Katmandu: un fantasma en la noche

Nepal, una de la madrugada. El avión que nos ha sacado de China, de la que nos despedimos con gran pesar, aterriza en el aerpouerto de Khatmandu. Hace seis horas que es noche cerrada y la emboscada no puede resultarle más fácil a los “timaguiris”. En el mostrador de la compañía hotelera nos lo dejan claro. A estas horas, o vas a la ciudad con nosotros, o no vas. El precio del hotel, sin embargo, no es desorbitado: 10 dólares la habitación doble, con el taxi incluido.
Para alguien como yo el acuerdo habría quedado cerrado al instante. Pero mi amiga Ro es una pura sangre. Tras 20 minutos en el aeropuerto buscando taxis más baratos hasta en los servicios –os recuerdo que es la una de la madrugada y que la noche anterior la hemos pasado en un autobús atravesando buena parte del sureste chino-, aceptamos la oferta no sin antes haber bajado el precio hasta los 7 dólares. Ya os digo, Ro es una genio.
Las calles de Khatmandu están desiertas. No hay luz, no hay voces, no hay más que edificios que huelen a decadencia. Los tipos –son dos- que nos llevan al hotel en una especie de modelo previo al Seat127 no paran de girar y girar por calles laberínticas. Esta ciudad, ya empiezo a intuirlo, no ser va a parecer a nada de lo que he visto hasta aquí. Laos y Camboya son más budistas, China es más animista, y Nepal parece, junto a La India, la cuna del hinduismo. Luego, según avance el viaje, aprenderé que aunque el origen del budismo y del  hinduismo no tienen nada que ver, para los creyentes son una sola cosa.
Ya hablaremos más de eso, pero ahora estoy muy cansado. Por fin hemos llegado al hotel, se llama HOTEL ENCOUNTER NEPAL, y no está nada mal. Tiene un gran jardín y hasta conexión wifi.
Antes de decir que sí definitivamente, la Ro todavía consigue bajar más el precio. Le dice al encargado, en su inglés macarrónico, que la habitación “está regu, regu”, un poco sucia, y que mejor en vez de 7 dólares, 6. Y sino, nos busca otra.
A mi, os lo juro, me entran ganas de decirle al tío: “Pero no seas mierda, coño. Dile que si no quiere la habitación, se vaya a buscar otra, a ver que te dice la listilla”. Pero me retengo, porque si lo hago, no lo dudéis, me veo con el mochilón paseando a las dos de la madrugada por un Khatmandu fantasmagórico que no conozco intentando localizar el barrio de mochileros y  llamando de puerta en puerta a todas las guest house del lugar.
Al final, como siempre, gana Ro. La miro con admiración mientras me meto en la ducha y me pregunto cuánto dinero me habré ahorrado viajando con ella. Agotado como nunca por el esfuerzo glorioso de atravesar otra frontera, y después de saludar a la familia en España (es el cumple de mi hermana Eva), me meto en la cama más feliz que un regaliz. Es lunes. El viernes llega Goretti para compartir conmigo dos semanas de Himalaya.
Ro y yo tenemos cuatro días para familiarizarnos con la capital de Nepal, una ciudad, ya os cuento en la próxima entrada, que merece esos cuatro días…o más, siempre que traigas en la mochila altas dosis de paciencia. La cultura hindú es salvaje, feroz, fascinante. Y muy antigua. Khatmandu fue en los 70 el lugar por excelencia de los hippies. Por entonces había cuatro casas para extranjeros, ahora hay cientos. Y aún así, a esta ciudad le sobra encanto.
Antes de deciros hasta la próxima, os doy la información práctica. El visado no lo tienes que sacar con anticipación, aunque eso siempre ahorra trámites, claro. Nosotros, por supuesto, no hicimos nada y lo sacamos al llegar allí. Puedes comprar una visa de 15 días, un mes o tres meses. Nosotros compramos la de tres meses, porque vamos a pasar aquí un tiempo largo. Es cara: 75 dólares del ala. Aunque, en realidad, este país es tan pobre, y se te mete tanto en el corazón, que al final piensas: ¡pero si no es para tanto! Además, ¿cómo se puede poner precio a una mirada al mundo desde los Himalayas?

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