Ridere la paura in Africa

Da: Maria Ferreira (testo e foto)
Immagine precedente
Immagine successiva

informazioni intestazione

contenuti informazioni

Siempre he llamado al mes de julio “mi invierno extranjero”. Los últimos tres veranos los he pasado en Kenya, coincidiendo con la época más fría, y donde la única forma que sé de combatir el frío es a base de té caliente cargado de azúcar y leche.

Una mattina, en el centro de salud de Makuyu, Ndung’u (el enfermero psiquiátrico con el que trabajo) empezó a llenar termos de plástico de té caliente. Me dio dos para que los metiera en mi bolso y metió otros dos en su mochila.

–Vamos a llevar a té a algunos enfermos que viven cerca– me explicó. Yo ya no era tan novata y supe que “cerca” significaba dos horas caminando, minimo.

Cuando hay algo de viento, las flores caen y cubren los caminos de tierra de un color precioso

Nos pusimos en marcha, cogimos el camino que une Makuyu con Kamahuha, poblado de jacarandas que en esta época suelen estar en flor. Cuando hay algo de viento, las flores caen y cubren los caminos de tierra de un color precioso. Siempre me ha sorprendido que no haya turistas por esa zona tan llena de historia y de belleza.

Íbamos caminando al lado de la antigua vía de un tren de la era colonial, atravesando pequeños poblados. Ndung’u, que suele contarme historias de los pacientes mientras caminamos, me iba hablando de la de una niña de cinco años cuya madre trabajaba como prostituta.

Ndung’u me iba hablando de la historia de una niña de cinco años cuya madre trabajaba como prostituta

–¿Cuánto crees que cobra una prostituta en Makuyu?– me preguntó. Me encogí de hombros acostumbrada a perder al juego de la estimación de precios.

–Sesenta chelines– me dijo disfrutando de mi expresión de horror. Sesenta chelines kenianos son, circa, 60 centesimi. En ese momento tenía toda mi atención, y siguió con la historia.

–La madre trabaja desde las seis de la tarde hasta las seis de la mañana en Kenol, un pueblo a cinco minutos de Makuyu. Cuando llega a casa por la mañana, la niña ha preparado ugali y té para desayunar. La madre come algo y se acuesta, y entonces la niña se viste y va al colegio. Cuando regresa a casa su madre no está, toma té para cenar y limpia un poco.

–¿Y dices que tiene cinco años?– pregunté asombrada, acordándome de mis cinco años. Afirmó con la cabeza y paró en seco.

Prima che potesse rendersi conto, mio caro amico attraversato precipizio dalla ferrovia. Estaba alto. E avevo paura.

Habíamos llegado a un pequeño precipicio; abajo había un pequeño río, en el que según Ndung’u había cocodrilos. Prima che potesse rendersi conto, mio caro amico attraversato precipizio dalla ferrovia. Le misure concordate con le vecchie tavole di legno; un passo falso e sei caduto nel fiume. Ed è stato alto. E avevo paura. Tanto que olvidé la historia de la niña. Cuando llegó a la otra parte me miró sonriendo.

–No puedo– le dije–, me da miedo. Empezó a reírse.

–No puedes volver sola a Makuyu –gritó– ¡te comen viva por estos caminos!

No puedes volver sola a Makuyu ¡te comen viva por estos caminos!

Miré hacia abajo, miré los tablones de las vías, medio podridos. Alguien pasó cargando dos cabras, como si nada. Algunos niños empezaron a agolparse en el otro lado riéndose de mí. Infine, Ndung’u vino a buscarme, me cogió del brazo y me obligó a pasar. Cuando llegué a la otra orilla parecía un gato hiperventilando.

–La mzungu aventurera– empezó a llamarme.

Hice el resto del camino enfurruñada conmigo misma por ser tan cobarde. Cuando llegamos a la casa de la paciente que íbamos a visitar, estaba agotada. Le ofrecimos té y nos sentamos en unas sillas de plástico, en la puerta de su casa. Sus uñas estaban totalmente infectadas y Ndung’u dijo que había que quitárselas para desinfectar. Cuando terminamos, después de vendar todos los dedos y de charlar un rato, estaba anocheciendo, así que el camino de vuelta lo hicimos en «piki piki» (una moto que hace de taxi) e, para mi sorpresa, fuimos por otro camino que, a pesar de ser más largo, no pasaba por el puente.

¿Por qué tendríamos que haber evitado esa parte de la vida?– me contestó él. Y sonreí.

–¿Por qué no vinimos antes por este camino?– le pregunté a Ndungu cuando llegamos.

–¿Por qué tendríamos que haber evitado esa parte de la vida?– me contestó él. Y sonreí.

Me fui a dormir agotada y sonriendo por el regalo que me había hecho, all'insaputa. El miedo es simplemente eso, algo que la gente siente. Algo que forma parte de la vida. Sobre todo cuando estás lejos de casa y no entiendes cómo una niña de cinco años puede vivir de ese modo, o cómo una mujer tiene que vender su cuerpo para comprar harina y té.

 

Se volete saperne di più sui progetti Africa Karibuni: http://www.karibuniafrica.org/

  • Condividere

Commenti (7)

  • sol

    |

    ¿Para cuándo el libro que tanto esperamos los que te seguimos?
    Bellissimo articolo. Experiencias tan duras contadas con tu sencillez habitual. No me canso de leerte.

    Risposta

  • In

    |

    Esto me hace sonreír y al mismo tiempo sentirme triste. Como una grieta en la oscuridad por donde entra una tiniebla más fuerte.

    Risposta

  • Alex

    |

    No se como lo hace, Maria, eres impresionante. Yo no podría, eso es seguro. Y luego escribir tan bonito sobre ello

    Risposta

  • Maria Ferreira

    |

    Escribir es genial cuando te lee gente tan bonita. Mil gracias por vuestros comentarios 🙂

    Risposta

  • Mr Gazpacho

    |

    tu eres muuuuuuy linda 🙂 the best writer ever 😉

    Risposta

  • Lydia

    |

    Maria, eres muy valiente y como dice G, relatas con mucha sencillez experiencias muy duras.

    Risposta

  • Palmira

    |

    No se de donde sacara su informacion pero es formidable!, se le agradece por la genial informacion, la necesitaba.

    Risposta

Scrivi un commento