Guanajuato: ciudad de vida y muerte

No se me ocurre un nombre más mexicano que Guanajuato. En sus calles rivalizan las tunas con los mariachis y la euforia de las noches de tequila se prolonga a la luz del día en el mercado de las flores. Guanajuato es luz, huele a claveles y a cultura. Si sus plazas fuesen más alegres tendrían que reírse. Los chicos juegan en los kioscos coloniales, las madres pasean a sus niños agitando sonajeros y los más ancianos se sientan frente a los jardines a ver cómo crecen las buganvilias.

Por si fuera poco, la ciudad concentra el mayor evento cultural de Latinoamérica: el festival Cervantino. Miles de personas se reúnen cada año para escuchar la música de los más ilustres cantantes del continente, o para ver las obras del Teatro Juárez, solemne fachada que da cobijo al arte. Desde Cantinflas a Chavela Vargas, desde la Orquesta Filarmónica de Nueva York a Enrique Bunbury, muchas celebridades han pisado los escenarios de Guanajuato. Óperas, danzas, películas… todo cabe en un lugar con vocación de trascendencia, que pretende, por encima de cualquier otra cosa, preservar la lengua española como legado cultural más preciado. El nombre del festival es un homenaje al idioma de sus colonizadores, que hoy es suyo y lo defienden más que aquellos, con más orgullo.

Llegaron muchos más colonos locos a extraer la prosperidad con sus picos, sus indígenas y sus planes de futuro.

Así, con aire de Quijote y sabor a guacamole, llegamos Alfonso y yo a la ciudad, sin saber por dónde empezar a grabar. Aún sin ser época de festival, fuimos testigos de una exhibición de vida por todas partes.

Varios siglos antes, la ciudad creció con un propósito mucho más metálico: el oro y la plata de sus minas. Un conquistador loco llamado Antonio de Obregón y Alcocer se empeño en excavar bajo un terreno que, un buen día de 1760 -óptimo diría yo-, descubrió que albergaba en sus entrañas la mayor veta de oro jamás encontrada hasta la fecha. Llegaron muchos más colonos locos a extraer la prosperidad con sus picos, sus indígenas y sus planes de futuro.

Abastecieron las arcas de los españoles y se levantaron iglesias con retablos brillantes y todos eran felices porque el dinero claro que daba la felicidad. Se estaba gestando la burbuja de aquellos tiempos. Incluso se construyó una red de túneles para el desagüe, que permanece hasta nuestros días. Hoy, los coches llegan a la ciudad por debajo, atravesando un laberinto de carreteras subterráneas que ya quisiera para sí el mismísimo Gallardón. Las traseras de las casas cuelgan de las paredes de los túneles en un desorden tal que uno acaba sospechando que está viendo la ciudad al revés. Me pareció surrealista, como si el arquitecto hubiera perdido los papeles. Todo era posible en el mundo de los sueños dorados y si no hicieron aeropuertos vacíos es porque no existían los aviones.

Hoy, los coches llegan a la ciudad por debajo, atravesando un laberinto de carreteras subterráneas que ya quisiera para sí el mismísimo Gallardón.

Pero explotó la burbuja minera y con el último lingote de oro, se acabó la fiesta. O eso podría pensarse, pero los mexicanos tienen el don de reinventarse. Hoy las minas están vacías y los bares llenos, las iglesias van perdiendo el lustre de otras épocas pero en las calles no se escatima con la música. Era imposible no pasear Guanajuato, no perderse un rato por sus rincones, mezclarse con los estudiantes y contagiarse de esa risa adolescente que surge por defecto en las ciudades alegres.

Y entonces descubrimos que en esta ciudad, que se pinta de colores hacia afuera, tiene un lado siniestro. Y otra vez hay que buscar en el subsuelo. No son sus minas hoy cerradas, ni sus túneles extraños, no, es otra cosa: son sus muertos, porque aquí hasta los muertos se resisten a dejar de vivir.

El Museo de las Momias tiene un nombre que deja poco margen al suspense. En el mausoleo municipal de Guanajuato se han encontrado más de 100 cuerpos incorruptos. El gran misterio reside en el hecho de que estos cadáveres nunca fueron embalsamados y por lo tanto nadie encuentra explicación al suceso. Cada año se hallan nuevos cuerpos que mantienen su pellejo, su expresión de hombres y mujeres vivos.

Incluso permanece expuesta, en una sala oscura, la figura de un feto momificado, que no llegó a nacer y que no acabó de morirse.

Los muertos sólo dan miedo cuando no parecen muertos. Visitar las vitrinas del museo resulta desconcertante para un científico, emocionante para un sádico y tenebroso para el resto de los mortales, que aspiramos a serlo. Debido a este fenómeno que impide la descomposición de los cuerpos, es posible ver el rostro de algunos que fueron enterrados por error aún con vida, es posible también ver la estampa especialmente lúgubre de algunos niños e incluso permanece expuesta, en una sala oscura, la figura de un feto momificado, que no llegó a nacer y que no acabó de morirse.

Cuando salimos a tomar el aire, seguían mezclándose en las calles las capas de los tunos y los sombreros de los mariachis, las flores y el tequila, porque en las ciudades eternas, la muerte es sólo una manera de ir viviendo.

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Comentarios (4)

  • Rosa

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    Debe ser el museo más espeluznantes del mundo y desde luego también el más curioso. Sin embargo lo que más me gusta de todas estas ciudades es el colorido de sus mercados.

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  • Eloy

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    El ambiente de Guanajuato es genial. La verdad es que es una ciudad dónde vivir. Y más si cabe viendo la crisis que tenemos en España. Es obligatorio visitar Guanajuato si vas a México!

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  • Elena

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    Mira que me gustan los lugares paisajísticos que sueles mostrar pero estas ciudades tan influidas por la cultura del mestizaje y llenas de historias me fascinan y creo que merecen un lugar destacado en tus crónicas.
    El Museo de las Momias es un ejemplo más de la visión tan distinta que tienen en México de la muerte.Es aterrador pero inevitablemente interesante.

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  • Lydia

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    Dejas muy claro cómo conviven la vida y la muerte, el contraste…

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