Kumari: la soledad de la niña diosa

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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La carroza está preparada. Dentro de unas horas, la Kumari, la niña diosa, saldrá en procesión por las calles de Kathmandú, una arraigada tradición que ni siquiera los maoistas se han atrevido a liquidar. Pero a la pequeña le espera un futuro sombrío cuando se desvanece su halo divino.

Todo está preparado en el centro histórico de Kathmandú para la festividad anual de Indra Jatra, el día en que la Kumari, una niña a la que los hinduistas nepalíes veneran como una diosa, abandona su reclusión para alegría de los miles de fieles que inundan las calles. En una esquina de la siempre concurrida plaza de Basantapur, la pequeña diosa viviente espera su anual baño de gloria. Elegida entre decenas de candidatas a los cinco años como encarnación de la diosa Durga, la Kumari debe reunir 32 atributos físicos para merecer este honor. Pero la prueba definitiva consiste en encerrarla en una habitación oscura, acechada por máscaras amenazadoras y cabezas de reses muertas. Si controla el pánico y no llora se habrá ganado a pulso la consideración de encarnación de Durga. Desde ese momento, será arrancada de su familia y trasladada a este palacio de ladrillo rojo de Durbar Square, que sólo abandona unas pocas veces al año para festividades religiosas como la que está a punto de celebrarse.

Se cree que esta tradición arranca en el siglo XVIII, cuando el rey Jaya Prakash, de la dinastía Malla, habría matado a una niña al mantener con ella relaciones sexuales. En penitencia, el soberano decidió adorar a una pequeña, que a partir de entonces se eligía periódicamente entre las familias de la casta newari. La muchacha no debe haber sangrado nunca (ni, por tanto, haber alcanzado la pubertad) y su carta astral, por supuesto, ha de ser favorable.

La comitiva se detiene a venerar una imagen de una representación de Shiva del templo Degutaleju que escupe cerveza por la bova para regocijo de los fieles.

Flanqueo la entrada a la casa de la Kumari entre dos leones de piedra con la esperanza de verla asomarse a uno de los ventanucos del patio, quizá ansiosa por comprobar si los preparativos del Indra Jatra están ya a punto. La entrada es gratuita, pero Bijay nos advierte de que en ningún caso se puede fotografiar a la niña diosa. La Kumari no tiene a bien asomarse, pero las delicadas tallas de los balcones y ventanas compensan la espera.

Fuera, la carroza que le paseará por las calles de Kathmandú ya está preparada, con tres ojos pintados en cada rueda y su pequeña pagoda dorada sobre el trono que los fieles llenarán de guirnaldas. Desde el balcón del palacio recibirá el saludo del rey Gyanendra (ya derrocado en el momento de escribir estas líneas). Según la costumbre, el trono real se situaba entonces en la carroza de la Kumari y sobre él se colocaba su sable de forma simbólica. Más adelante, la comitiva se detiene a venerar una imagen de una representación de Shiva del templo Degutaleju que escupe cerveza por la bova para regocijo de los fieles.

¿Qué futuro le espera entonces a la adolescente? Nadie quiere casarse con una diosa, así que la desdichada tiene que intentar esconder su identidad, con las dificultades que eso conlleva al tratarse de un personaje público.

Y es que el alcohol está muy presente en la celebración e, históricamente, ha acarreado más de un disgusto a los nepalíes, hasta el punto de que los gurkhas aprovecharon el jolgorio de esta celebración para invadir la ciudad. “La fiesta, que se prolongaba ya desde hacía una semana, se había celebrado con abundantes libaciones de alcohol. Las tres cuartas partes de la población estaban ebrias, las tropas ofrecieron poca oposición a los invasores y el rajá newar huyó”, recuerda David-Neel en “El corazon del Himalaya”.

Pero cuando le llega su primera regla, el destino de la niña Kumari cambia drásticamente, pues ya no es válida para seguir representando a la diosa y hay que elegir a su sustituta. ¿Qué futuro le espera entonces a la adolescente? Nadie quiere casarse con una diosa (existe la creencia de que da mala suerte), así que la desdichada tiene que intentar esconder su identidad, con las dificultades que eso conlleva al tratarse de un personaje público. Toda la vida por delante y un currículum divino no son suficientes para sonreír.

La llegada de los rebeldes maoistas al poder en Nepal no ha podido con esta tradición. Eso sí, el Gobierno es ahora, pese a su declarado ateísmo, el encargado de elegir a la Kumari. En el caso de la niña diosa de Bhaktapur (cada uno de los tres reinos históricos de Nepal tiene su niña diosa) ni siquiera esperaron a su menstruación. Aprovecharon una visita de la pequeña a los Estados Unidos para promocionar una película sobre estas diosas vivientes, un acto considerado indigno por la casta sacerdotal, para sustituirla por Shreeva, la hija de un matrimonio de campesinos. No hay noticias de que entre las pruebas a las que le sometieron figurara identificar una foto de Mao.

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