La exposición de Hernán Cortés en Madrid (II)

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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«Itinerario de Hernán Cortés». Así se presenta al visitante la exposición que Madrid dedica, hasta el próximo 3 de mayo, al conquistador de México, reparando un olvido histórico de casi cinco siglos. La exposición es un loable intento de desempolvar la memoria de Cortés -personaje maldito donde los haya, tanto en México como en España– pero, sin embargo, cuando terminé de recorrerla me fui con la amarga sensación de que deja pasar la oportunidad de hacer honor a su nombre y contar, por encima de cualquier otra cosa, la fascinante aventura de la conquista de México.

Lo primero que me llamó la atención fue la penumbra reinante en la mayoría de las salas, quizá una metáfora de la oscuridad a la que la historia ha condenado a Cortés. Costaba, incluso, leer algunos de los carteles informativos (harían bien en repartir linternas a los visitantes), una dificultad añadida al menguante cuerpo de las letras de los paneles.

Me llamó la atención la penumbra de las salas, metáfora de la oscuridad a la que la historia ha condenado a Cortés

En una pequeña sala de proyecciones se emitía un documental sobre Hernán Cortés… rodado por la BBC. Un dato muy revelador del desdén con que España ha mirado históricamente al conquistador. No hay un solo documental español que pueda exhibirse en la mayor exposición sobre Hernán Cortés que se recuerda en nuestro país. El habitual y sorprendente complejo de culpa respecto al antiguo imperio, la atribulada contrición (transformada en saudade en nuestros vecinos portugueses) por haber tenido un día la osadía de repartirnos el mundo. Marca España, sin duda.

Me pareció que la exposición se había organizado en voz baja, como pidiendo perdón por el inusitado atrevimiento de dedicársela a Cortés.

Me pareció que la exposición se había organizado en voz baja, como pidiendo perdón por el inusitado atrevimiento

Sin duda, el hallazgo más sorprendente es el de los restos de los españoles que fueron masacrados junto a sus aliados tlaxcaltecas -mujeres, niños y heridos incluidos- en julio de 1520 por los indígenas del poblado de Tecoaque (rebautizado en lengua nahuatl como «lugar donde se los comieron») cuando se dirigían a Tenochtitlan.

Comportamientos brutales en tiempos brutales, unos trágicos sucesos que, como se indica en uno de los paneles informativos, «no deben interpretarse de forma anacrónica como meras expresiones de la violencia de la guerra». Más bien documentan -añade- «el duro conflicto cultural, religioso e ideológico que entrañó aquel primer encuentro entre dos mundos». Muy oportuno el comentario, que dulcifica la matanza de 550 personas, 40 de ellas españolas. Lo curioso es que a Cortés sí se le ha juzgado de forma anacrónica en todas sus conductas, pasando sus episodios más crueles por el tamiz de un decálogo de derechos humanos entonces, y muchos siglos después, inexistente.

Confiaba en que, por una vez, España sería capaz de afrontar la conquista con la legítima pasión de la madre orgullosa de sus hijos

Esperaba que la exposición me llevase de la península de Yucatán a las playas de Veracruz y de ahí, a través de Cempoala, Tlaxcala y Cholula, hasta el viejo corazón del imperio azteca, que en su recorrido palpitase la emoción y las intrigas de uno de los grandes episodios de la Historia, que me acercase de primera mano a sus protagonistas y desgranase con valentía y rigor los acontecimientos más polémicos.

Confiaba, en fin, en que, por una vez, España sería capaz de afrontar la conquista de México con la legítima pasión de la madre orgullosa de sus hijos, sin esquivar los episodios dramáticos ni absolver conductas brutales, pero huyendo al mismo tiempo de los maniqueísmos que la han acomplejado durante siglos.

Al margen de esas carencias, la exposición es un atinado primer paso para restituir a Hernán Cortés en la Historia

«Itinerario de Hernán Cortés», ya digo, no consigue ese objetivo -más allá del indudable interés de las piezas expuestas y del atractivo de los elementos audiovisuales- y la intentona (si es que la hubo) se queda a medio camino. Sí es remarcable, no obstante, la puesta en valor que realiza de la Nueva España (como se denominó el virreinato) alumbrada por Cortés, que como bien apunta «se convirtió en la región más rica, culta y avanzada de América», con un nivel de vida superior a muchas regiones de la vieja Europa. No en balde, en sus dominios se puso en circulación la primera «moneda única» de la historia: el «duro» mexicano de plata. A pesar de Hernán Cortés, por supuesto.

Al margen de esas carencias, la exposición es un atinado primer paso para restituir a Hernán Cortés en la Historia, «con todas sus grandezas y todos sus defectos», como deseaba el premio Nobel mexicano, ya fallecido, Octavio Paz, una de las voces más preclaras del México moderno. Vayan a verla, si tienen ocasión (Centro de Exposiciones Arte Canal, junto a la madrileña Plaza de Castilla) y déjense asombrar por la magnitud de la conquista de México.

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