Lo mejor y lo peor del glaciar Perito Moreno

Por: Ricardo Coarasa
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Había visto en fotografías el mirador del Perito Moreno atestado de gente, las hileras de autobuses aparcados en la explanada frente al glaciar patagónico, las colas de turistas esperando el barco para navegar por el canal de los témpanos… Y, la verdad, me apetecía un encuentro más íntimo con el Perito, uno de esos lugares del planeta donde siempre había querido estar.

Me contaron que en el invierno patagónico (nuestro verano español) el Calafate era poco más o menos que un erial, que las temperaturas descendían bruscamente, que la temporada baja era muy, pero que muy baja, que no merecía la pena, en definitiva, cruzarse el Atlántico para acercarse a la Península de Magallanes (uno de esos nombres de reminiscencias tales que por sí solos justifican un largo viaje) en temporada invernal. Escuché historias que me hicieron dudar (y más teniendo en cuenta que nuestra intención era cruzar los Andes desde Calafate hasta las Torres del Paine, otro viejo sueño), los agoreros de turno que siempre esparcen nubarrones sobre tus planes, pero para entonces no había marcha atrás. Teníamos los billetes de avión a Buenos Aires ya comprados y la determinación de viajar hacia el sur. Los inconvenientes tenían un aliciente indudable: los alrededores del Perito estarían menos concurridos. Quizá al final sí pudiera tener un encuentro a solas con el gigante de hielo.

Escuché historias que me hicieron dudar de ir en invierno, los agoreros de turno que siempre esparcen nubarrones sobre tus planes

Desde la capital bonaerense, reservamos una habitación en un sencillo hostal del Calafate. Llegamos en avión desde Bariloche, donde habíamos hecho una parada para darnos el gustazo de esquiar en pleno agosto. A primera hora de la tarde, la principal arteria de la ciudad, la avenida del libertador, está desierta. Las tiendas están cerradas y los escasos turistas, todavía de excursión por alguno de los glaciares cercanos. Cuando por fin el Calafate se va desperezando, recorremos varias agencias locales preguntando por los tours al Perito Moreno. Los primeros autobuses salen a las nueve de la mañana. Se trata de llegar antes que ellos. Negociamos con varios remiseros (como se conoce por aquí a los taxistas) el precio por llevarnos hasta allí. Ninguno nos convence. Finalmente, Margarita, la recepcionista del hostal, nos pone en contacto con un amigo de confianza, Omar, un gaucho pampero reconvertido en remisero. Cerramos el precio con la única condición de que tenemos que salir a las ocho de la mañana para llegar una hora antes que los autobuses turísticos, ahora mucho menos numerosos que en verano.

Cerramos el precio con Omar con la única condición de que tenemos que salir a las ocho de la mañana para llegar una hora antes que los autobuses turísticos

El día convenido, Omar acude puntual a su cita. Tenemos 80 kilómetros por delante por la RP 11 (los últimos 60 son de ripio, es decir, de tierra y sin asfaltar). Primero bordeamos la orilla sur del Lago Argentino y, una vez en la península de Magallanes, la pista remonta el Brazo Chico, uno de los ramales del lago, hasta dejarnos frente al famoso glaciar. Antes hay que pagar la entrada al parque (20 dólares en el momento en que lo visité), pero como el guarda de la garita ha madrugado menos que nosotros nos hacemos “un israelita” (Omar nos cuenta que algunos turistas israelíes suelen levantarse a las seis de la mañana para no pagar la entrada).

Pinchamos una rueda y eso nos obliga a perder unos minutos (y a hacer el resto del viaje sin ninguna de repuesto). La emoción es cada vez más intensa a medida que nos acercamos. Nada más llegar, primera satisfacción: estamos solos. Aprovechamos para comprar los pasajes para el popular circuito naútico frente a la pared norte del glaciar (el primero sale a las once y media). Después, el regalo de disfrutar del Perito Moreno en soledad. Su contemplación reposada es una bendición. Su paz gélida te invade y el glaciar te habla a través de sus bramidos de hielo, que anuncian el desplome de alguna de sus churriguerescas moles de intenso azul. El canal está sembrado de pequeños témpanos, huérfanos de una mole de cinco kilómetros de frente, 30 de profundidad y 60 metros de altura. Visitamos los distintos miradores sin quitar ojo al frente del glaciar. Parece mentira que una masa inerte (a nuestros ojos solamente, pues la fortaleza de hielo, aparentemente dormida, avanza a razón de dos metros diarios, como queriendo demostrar que sigue viva) pueda transmitir tanta energía.

