Johannesburgo: la ciudad de los milagros

Previous Image
Next Image

info heading

info content

Johannesburgo siempre me ha parecido una ciudad demasiado grande como para no poder perderte cómodo. Sus inmensas e interminables avenidas te descolocan hasta tener la situación de navegar en círculo en dirección al infierno. Sin embargo, esta descomunal mole de cemento guarda una de esas historias que sobrepasan mi entendimiento. Ningún lugar me asombra más que este: por su crueldad de color carbón y oro, por su pasado de carreras a palos y por su perdón inexplicable. A mí el fatalismo de Sudáfrica me parece su virtud: no hay ningún país en el mundo que pueda presumir de convivir tan bien con su llanto.

Es allí, como periodista, el sitio en el que clavar mi mirada cuando ocurra lo inevitable

Esta vez me alojé al llegar en la barriada de Soweto, en Kliptown, en el único hotel de 4 estrellas que hay en un gueto donde viven 5 millones de personas. El Soweto Conference Centre fue todo un descubrimiento. Fui allí para estar cerca de donde más me interesa estar cerca en el momento que muera Mandela. “Es allí, como periodista, el sitio en el que clavar mi mirada cuando ocurra lo inevitable”, pensé

Alrededor del hotel la miseria es lacerante. El lodge está en una de las peores zonas de la township, pegado a un barrio tristemente famoso y de nombre irónico llamado Eldorado. Las abuelas de este barrio escribieron una carta al presidente Zuma hace pocos meses diciendo que la droga se está comiendo la vida de sus familias.

Yo he perdonado. Es mejor que vivamos todos en paz como dice aquí

La plaza donde se ubica el hotel tiene también el nuevo centro de conferencias. No es un sitio más, es el lugar donde en 1955 se redactó el famoso Freedom Charter (carta por la libertad), que varias asociaciones civiles sudafricanas redactaron con nueve principios universales en los que pedían ser tratados como seres humanos. Allí, en un monumento de ladrillo, está Thabal, un hombre de 55 años, simpático, que nos sirve de obligatorio guía. Nos explica cada uno de los principios de forma algo infantil y termina tocando el himno de Sudáfrica con su vieja flauta. “Viviste en el apartheid, ¿qué piensas ahora de los blancos de tu país?”, le pregunto. “Yo he perdonado. Es mejor que vivamos todos en paz como dice aquí”, responde.

Luego, en los tres días siguientes tengo una maravillosa oportunidad de vivir la vida del barrio. Ver pasar sus trenes destartalados; observar sus hogueras nocturnas y su deambular de zombis; andar por sus mercados de mujeres tiradas por el suelo vendiendo fruta, arroz y harina; sortear las improvisadas peluquerías en esquinas en las que unas chicas luchan por desenredar el pelo de las otras; alegrarme por su mejoras evidentes en forma de paneles solares sobre sus nuevas casa de ladrillo (probablemente aún vacías de muebles) o de hospitales, gimnasios o centros comerciales. Hablo con gente, les pregunto por sus vidas, sus condenas, y nunca  nadie se queja o me habla de un pasado como excusa de su imposible presente.

Eran chicos mezclados, blanca y dos negros, que hablaban de mirar al futuro, de acabar con la excusa del apartheid y de exigir buenos servicios

En este sentido, una conversación con tres estudiantes sudafricanos a las puertas de la conferencia que el presidente Obama dio el pasado sábado en la Universidad de Soweto me sorprendió por clarividente. Eran chicos mezclados, blanca y dos negros, que hablaban de mirar al futuro, de acabar con la excusa del apartheid y de exigir buenos servicios a sus políticos. “Hay esperanza”, pensé, como siempre la he tenido en este país que a mí me parece socialmente el más interesante de África.

Soweto es demasiado grande para entenderlo en una mirada, pero estos tres días de estancia allí me han ayudado a intuirlo algo más. Luego, está el barrio histórico. Es una visita obligada, la única importante que creo que hay en esta ciudad y que enseña una lección de por vida. Nunca había visitado el museo del apartheid y ahora tuve tiempo de hacerlo buscando también historias de Mandela (la exposición que hay de su vida es fascinante y le engrandece aún más por contar sus errores de forma explícita). No diré mucho del museo, que debería estar en visita obligatoria para todo el planeta, no por lo de dentro, sino por lo de fuera. Tras pasear por aquellos muros que avergüenzan, uno sale a la calle y ve que el guarda negro habla con el subdirector blanco como si nada de todo lo allí contado fuera demasiado reciente para estar obligados a liarse a palos. Es un milagro, este país es un grandioso milagro.

Ves la incipiente clase media negra sudafricana, los coches de megalujo, las tiendas de escaparates de plata

Y luego, ya que el hotel de Soweto me echaba por lleno tras tres noches, me he  mudado  a mi hotel de Sandton, el mejor barrio de Joburg. Y es entonces cuando quieres correr y correr felicitando a todo el mundo por no matarse entre todos. Donde ves la incipiente clase media negra sudafricana, los coches de megalujo, las tiendas de escaparates de plata… y la realidad te sobrepasa. Recuerdas Soweto, mi hotel en el que las señoras vendían en la puerta restos de fruta tiradas por las aceras, los muros de los museos en los que explicaban como apaleaban a los negros cuando osaban a soñar con tener los derechos de los blancos y piensas: “¿? ¡!» Y aprendes, aprendes mucho de bondad y perdón en uno de los lugares que más muertes violentas tiene en el planeta.

P.D. Todo ese milagro tiene un nombre, una cara y unas palabras: Nelson Mandela.

  • Share

Comentarios (4)

  • Viajes de Primera

    |

    Formidable visión de un país en el que, al final, el «sistema de la cebra» arrojará más luces que sombras…

    Contestar

  • Lydia

    |

    Comparto la idea de que la labor de Mandela ha sido magnífica y perdurable. Parece mentira que convivan en paz negros y blancos. Creo que las bases han sido el perdón, la confianza, la esperanza y la buena voluntad.

    Contestar

  • Laura

    |

    YO no tenia una creencia específica, excepto que nuestra causa era justa, era muy fuerte y que estaba ganando cada vez más y más apoyo. N.Mandela.
    Pues eso.

    Contestar

Escribe un comentario