Machu Picchu: el imperio de piedra

Por: Gerardo Bartolomé (texto y fotos)
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La vista de la plaza me sojuzgaba. La última luz de la tarde iluminaba las monumentales iglesias mientras gente colorida de todos los lados del mundo la caminaba y disfrutaba y, en el centro, la estatua del Inca Atahualpa parecía aún dominar la región. La plaza se preparaba para la fiesta de Inti Raymi, el Rey Sol, que se festeja alrededor del 21 de junio, el día más corto del año en el hemisferio sur. Es cuando el sol vence a las tinieblas y los días empiezan a ser más y más largos.

Sin duda el lugar es muy distinto de cómo era cuando Atahualpa reinaba en el Imperio Inca, poco antes de la llegada del conquistador Francisco Pizarro. La plaza de armas había sido pensada por los españoles. Las iglesias que la enmarcan fueron construidas cuando Pizarro aún comandaba la región. Pero yo buscaba claves. En cada esquina, en cada montaña, en cada cara morena yo buscaba claves que me acercaran a cómo había sido aquel imperio, el más grande de la América precolombina, que supo erigirse aún sin conocer el metal, ni la rueda ni la escritura.

En cada esquina, en cada montaña, en cada cara morena yo buscaba claves que me acercaran a cómo había sido aquel imperio

Habíamos llegado a Cusco por la mañana, pero dejamos varias horas para aclimatarnos a la tremenda altura a la que se encuentra, casi 3.500 metros. Descansamos, tomamos pastillas para combatir el típico dolor de cabeza y bebimos mucho té de coca. Por la tarde salimos a caminar. Varias cholas, con sus coloridos atuendos típicos y sus ojos rasgados ofrecían sacarse fotos a cambio de unos soles. Un grupo de jóvenes ensayaban sus bailes para la próxima Inti Raymi. Yo filmaba todo, en un vano intento de capturar la esencia de esa plaza mágica.

Antes de que anocheciera caminamos por la parte vieja de la ciudad. Pasamos por la que fue la casa del inca Garcilaso de la Vega, visitamos el mercado donde en distintos puestos se vendían los productos de las granjas de la zona y paseamos por callejuelas con bonitos balcones de madera. Las arcadas albergaban innumerables negocios de ropa y demás productos andinos. Pero lo que más me llamó la atención fue que, a pesar de las caras con facciones indígenas, no escuché ni una palabra de quechua. Todos hablaban en castellano.

“Ya nadie quiere hablar quechua en la ciudad”, me confesó el guía

“Ya nadie lo quiere hablar en la ciudad”, me dijo el guía que contratamos para visitar el Valle Sagrado del Urubamba. Según él, los jóvenes ven al quechua como un idioma de la gente de las montañas, del pasado. En cambio, ellos se identifican con internet, Facebook y los celulares. El mismo guía me dijo que, si bien él hablaba quechua, la lengua de sus padres, con sus amigos hablaba castellano.

Seguimos en su auto el recorrido que nos llevó siguiendo el curso del río Urubamba, éste que tan importante fue siempre para los incas. La primer parada fue en Pisac donde, desde las alturas, las ruinas incaicas señorean una pronunciada curva del caudaloso río. Al pie de éstas, un pueblo alberga una pintoresca feria artesanal donde sobresalían finísimos ponchos de alpaca. Nos compramos unos choclos cocinados por cholas (mujeres de las etnias quechuas) y los comimos antes de volver a subirnos al auto en el que seguimos nuestro camino.

Desde lo alto del pucará entendí por qué los quechuas lo eligieron para la defensa: en ese lugar el valle del río es casi un desfiladero

Cusco, la capital de los Incas, estaba ubicada justo al este de las más altas estribaciones de los Andes. El río Urubamba, que nace cerca de allí, lleva el agua de los cercanos picos nevados hacia la selva amazónica al pie de la Cordillera. Cuando, en 1536, Manco Inca, sucesor de Atahualpa, se rebeló contra los españoles, guió a su gente por el valle de este río y se hizo fuerte en el pucará de Ollantaytambo.

Subimos hasta el punto más alto del pucará, cosa que nos costó bastante porque Ollantaytambo, aunque más bajo que Cusco, se encuentra aún a gran altura. Desde lo alto entendí por qué los quechuas eligieron ese sitio para la defensa. En ese lugar el valle del río se hace muy angosto, casi un desfiladero. Manco Inca embalsó el río e inundó el valle para que los caballos españoles no pudieran hostigarlo. Pero a la larga todo fue inútil, debió seguir su retirada bajando el río en su camino hacia la selva amazónica.

