La muerte por miedo en alta mar

Por: Pedro Ripol (texto y fotos)
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La tarde era apacible, tranquila. Me estaba refrescando un poco cuando observé que faltaba la tapa de uno de los bidones de agua. Me puse a buscarla en el tambucho de la desaladora, pues Pancho creía haberla visto por ahí. La máquina que nos genera agua potable estaba en funcionamiento. Pero al remover los cacharros que había allí, ¡zas!, uno de ellos tocó el filtro del agua y lo tumbó provocando que entrase aire en la parte más delicada de la desaladora: la membrana.«¡Vaya!», exclamé mirando a Pancho tras oír que el maravilloso artilugio cambiaba de sonido. «¡Me parece que le ha entrado aire al sistema!».

Tras apagarla, devolver el filtro a su posición y encenderla de nuevo, comprobamos que ya no desalaba. La purgamos, es decir, le quitamos el aire del circuito, la inspeccionamos, la dejamos funcionar un buen rato… pero nada. Pancho sugirió que la apagásemos y lo volviéramos a intentar al día siguiente. Él era quien más sabía del tema, por lo que asentí.

«¡La he liado, la he liado!», me repetía constantemente. Con tanta agua a nuestro alrededor y nada, no la podíamos beber

Durante toda esa tarde y noche no pude dejar de pensar en el problema con el que nos encontraríamos si no volviera a funcionar. «¡La he liado, la he liado!», me repetía constantemente. Con tanta agua a nuestro alrededor y nada, no la podíamos beber. Se acabaría la de reserva y tendríamos que darnos por descalificados al solicitar ayuda externa. Hasta que no perdemos las cosas básicas que nos rodean no echamos en falta su valor. Ya sé que es una perogrullada, pero cuando se experimenta en propia carne, tan de cerca, impresiona. Esto me hizo recordar la importancia de ese precioso líquido en aquellos países donde escasea o en las zonas, incluso nacionales, donde no abunda. Allá por 1989, cruzando el desierto del Sahara argelino con mi primo Rafael Feliu, un litro de agua costaba al cambio 1,5 euros y solo 10 céntimos de euro un litro del gasoil que consumía Filemón, un veterano pero efectivo Land Rover de más de 15 años que nos llevó por África durante un mes.

Pero bueno, ahora no era precisamente el precio lo que importaba, ya que en mitad del Atlántico no existen supermercados… ¡todavía! Afortunadamente, al día siguiente la desaladora volvió a funcionar. De nuevo la destreza de Pancho venció a los inconvenientes técnicos. ¡Qué alegría y tranquilidad ver salir por la manguerita el agua dulce tan deseada, sobre todo si tienes sed! Sí, agua dulce, que no solo sacia nuestra sed sino que nos sirve también para hidratar los alimentos liofilizados.

Deseaba probar al mundo la posibilidad de subsistir en alta mar únicamente con lo que la Naturaleza le proveyera

Otro de mis primos, Antonio Forss (Toni), biólogo mallorquín, se interesó desde el primer momento por la aventura. En uno de nuestros encuentros veraniegos en la isla balear me comentó que había leído en la facultad algo sobre un médico que sobrevivió al cruce del Atlántico a vela zarpando sin agua y sin comida. Deseaba probar al mundo la posibilidad de subsistir en alta mar únicamente con lo que la Naturaleza le proveyera. A esas alturas ya había oído tantas historias inverosímiles que le animé a que me encontrara la fuente. A las dos semanas tenía el título del libro y su autor. Toni no podía imaginarse entonces que la lectura de Náufrago voluntario daría un sinfín de respuestas a potenciales situaciones de emergencia y riesgo para nuestras vidas. Llegó a convertirse en un pilar básico para nuestra moral de supervivencia en alta mar.

Su autor, el ya citado Dr. Alain Bombard, relató en él las vivencias de su hazaña. Tenía por objetivo establecer un sistema práctico para enseñar a los náufragos el modo de mantenerse con vida en alta mar solo a base de pescar y beber el líquido que desprende el pescado al estrujarlo; aprovechar el agua de lluvia; beber algo de agua de mar y recoger y comer el plancton que se adhería a una fina red que echaba por la borda.

