Laguna de Gredos: el espejismo de la soledad

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Allí arriba, remojando los pies en las frías aguas de la Laguna Grande de Gredos, con el Almanzor a mi espalda y rodeado por los neveros del circo de origen glaciar, pensé una vez más que la montaña es maravillosa. Nada importaban las dos horas en coche desde Madrid, ni las otras dos que nos esperaban ahora para volver. Menos aún la caminata desde la plataforma. Gredos había sido benévolo con nosotros. Nos había regalado el espejismo de la soledad en una de las rutas clásicas, y de las más concurridas, del senderismo español.

Apenas una docena de personas disfrutábamos de la laguna la mañana del día de San Juan, desperdigadas a conciencia para alimentar esa conversación siempre pendiente del hombre con la montaña, que no es más que el eco de la conciencia devolviendo a raquetazos nuestros miedos e inseguridades. Sentado sobre la hierba, tenía más ganas de seguir subiendo, hasta alcanzar la cumbre del Almanzor, que de bajar. El instinto montañero, supongo. Pero no había tiempo. Y en ese mismo momento barruntaba ya una nueva visita calculando los tiempos y el madrugón.

Pocos escenarios tan rutilantes para masticar esa dicha de vivir que cotidianamente se nos escurre por el sumidero de las pequeñas decepciones

Pocos escenarios tan rutilantes como el Circo de Gredos, frontera de piedra entre Ávila y Cáceres, para moldear sueños, para masticar esa dicha de vivir que cotidianamente se nos escurre por el sumidero de las pequeñas decepciones. La inmensidad de la montaña jibariza nuestras preocupaciones pero, al mismo tiempo, actúa como caja de resonancia de nuestros anhelos.

La llegada hasta aquí desde la plataforma, el aparcamiento donde el asfalto se rinde al campo, está señalizada hasta el extremo de que perderse es toda una heroicidad. El sendero empedrado, marcado con traviesas de madera, te lleva a pensar que en cualquier momento te vas a tropezar con los protagonistas del Mago de Oz. Respeto el proteccionismo en la naturaleza y el empeño por delimitar los itinerarios es encomiable, pero no es ésa la montaña en la que me siento cómodo, no es la montaña que he conocido desde niño. Para mí es sinónimo de libertad y entre letreros de «no abandonar el sendero» me siento un extraño, un rufián si se me ocurre desobedecer buscando la hierba.

La montaña es para mí sinónimo de libertad y entre letreros de «no abandonar el sendero» me siento un extraño

La subida no es exigente. Tras un primer repecho, llegamos al bucólico prado de las Pozas, donde se salva el arroyo por un puente de cemento. Dejando a nuestra izquierda los farallones de la Pared Negra, la senda vuelve a empinarse hasta conducirnos, tras dejar atrás la Fuente de los Cavadores (ahora seca), a la meseta de los Barrerones, el punto más alto del recorrido (2.170 metros). Entre los exuberantes matorrales de piornos de flor amarilla asoman las cumbres del Circo de Gredos, con el Almanzor (2.592 metros) al fondo. Después de llanear unos minutos, se llega a un mirador natural sobre unos peñascos (hora y media desde el aparcamiento) que precisa de unos minutos para reposar en silencio estos paisajes rotundos. Los paredones de piedra tienen un color esmeralda por los líquenes de la roca, una estampa más propia de los reinos que poblaban la imaginación de Tolkien.

Desde aquí, el camino va perdiendo altura progresivamente, ya con la laguna grande a la vista, primero en una suave media ladera y después, más abruptamente, gracias a un corto zig-zag. Quedan todavía muchos neveros en el paisaje en la cara norte del Morezón y, de vez en cuando, asoma algún pequeño rebaño de cabras montesas. Llegamos a la ribera del lago en dos horas y cinco minutos y lo rodeamos por su orilla derecha en dirección al refugio de Elola, que precisa de diez minutos más de caminata. La ruta hacia el Almanzor se dibuja bastante llena de nieve en su parte final. Bajo su cumbre y el Cuchillar de las Navajas y el de Ballesteros descansamos media hora para comer algo y remojarnos los pies.

De regreso a Madrid hacemos un alto en el histórico parador de Gredos, que acaba de sortear la amenaza del cierre

El sube y baja del regreso (nada más dar la espalda a la laguna hay que salvar un desnivel de 230 metros hasta el mirador) y, sobre todo, el empedrado del sendero, alargan la vuelta, que nos lleva otras dos horas. El sol, a estas horas, no tiene amigos. De regreso a Madrid, hacemos un alto en el histórico Parador de Gredos, que acaba de sortear la amenaza del cierre. Allí, a escasos metros de la sala donde los padres de nuestra Constitución se encerraron en 1978 para rematar la Carta Magna, nos despedimos de Gredos.

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