Nada más llegar, primera satisfacción: no hay nadie más. Después, el regalo de disfrutar del Perito Moreno en soledad

Separado apenas una decena de metros de la península, cuando el hielo abrace la tierra la presion del agua del Brazo Chico empezará a hacer su trabajo, lenta pero inexorablemente, horadando la pared de hielo hasta conseguir hermanarse con las aguas del otro brazo del lago, el canal de los témpanos, al reventar el ya precario puente que une al Perito con la península. La imagen la hemos visto unas cuantas veces en los noticieros de televisión. Me he cansado de leer las opiniones de expertos que auguran que este fenómeno no se volverá a producir por el cambio climático. Pero periódicamente, sigue asombrando al mundo pese al acechante calentamiento global.

Durante una hora sólo escuchamos el sonido del hielo y el ruido de nuestros pasos sobre las pasarelas de madera

La escena es idílica, y se redondea aún más cuando alzo la mirada y observo a dos cóndores sobrevolando nuestras cabezas. Durante una hora sólo escuchamos el sonido del hielo y el ruido de nuestros pasos sobre las pasarelas de madera (únicamente nos cruzamos con otros dos turistas madrugadores).

El Perito te apabulla con su silencio, noquea tu capacidad de asombro y te insufla toneladas de paz. Pero toda esa magia se desvanece cuando los autobuses rugen y, sobre todo, cuando toca embarcarse para hacer el circuito por el canal. Todos quieren coger posiciones para hacer la mejor fotografía, para filmar el mejor plano. Pocos se preocupan de disfrutar del momento único. Yo juego con ventaja: mi cámara ha pasado a mejor vida hace unos días en una catarata de Iguazú y la de usar y tirar que he comprado no merece demasiadas molestias (advierto, por tanto, de que las fotografías que ilustran este reportaje, gentileza de mi hermana Alicia, se hicieron en verano).

Toda esa magia se desvanece cuando toca embarcarse para hacer el circuito por el canal. Quién tuviera a mano un chaleco salvadidas para salir huyendo

Nos retiramos a la barandilla de babor mientras la de estribor, la más cercana al glaciar, se atiborra de turistas. Un gigantesco carámbano cae al agua con estrépito. ¡Ohhhhhhhhhhh! La embarcación oscila con el oleaje provocado por el recién estrenado iceberg. ¡Ohhhhhhhhhhhhhh! La coreografía es perfecta. Quién tuviera a mano un chaleco salvadidas para salir huyendo. La travesía sólo merece el castigo del olvido. Lo mejor y lo peor del glaciar Perito Moreno, separado por apenas unos minutos. Así de cruel es la vida a veces. Y así de maravillosa.

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Comentarios (2)

  • Ele

    |

    Hola.
    Gracias por el post, me ha parecido muy interesante.
    Quería pedirte un favor: estoy organizando mi viaje a Argentina y me gustaría contar con tu opinión sobre el itinerario que estoy bocetando:
    http://www.mivertigo.com/argentina-y-chile-2012-dia-cero/
    Es importante para mí saber de mano de gente que ya ha estado en el país cuál cree que son los sitios más interesantes y a cuáles se les puede dedicar menos tiempo.
    Muchas gracias
    ele

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  • ricardo coarasa

    |

    Pues la verdad Ele, tu viaje tiene una pinta estupenda. Quizá eche de menos, teniendo tanto tiempo, que no visites Jujuy, en el norte de Argentina, y que no pases un dia mas en Bariloche (además del circuito chico por el Nahuel Huapi y el bosque de arrayanes tienes la posibilidad de acercarte a Cerro Catedral y hacerte unas bajadas si te gusta esquiar, ademas en bariloche se come de cine y puedes comprar ropa de esquí a buen precio). Desde luego yo me acercaría desde Calafate a un lugar tan magico como las Torres del Paine, puedes negociar el viaje con un remisero y aunque solo hagas una noche merece la pena si te gusta la naturaleza (no olvidarte de acercarte al lago grey, un escenario de pelicula con los témpanos muriendo en la orilla). Y si sacas un dia mas en Calafate intenta hacer el trekking de los hielos. Desde luego a Bs As tienes que dedicarle cuatro o cinco dias es una ciudad en la que te vas a sentir como en casa. Y en Iguazú visita primero el lado brasileño, menos espectacular (el helicoptero no merece la pena). En VaP publiqué un reportaje sobre Iguazú y nuestro colaborador Gerardo Bartolomé ha publicado un monton de articulos sobre Argentina y los lugares que vas a visitar (pon su nombre en el buscador de la portada). Te los recomiendo por que es un crack y aporta mucha información. Espero haberte ayudado algo. Para cualquier duda aquí seguimos. Un saludo

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