La imposible huida de la India y sus caminos de barro
“Por favor”, pensé al ver aquel voluminoso objeto en el asfalto, “que sea una mierda de vaca y no una piedra”. Me había despistado solo medio segundo pero a la velocidad que circulaba, no más de ochenta y cinco por hora, me resultaba imposible esquivarlo o frenar. Tenía que pasar por encima. Si era una roca, estaba más que jodido. Afortunadamente, era mierda.
Mucha mierda se dicen los actores para desearse suerte antes de la representación. Pues en la mierda de carreteras de India he tenido mucha idem, si no, es inexplicable que aún esté entero y que haya podido recorrer en cinco días la interminable distancia que separa Madrás de Raxaul en la frontera con Nepal, 3000 kilómetros de la más infernal carretera que uno pueda imaginarse.
¿Quiero marcharme cuanto antes? Llevo ya más de un mes en India y estoy hasta las narices. He aprendido a odiar este país por los grandes detalles como la basura, la polución o el tráfico, pero también por los pequeños, por la convivencia día a día con los indios.
He aprendido a odiar este país por los grandes detalles como la basura, la polución o el tráfico, pero también por los pequeños, por la convivencia día a día con los indios
Como simple peatón, aun se les puede soportar, pero al viajar en moto resultan muy irritantes. En cuanto te detienes, inmediatamente te rodean y te someten al mismo interrogatorio de consumo, precio y velocidad. Es algo habitual en otros países generar curiosidad cuando viajas motorizado, pero aquí es diferente. Solo les interesa la moto.
En África, América o Asia la moto genera interés, pero más lo genera el viajero. ¿Quién eres, qué haces, por qué has venido? Puedes aprender y enseñar, te relacionas e interactúas. Aquí no. Aquí sobras. Eres un estorbo. No pintas nada, más bien les molestas, preferirían quedarse a solas con ella. Es una sensación desagradable. No hay calor humano, no hay contacto real. Eres un mero respondepreguntas. Preguntas absurdas, además. ¿Cuánto cuesta una BMW? Para ti la luna. ¿Qué más te da? Normalmente siempre tiro por lo bajo para que no crean que soy rico. Es absurdo. Para un indio de clase baja, aunque costara diez veces menos seguiría siendo un precio inalcanzable. Así que he comenzado a hacer una cosa nueva. Inflar su valor hasta niveles disparatados.
—¿Cuánto cuesta?
—diez millones de dólares.
Nadie me mira incrédulo, asombrado o desconfiado. Diez millones de dólares tiene el mismo significado para ellos que diez mil. Qué más da. Pues les da. Siempre la misma pregunta.
—¿Cuánto cuesta?
Pero lo peor no es contestar una y otra vez lo mismo, sino que pretendan que les enseñe las tetas porque sí. Ayer estaba parado en la puerta de la oficina de cambio de divisas que hay en George Town, en el concurrido centro de Madrás. Por supuesto, la moto causó sensación y pronto la rodearon decenas de curiosos móvil en mano para hacerle fotos. Uno de los tipos presentes me localizó unos metros más allá y me pidió que arrancase el motor, que quería oír como sonaba. Así por las buenas. Esas pretensiones o intentar subirse en ella para hacerse una foto sin pedir permiso es como si yo llegara delante de una tía que me ha gustado por la calle y le dijera.
—eh, maciza, enséñame las tetas.
Días después de dejar Madrás, despierto a las cinco de la mañana. En el mapa veo que el paso fronterizo está a 300 kilómetros. Ya sé que eso puede suponer un día entero
Días después de dejar Madrás, despierto a las cinco de la mañana. En el mapa veo que el paso fronterizo está a 300 kilómetros. Ya sé que eso puede suponer un día entero. Ni siquiera desayuno. Salgo pronto bajo un cielo plomizo y ominoso. Hace días que solo hay niebla. Sin sol, esto es solo mugre, barro y polvo. Sin embargo, la ruta comienza agradable. La carretera es estrecha pero con poco tráfico; serpentea entre aldeas bengalíes de lo más pintoresco y una verde floresta se cierne sobre nosotros.
Es idílico. El GPS indica apenas 220 kilómetros para llegar a destino. Confiado, viajo feliz y satisfecho. Por fin, pienso, he dejado atrás el horror del tráfico y las congestiones. Feliz y satisfecho hasta que el navegador se desorienta y no encuentra el camino. Estos mapas no son muy modernos y las obras o los desastres los convierten en inútiles. Ya no sé donde estoy. Los paisanos me dicen que vaya por un camino de cabras que no se sabe lo que puede alargarse. Lo cojo y se alarga nada menos que 100 kilómetros de pista sin asfaltar.
Los paisanos me dicen que vaya por un camino de cabras que no se sabe lo que puede alargarse. Lo cojo y se alarga nada menos que 100 kilómetros de pista sin asfaltar
Es como regresar a la pista de Moyale, pero con una gran diferencia: la gente. Aquí hay una humanidad espesa, innumerable, infinita. El camino destruido está transitado por la misma barahúnda de trastos, vehículos, animales y peatones que las carreteras nacionales. Voy dando botes de aquí para allá sobre piedras y baches y además debo esquivar todos esos obstáculos. Siempre hay algo que puede ser peor y el día de hoy hace bueno el de ayer. Y eso que todavía no sé lo que me espera para acabarlo.
A trancas y barrancas avanzo sobre polvo, arena y asfalto pulverizado.. La rueda delantera da llantazos continuamente y yo solo pido que no se me joda la moto en este lugar, que se me permita salir de India. Necesito salir de India. La promesa de que la frontera está cerca me anima. La quiero cruzar hoy, esta noche, en plena oscuridad si hace falta, pero quiero verme fuera de este país de locos donde los conductores homicidas me persiguen, sacan la cabeza por la ventanilla y con sus dentaduras melladas y enrojecidas por el betel sonríen y me gritan.
—Eh, maciza, enséñame las tetas.
He aprendido a odiar este país por los grandes detalles como la basura, la polución o el tráfico, pero también por los pequeños, por la convivencia día a día con los indios
Comentarios (1)
isaac
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Sensacional artículo, muy útil para futuros viajeros … nunca dejes de ser peatón en la India xD
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