«Si beber es más importante que comer, tener confianza es más importante que beber», repetía

Disponía de datos suficientes para saber que cientos de personas perecían cada año en él, y que de éstas, la mitad fallecía lejos de la costa. Se dio cuenta de que el 90% de los náufragos que lograban ponerse a salvo al haber podido subirse a un bote salvavidas, morían alrededor de los tres días…, cuando en realidad un hombre tarda al menos diez en morir de sed y de treinta a cincuenta, de hambre. «Si beber es más importante que comer, tener confianza es más importante que beber», repetía. Sabedor de que en un metro cúbico de agua hay doscientas veces más vida que en la misma medida de tierra, demostró que en tales extremas circunstancias el peor enemigo de un náufrago es la desesperación. Comprobó también que entre el 50% y el 80% del peso de los peces se compone de agua dulce y que si conseguía extraer el líquido contenido en su carne escurriéndolo, las necesidades de agua quedarían cubiertas.

Pero debido al estrés que genera un naufragio, durante los tres o cuatro días posteriores al mismo no se suele pescar, lo que significaría que él —en su gesta— tampoco debería hidratarse con agua dulce durante ese intervalo. Sí, en cambio, absorber entre 800 y 900 mililitros diarios de agua de mar, si bien durante no más de cinco días seguidos. Beber agua salada en abundancia provoca la muerte por nefritis, deshidratación y otras causas.

El Dr. Bombard llegó a resistir más de veintiún días sin probar una sola gota de agua dulce

El Dr. Bombard llegó a resistir más de veintiún días sin probar una sola gota de agua dulce, salvo la contenida en el pescado exprimido. Comenta que desde que salió de Mónaco vivió de agua de mar catorce días — no seguidos— y cuarenta y tres del jugo así obtenido. Explica también que uno debe contar tan solo consigo mismo para salvar su vida, y se permite dar un consejo: «Mantén la calma y desconfía, tanto en las buenas como en las malas situaciones». Estas palabras me recuerdan las que ya escribiera el Nobel de Literatura Rudyard Kipling en su célebre Si: «… si tropiezas con el triunfo, si llega tu derrota y a los dos impostores los tratas de igual
forma… / … ¡serás un Hombre, hijo mío!».

Tanto la Armada estadounidense como la Fuerza Aérea Argentina consideran, en informes recogidos de la página de Internet cibernautica.com.ar, que un hombre necesita aproximadamente medio litro de agua por día para mantenerse sano, pero puede sobrevivir con bastante menos de un cuarto de litro. Una persona en perfecto estado de salud puede vivir de ocho a doce días sin agua. Conservar el agua que hay en el cuerpo es casi tan importante como tener agua para beber. En dicho estudio se enumeran las situaciones que normalmente causan la muerte del náufrago: asfixia, mata en minutos; sed, mata en días; hambre, mata en semanas; miedo, combinado con intemperie, puede provocar la muerte en horas.

Para más información: www.atlanticoaremo.com

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Comentarios (3)

  • Mayte

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    Super interesante información sobre la supervivencia….!!! y que valor Pedro!! Enhorabuena por semejante azaña.

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  • Viajes de Primera

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    Cuántas curiosidades que, como siempre, nos hacen reflexionar, o recuperar antiguos pensamientos que siempre mascamos cuando viajamos, sobre cosas tan distintas! Sí… Qué poco valoramos el agua cuando sale del grifo con toda normalidad… Y qué pocos somos, a nivel mundial, los que disfrutamos de ese privilegio todos los días… Y qué maneras tan increíbles tiene el cuerpo de adaptarse a situaciones extremas… Y qué útiles pueden ser determinadas lecturas… Como ésta! Esperamos no naufragar nunca pero, en caso de hacerlo, intentaremos mantener la calma y estrujar pescados! 😀

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