Entonces apareció Kashia. Vestía un traje tradicional verde claro, llevaba un peinado ingrávido, un tocado discreto y la cara pintada de un color blanco de ángel. La serenidad de su presencia dejaba una estela de silencios a su paso.
Nos alejamos de Tokio a 300 kilómetros por hora y llegamos a Hiroshima después de un par de cambios de tren. Yeray, Pablo y yo debíamos acostumbrarnos a los desembarcos que significaban mover el equipo de cámara. En esta ocasión nos acompañaba Nacho Melero, que había llegado a Tokio desde España para compartir nuestros primeros […]
Se podría pensar que en una ciudad donde impera el orden y la reverencia como saludo, la discreción es la pauta habitual de sus habitantes, pero ahí, justo ahí, comienza la parte más desconcertante de la ciudad.