millones de ejemplares que cada atardecer salen a la oscuridad a alimentarse y polinizar los campos. Se escucha su rugir, el golpear del viento con sus brazos, el caer de algunas ramas. Es un grifo abierto de cuerpos y alas que se alejan hasta donde se apaga la luz. Un espectáculo que contemplamos no más de veinte personas. Callados, impávidos, entre el privilegio del silencio, se nos hace de noche mientras comprendemos que nunca se duerme en el reino perdido de Calakmul.

 

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Comentarios (3)

  • Daniel Landa

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    Ha sido como entrar en una fábula, como conocer un secreto oculto entre la selva, los murciélagos y esas piedras que te hablan. Parabéns, Brandoli.

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  • Ricardo

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    Historia magnífica. Casi se pueden escuchar los gritos de la selva. Me ha devuelto los sonidos de otras caminatas por selvas impenetrablesPuro VAP

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