Irlanda del Norte: ser o no ser (parte II)

Por: Daniel Landa (texto y fotos)
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Cuando me alejé de la capital sentí cierto sosiego. El autobús cruzó campos verdes y se acercó a la costa con sus acantilados severos, sin transición alguna. La tierra acaba con brusquedad, como enfadada con el mar.

El autobús se detuvo frente a la Calzada del Gigante (Giant’s Causeway), un nombre de leyenda para explicar un fenómeno extraño. Hay que poner muchos ceros a los años para remontarse a la era en que aquí había volcanes expulsando lava con rabia. Hoy, más de 40.000 columnas de basalto forman una especie de empedrado, con geometrías hexagonales, que cuesta atribuirle a la acción de la naturaleza.

Llegamos a un lugar que ya más que heridas exhibe su gangrena de forma explícita.

Más tarde nos asomamos a nuevos acantilados, llenos de flores que no conseguían suavizar lo abrupto de sus paredes. Estuvimos toda la mañana parando en distintos miradores, desenfundando cámaras, cruzando puentes colgantes, visitando ruinas celtas, castillos desdentados que siguen asomándose al mar. Y así, poco a poco fuimos olvidándonos de Belfast. Pero entonces llegamos a un lugar que ya más que heridas exhibe su gangrena de forma explícita.

Derry o Londonderry

Los católicos la llaman Derry, los protestantes Londonderry. En cualquier caso, se trata de una ciudad donde a mí me costaba respirar. Es mucho más pequeña que Belfast y aquí los barrios están marcados sin sutilezas. Carteles de ambos bandos muestran mensajes directos. En la entrada de la parte nacionalista puede leerse: “Ahora está usted entrando en la Derry libre” y en la zona unionista el cartel reza: “Londonderry, el banco oeste republicano todavía esta sitiado. No nos rendiremos”. Y así andan. Hoy. Ahora.

La camarera y el cliente me miraron como sólo se mira a un imbécil y no dijeron nada. Bebí lo más deprisa que pude y salí de allí.

Llovía y el cielo estaba tan gris, que tuve la sensación de que nunca, jamás, podría brillar aquí el sol. Se me antojó pensar que era la forma coherente con la que el clima asediaba a esta ciudad de grises pensamientos. Entré en un pub de la zona protestante. La camarera, una señora amable me sirvió una cerveza. Un hombre me miraba acodado en la barra. Entonces solté una de esas estupideces que se sueltan precisamente por decir algo y no parecer estúpido: “ésta es una ciudad tranquila ¿verdad?”, espeté, y al instante me mordí la lengua sin acabar de entender por qué dije aquello. La camarera y el cliente me miraron como sólo se mira a un imbécil y no dijeron nada. Bebí lo más deprisa que pude y salí de allí.

Mientras caminaba por la muralla que separa ambos lados de la ciudad, pensé en la raíz del conflicto. En realidad ambos bandos son unionistas, unos quieren seguir perteneciendo al Reino Unido y los otros se dividen entre los que quieren la independencia total de Irlanda del Norte y los que buscan integrarse en Irlanda. No sé si la religión es una excusa o más bien la esencia de la discordia. En cualquier caso, más allá de las discrepancias ideológicas, políticas y religiosas, es evidente que lo único que comparten es un pasado bélico irreconciliable.

Varios artistas han pintado sus horrores para recordar las deudas de la otra parte. Nadie olvida, es más, se empeñan en mantener vivas las tragedias.

Sobre la colina donde están asentados los barrios unionistas, sentí el impacto de los  murales en las fachadas de abajo, de los católicos. Varios artistas han pintado sus horrores para recordar las deudas de la otra parte. Nadie olvida, es más, se empeñan en rescatar la memoria, en mantener vivas las tragedias. El 30 de enero de 1972 tuvo lugar aquí, un hecho que marcó la historia del conflicto de Irlanda del Norte. El llamado Domingo Sangriento (el Bloody Sunday, al que canta U2), marca la fecha en la que la policía -inglesa- atacó a un grupo de manifestantes católicos. Murieron 14 personas, varios jóvenes entre ellos. El monumento a los caídos está siempre lleno de flores.

Los dos principales partidos políticos hacían campaña en sus diferentes barrios, lo cual me pareció que tenía muy poco sentido aquí, porque los votos ya están repartidos. Cualquier discurso parece excluir a la otra parte. Ser o no ser, esa parece aquí la cuestión. Estás allí o aquí, eres o no eres de los nuestros.

Hay una estatua tímida, en una pequeña rotonda de la ciudad, que trata de conmemorar el final de la guerra abierta: la paz entre protestantes y católicos, entre unionistas y nacionalistas, entre una mínima mayoría y una gran minoría. Pero lo cierto es que no parece suficiente un gesto tallado en piedra.

Seguía lloviendo cuando dejé Derry o Londonderry o el lugar más triste del mundo.

 

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Comentarios (5)

  • Andrea

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    Magnífico, Daniel. Me has transportado allí!

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  • Ana

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    ufff.. me he estresado

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  • Javier Brandoli

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    Muy buena la historia. Realmente buena para explicar lo bobo que llega a ser el ser humano. De por vida, así será dentro de 200 años en los que unos tipos pongan flores en un monumento y hablen con conciencia de un día en el que no saben bien lo que pasó pero que les impide cruzar al otro barrio.

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  • Nacho Melero

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    ¡¡Fantástico fenómeno!! ¿Leerá la camarera o algún vecino de allí tu relato? Creo que les serviría de buena terapia. Una opinión de alguien de fuera, un punto de vista ajeno, una mirada sin contaminación que avisa de lo absurdo que podemos llegar a ser los seres humanos cuando nos lo proponemos…

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  • Carlos L

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    Es curioso Daniel, yo también estuve paseando por Derry este año y tuve suerte… no era un día gris ni llovía y nunca se me ocurriría definirla como el lugar más triste del mundo. Derry, a pesar del conficto palpable entre unionistas y nacionalistas, es una ciudad agradable con una preciosa muralla y una actividad cultural espectacular que ojalá tuvieran muchas ciudades. Saludos

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