Los bosques del mítico quetzal

El paisaje estaba fuera de lugar. Las montañas parecían pintadas de un verde oscuro y la bruma se mecía fantasmal entre casas de aspecto alpino. Rescatamos de la maleta ropa que encajara con un otoño inexistente en el resto de los países caribeños. La provincia de Chiriquí, en la parte occidental de Panamá, alberga los bosques nubosos, donde se ha instalado un clima permanentemente húmedo que hace crecer las plantas de forma exagerada.

El responsable de turismo que nos acompañó en esta parte del país se llamaba Eric. Vivía colgado del teléfono tratando de movilizar a todo aquel que pudiera ayudarnos a descubrir su querido territorio. Era un hombre con vocación. Casi sin darnos cuenta estábamos descargando el equipaje en un pequeño hotel con chimenea en la localidad de Guadalupe. Según el plan de grabación debíamos viajar directamente a la capital de Panamá pero Eric corrigió la ruta, contactó con varios hoteles, coordinó a guías y diferentes expertos y consiguió improvisar nuestra estancia en la región de los bosques nubosos, buscando ganar alguna batalla a la irresistible promoción de los destinos de la costa panameña. Siempre le agradeceremos su tenacidad.

Al ave en cuestión se le aducen poderes legendarios y desde los primeros mayas hasta los más modernos guatemaltecos han mantenido siempre un respeto reverencial hacia el quetzal

A la mañana siguiente salíamos para recorrer la llamada Senda de los Quetzales. Ito, nuestro guía experto en aves, se mostró pesimista desde el principio. Hablar del quetzal era como mencionar a un ser mitológico. Al ave en cuestión se le aducen poderes legendarios y desde los primeros mayas hasta los más modernos guatemaltecos han mantenido siempre un respeto reverencial hacia el quetzal. Es además el símbolo de Guatemala. Recordamos con cariño la ilusión que nuestro buen amigo Walter, en el país de los mayas, mostraba cuando comentaba “ay, si yo pudiera ver un quetzal”.

En un recodo del camino, Ito sacó una grabadora que reproducía el sonido de estos pájaros, una especie de grito seco, sin lírica. Luego se encogió de hombros.

-En el último mes no se han visto quetzales por aquí.

-Bueno, tú insiste con el señuelo, a ver si tenemos suerte -dije yo.

-Es que es muy difícil, es un ave muy esquiva que suele… -Ito se calló de golpe y abrió mucho la boca al tiempo que señalaba una rama-… no me lo puedo creer. ¡Mirad ahí!

Ito se calló de golpe y abrió mucho la boca al tiempo que señalaba una rama-… no me lo puedo creer. ¡Mirad ahí!

Y miramos al árbol que señalaba para descubrir, cómo saltaba, de rama en rama, una pareja de quetzales. Ito hacía gestos de incredulidad mientras nosotros desenfundamos las cámaras. Conseguimos grabar un macho verde esmeralda con el pecho rojo. Su cola se bifurcaba en dos larguísimas plumas y su cabeza lucía una especie de cresta imperial. La hembra carecía de esa cola majestuosa, pero la pareja en sí representaba todo un hallazgo. Ahí estaban nuestros quetzales. Ay, si Walter los hubiera visto…

Aquel día, nos lo dijeron todos, fue insólito. No sólo vimos aquella pareja… ¡hasta seis hermosos quetzales aparecieron aleteando en el camino! La senda terminaba en un lugar llamado el Respingo y desde allí contemplamos el valle donde se alcanza con la vista el volcán Barú, en un día que también nos brindó un cielo despejado.

Durante el tiempo que pasamos en aquel hotel de montaña, tuvimos la oportunidad de practicar la pesca deportiva de la trucha, acercarnos a los campos de siembra en las cumbres de los cerros o visitar un invernadero con las más excéntricas variedades de orquídeas. También tenían plantas carnívoras y lagunas ajardinadas con algo parecido a los nenúfares. Pero quizás el lugar más abrumador se encontraba junto a las cabañas de Cerro Punta.

Los helechos superaban los dos metros de alto y los colibríes aparecían de pronto sobre las flores tropicales para desaparecer al instante siguiente.

Llegar hasta esas cabañas supuso afrontar todo un rally con nuestro 4×4, que tuvo que vadear ríos y adentrarse en caminos que la maleza iba estrangulando paulatinamente. Pero allá estaban esas cabañas en el corazón de un bosque tan verde que ahogaba. El musgo cubría los troncos y las hojas tenían un tamaño gigantesco, como en una fábula. Los helechos superaban los dos metros de alto y los colibríes aparecían de pronto sobre las flores tropicales para desaparecer al instante siguiente. El aspecto prehistórico del bosque producía un silencio místico en todos nosotros, quizá por el temor de despertar a alguna bestia de proporciones similares a las de las plantas. De hecho en estos bosques habita el tapir, e incluso, según nos contaba Ito, alguna vez se ha visto la negra figura de la pantera entre los vástagos enormes. Pero será muy difícil que la veamos hoy, concluía con ese pesimismo suyo, o dado el caso, quizá era más bien un comentario optimista.

Las cabañas estaban escondidas entre las plantas, aisladas. Eran construcciones sencillas de dos plantas, con un balcón desde el que se podía contemplar el estallido de naturaleza. Era un lugar alejado del Caribe, porque en el trópico hay lugares que no requieren de la magia de las playas. Lo sabe bien el quetzal, que prefiere ocultarse en los bosques, alejarse del ruido de los hombres y trinar su historia donde nadie puede escucharle.

En aquellas cabañas camufladas del mundo quisiera yo nacer alguna vez.

  • Share

Comentarios (5)

  • Montse

    |

    ¿Cómo pueden afirmar que el paraíso no existe? Vosotros lo habéis visitado y lo que es más, compartido con nosotros. Gracias!

    Contestar

  • Lydia

    |

    Desde luego, es una suerte haber visto los quetzales. Bueno, y todo lo demás que nos cuentas. Ese bosque hace que la imaginación se dispare.

    Contestar

  • Daniel Landa

    |

    Desde luego, Lydia y Montse, es un lugar onírico. Quiero matizar una cosa: el pajarillo que sale en la portada del vídeo NO es el quetzal, se ha colado en portada un secundario 😉 El quetzal es el ave que sale (dos ejemplares) casi al final del vídeo, con el pecho rojo. Ya sé que no es un primer plano, pero es lo máximo que conseguimos acercarnos, que no está tan mal para este pájaro escurridizo a las miradas…

    Contestar

  • angel espinosa

    |

    vivo en esta provincia de chiriqui panama y es dificil observar esta ave es un privilegio su observacion

    Contestar

  • marina carriba rossello

    |

    Gracias por compartir tanta maravilla

    Contestar

Escribe un comentario