Guadarrama: un islote sobre el oleaje

Por: Eduardo Martínez de Pisón (texto y fotos)
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Fue Madrid para mí un lugar de acogida, entre tantos pobladores que llegamos aquí un día y nos quedamos. Y Madrid me pareció ancho y agitado. Pero ese mar tenía por fortuna un islote de sílice, el Guadarrama, que sobresalía sobre el oleaje para que descansaras en él, gozaras del horizonte y te pudieras salvar de previsibles naufragios.

Sin esta próxima referen­cia de silencio, rocas y bosques, pienso que Madrid sería para muchos de nosotros bastante menos habitable. Madrid no se puede explicar sin la seguridad bondadosa que emana del Guadarrama. Por esto y por otras cosas, todo el mundo está de acuerdo en que esta sierra es un paisaje con alma.

Sin esta próxima referen­cia de silencio, rocas y bosques, pienso que Madrid sería para muchos de nosotros bastante menos habitable

Ese islote es un don natural, algo castigado. En otra ocasión he escrito que, cuando repaso el último medio siglo de la Sierra de Guadarrama, veo desfilar en sucesión los padecimientos que ha experimentado y me parece similar a don Quijote cuando alguien le preguntaba: «¿Cómo que hasta aquí has llegado, sin haberte muerto los infinitos palos que tienes a cuestas?». Pero, igual que los ciudadanos de Madrid podemos tener la capacidad necesaria para arrollar la Sierra, también en esta ciudad anida la más fuerte voluntad de salvarla. Así ha sido. El mar bate, pero también defiende su islote. Guardar sus valores naturales ha constituido para muchos un acto de civilización.

¿Cómo no íbamos a mostrar lógica alegría al asistir a vuestra llegada, por fin, a Parque Nacional?

Esa reserva de silencio tiene cumbres altas, aristas torreadas, circos glaciares con lagunas, laderas con arboledas, valles amplios y gargantas sombrías. En esta sencillez se ha moldeado a lo largo de siglos un paisaje con rostro humano, donde no hay una parcela sin nombre ni recuerdo. En mi experiencia de montañas tengo esos lugares del Guadarrama como casa propia, escenarios de sosiego, de aprendizaje, de repetidos trozos de vida y, por ello, de afectos a las cosas, a los sitios, a los panoramas. Y, así, en el fondo de la belleza y la hondura de los paisajes, la Sierra es un arca de experiencias, de cordialidades y emociones, un pozo de sentimientos.

Estoy agradecido, siempre lo repito, a la sierra del silencio, a la de los grandes árboles con raíces nudosas que cruzan los senderos

Estoy agradecido, siempre lo repito, a la sierra del silencio, a la de los grandes árboles con raíces nudosas que cruzan los senderos, a sus peñas grises, sus panoramas tendidos. A la sierra de la tormenta que rueda dando golpes por sus lomas, a la del agua de arroyos humildes, de lagunas que mecen la luz en las rocas de su orilla y a la de nieves que regalan de año en año tanta dignidad a los paisajes. Rocas ásperas, malezas en forma de jardines, viento que habla con el agua, profundamente, muchas gracias.

¿Cómo no íbamos a mostrar lógica alegría al asistir a vuestra llegada, por fin, a Parque Nacional, aunque sólo sea con estas pocas palabras? Pero, desde esta satisfacción plena y sin manías, como sabemos que siempre os merecéis más, continuaremos pensando en la manera de agrandar el regalo.

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