La costa de las promesas

Por: Marián Ocaña y Vicente Plédel (Texto y fotos)
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Una profunda cicatriz desgarra las carnes de una montaña que parece invencible. La puerta que abrimos para alcanzar la costa es un mareante zig-zag que ha mordido la roca de una empalizada natural para que las pequeñas criaturas que conforman la humanidad puedan ir de Lubango a Namibe. Nuestro 4×4 ha trepado hasta lo alto del paso de Leba, el altímetro señala 1.700 m. y nos quedamos extasiados ante un panorama que, como las ancestrales alegorías mitológicas, es mitad humano mitad naturaleza. Por un lado, la naturaleza nos hipnotiza con vistas sublimes a las montañas, esbeltos saltos de agua y farallones que ensartan sin piedad la tierra. Y por el otro lado, el ser humano ha generado una impactante carretera que serpentea escabrosamente por la roca hasta que se funde con las suaves colinas de la llanura y se pierde culebreando en la lontananza.

 La naturaleza nos hipnotiza con vistas sublimes a las montañas, esbeltos saltos de agua y farallones que ensartan sin piedad la tierra

A espaldas de este nido de águilas hemos dejado Lubango, la primera gran ciudad que hemos encontrado en Angola. Una simbiosis de realidad y futuro la moldean. Futuro cuando vemos que hay electricidad, las fuentes lanzan su agua hacia el cielo y los edificios coloniales que han sobrevivido se están rehabilitando, aunque casi todos albergan estamentos oficiales. Realidad cuando las viviendas son mantenidas en pie, a duras penas, por sus inquilinos. Realidad cuando centenares de personas intentan sobrevivir convirtiéndose en vendedores ambulantes por las aceras y cuando toda la periferia es un mar de chabolas de adobe con techos de uralita. El bosque urbano lo conforman postes con enormes carteles que publicitan la telefonía móvil y advertencias para protegerse del SIDA, en un intento desesperado de frenar esa maldita plaga que arrasa el país.

La ruta hasta la costa es espectacular: bosques de baobabs en las montañas para ir dejando paso al desierto, formaciones rocosas artísticas y un valle oasis rebosante de prosperidad… hasta que llegamos a la seductora Namibe. Fue en 1482 cuando recaló en este enclave de ensueño el portugués Diego Cao, el primer occidental que pisó esta costa de promesas. Hoy en día, disfrutamos de un pueblo pesquero con refulgentes reminiscencias lusitanas y, aunque muy deteriorado por falta de mantenimiento, se libró del rodillo destructor de la guerra. Sus calles, salpicadas por residencias coloniales, muestran tímidamente su pasado esplendor. La Lonja rebosa de vida y risas, las pescaderas y los clientes charlan animadamente mientras esperan ansiosos la llegada de las primeras barcas cargadas de peces. Un rosario de calas arenosas y solitarias playas conforman el entorno de este paraíso costero.

Costaba trabajo evadir la vista del tablón con las fotos de sus compañeros víctimas de estos artefactos asesinos

Regresamos a Lubango para proseguir nuestra ascensión por Angola. En el interior, de nuevo nos enfrentamos a centenares de kilómetros de carreteras que podrían servir de trincheras. A pesar de ser una carretera nacional, tardamos más de  5 horas en hacer los primeros 190 km. y cuando la noche nos estaba acorralando divisamos unas luces que nos dieron esperanza. Al acercarnos encontramos un campamento de desactivadores de minas. Pernoctamos con ellos y, mientras charlábamos con estos jóvenes, costaba trabajo evadir la vista del tablón con las fotos de sus compañeros víctimas de estos artefactos asesinos. Ahora, cada vez que veíamos un cartel de “peligro minas” nos entraba un escalofrío al acordamos de esos valientes muchachos, casi niños, que se juegan la vida a diario para limpiar Angola de este veneno tan mortífero.

Benguela supone el premio a tantas fatigas. El escenario natural, ajeno a las miserias humanas, luce deslumbrante: solitarias playas interminables, palmeras, bahías repletas de barcas y puertos naturales con pueblos pesqueros cuyas casas bajas tienen claras huellas de tiempos mejores pero con la guerra terminada… vuelve a ser una costa repleta de “puertas abiertas” a un futuro lleno de promesas.

La ciudad de Benguela se dilata a lo largo de una infinita playa y muchos edificios coloniales han recuperado su boato, albergando edificios administrativos o residencias de autoridades locales. Pero también las escuelas y hospitales lucen un deslumbrante renacer. La entrada a la cercana Lobito, segundo puerto más importante del país, es caótica pero el agobio se termina cuando nos adentramos en su largo, estrecho y arenoso espigón. Es la parte noble de la ciudad, sus 5 Km. de largo y 150 m. de ancho albergan playas coquetas, casitas alternando con grandes villas coloniales, unas bien mantenidas, otras recién restauradas y algunas tristemente abandonadas al borde del colapso. Una gran tormenta nos obliga a detenernos porque es imposible ver nada por la brutal cantidad de agua que se precipita sobre los cristales del todoterreno. La época de lluvias avanza sin tregua, esperemos que no complique demasiado nuestra siguiente etapa.

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