Las vías del tren bordean el Urubamba, el recorrido que hizo el vencido Manco Inca

Al día siguiente tomamos el tren a Machu Picchu. Sólo hay dos maneras de llegar al lugar, una larga caminata por el Camino del Inca, o por tren. Las vías bordean el Urubamba, el recorrido que hizo el vencido Manco Inca. Al descender en el pueblo de Aguas Calientes, apenas nos tomamos unos minutos para dejar nuestras cosas en el hotel y corrimos hacia el ómnibus que, después de mil y una curvas, nos dejó en la puerta de la ciudad perdida, la mágica Machu Picchu.

Durante más de 300 años la región permaneció desierta ya que Manco Inca mandó desplazar a los quechuas hacia el nuevo reino inca que él creó más abajo, en Vilcabamba. Allí los descendientes de los incas mantuvieron un reino independiente de Pizarro y los españoles por más de 40 años.

Al entrar en Machu Picchu me di cuenta por qué es considerado uno de los lugares más impactantes del mundo

Al entrar en Machu Picchu me di cuenta por qué es considerado uno de los lugares más impactantes del mundo. La ciudad que Manco Inca mandó despoblar se encuentra en la parte alta de una montaña, la montaña vieja, ya que ése es el significado de Machu Picchu. Más atrás se alza otra, más alta y empinada, es Huayna Picchu, la montaña nueva. La vista de la ciudad rodeada de cerros pendientes impresionantes y cubiertos por una densa selva no puede ser descrita con simples palabras. Antes que intentar hacerlo prefiero incitar al lector a visitar este mágico lugar.

Nuestro guía nos fue explicando cada uno de los edificios y plazas de la ciudad. Uno de estos me llamó la atención más que los demás, era un sitio destinado a colocar las momias de incas para ciertas festividades. Estas eran traídas desde Cusco por el Camino del Inca. “¿Y qué pasó con estas momias?”, pregunté yo. Se desconoce su paradero. Una de éstas, la de Pachacútec, fue hallada por los conquistadores pero el responsable del traslado jamás llegó a Lima. El escondite de las momias, sagradas para los quechuas, se convirtió en el secreto mejor guardado de toda la conquista.

Subimos hasta la cima del Huayna Picchu por las escaleras construidas por los quechuas casi 500 años atrás

Luego de la retirada de Manco Inca la selva invadió gran parte de la ciudad; sin embargo, su ubicación era conocida por los pocos agricultores quechuas que vivían en la zona. En el siglo XIX algunos europeos fueron guiados al lugar y retiraron reliquias para sus colecciones privadas. Recién en 1911, el arqueólogo norteamericano Hiram Bingham logró que lo guiaran al lugar y entendió la importancia del hallazgo. Así, Machu Picchu volvió a la vida.

En el segundo día de nuestra estadía subimos hasta la cima del Huayna Picchu. La única manera de ascender sus paredes casi verticales es siguiendo las escaleras construidas por los quechuas casi 500 años atrás. Muy cerca de la cima un pucará explicaba el porqué de esas construcciones. Allí, casi en la cima, se apostaba una guardia permanente que observaba la Puerta del Sol, por aquel entonces único acceso a Machu Picchu. La llegada de cada visitante o de enemigos era anunciada a los habitantes de la ciudad perdida desde el pucará de la cima del Huayna Picchu.

Pudimos filmar y fotografiar Machu Picchu desierta porque un deslizamiento impidió la llegada del tren repleto de turistas

Al descender de las alturas nos enteramos de que un deslizamiento había impedido la llegada del tren que trae y lleva turistas. Si bien no sabíamos cómo volveríamos a Cusco, el hecho nos posibilitó volver a visitar la ciudad sin la presencia de los dos mil visitantes que recibe diariamente. Aprovechamos la oportunidad para filmar y fotografiar Machu Picchu desierta cubriéndose de bruma, una vista fantasmagórica.

Por la noche se reabrió el tráfico del ferrocarril y volvimos a Cusco a tiempo para presenciar la festividad del Inti Raymi. Desde nuestra ventana del Hotel Plaza de Armas podíamos ver pasar a las más de 200 agrupaciones regionales que desfilaban con sus trajes y bailes típicos, mezcla de lo indígena y lo criollo. Mientras nos agolpábamos entre la multitud no pude dejar de pensar que lo que estaba viendo era un fantástico amalgamamiento de la cultura incaica con la española colonial. Todos orgullosos de su herencia mixta. Esto explicaba que en Perú no se notara el resentimiento antiespañol que sí se percibe en muchos países latinoamericanos.

Después de más de ocho horas de desfile nos fuimos a dormir extenuados pero felices de haber encontrado una verdadera Hispanomérica.

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