Medellín: ¿existe la pila bautismal de Hernán Cortés?

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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El aventurero sexagenario intenta explicarle al camarero lo que quiere, abriéndose paso a machetazos entre la complicada gramática castellana. Acaba de cenar junto a su amigo en una de las mesas del bar, huérfano de turistas, y parece urgido por las ansias de algo que es incapaz de transmitir con una dicción inteligible. Desesperado, regresa a su mesa a por la tablet, teclea unas palabras en la pantalla y, al fin, sonríe. «¡Quiero dos chupitos!», balbucea orgulloso en español al camarero antes de estallar en una carcajada de alivio. A su derecha, junto a la barra, cuelga un retrato de Hernán Cortés, el hijo más ilustre de este pequeño municipio pacense. Estamos en Medellín, en el Medellín extremeño, tierra de conquistadores que llevaron el nombre de su terruño al Nuevo Mundo (en Colombia, Argentina, México y Filipinas esos otros Medellín pueden dar buena fe de ello).

Su callejero atestigua ese pasado glorioso ligado al descubrimiento del Nuevo Mundo, repleto como está de calles que evocan a los protagonistas de la conquista de Mexico y esparcen por el municipio el estruendo de decisivas batallas: Gonzalo de Sandoval (hijo también de esta villa y mano derecha del conquistador), García Holguín (el capitán que apresó a Cuauhtemoc en la toma de Tenochtitlan), Pedro de Alvarado (el lugarteniente de Cortés), Moctezuma, Tlaxcala, Otumba…

El callejero de Medellín atestigua ese pasado glorioso ligado al descubrimiento del Nuevo Mundo

La entrada en el pueblo por la carretera que lleva a Don Benito no puede ser más espectacular. El Guadiana se salva por un puente de veinte ojos y casi 400 metros de largo, construido en 1630 bajo el reinado de Felipe IV en el mismo lugar donde se levantara el antiguo puente romano, destruido por una riada antes de 1525 y reconstruido medio siglo después. Es probable que durante la infancia de Cortés, antes de que con 14 años se fuera a estudiar leyes a Salamanca, el puente estuviera todavía en pie, quizá inutilizable por las efectos de alguna recurrente riada. Pero seguro que aquí tuvieron lugar sus primeras aventuras, alimentadas por la silueta del castillo de Medellín, que desde lo alto de un cerro domina toda la vega alta del Guadiana.

Medellín puede presumir de conservar la pila bautismal en la que fue bautizado Hernán Cortés, probablemente en 1485. Es, seguramente, el mayor reclamo para todos aquellos que viajan hasta aquí subyugados por la figura del conquistador de México. La iglesia de San Martín, construida en el siglo XIII aunque profundamente remodelada cuatro siglos después, se asoma a las riberas del Guadiana con el castillo a sus espaldas en un lugar estratégico. Incomprensiblemente, está cerrada al público. Dejó de ser lugar de culto hace más de un siglo y ese abandono litúrgico hizo mella en el templo.

El municipio puede presumir de conservar la pila bautismal en la que fue bautizado Hernán Cortés, pero no se puede visitar

Sea como fuere, lo cierto es que la pila donde Cortés recibió las aguas del bautismo no se puede ver. La deformación profesional me lleva a preguntar a dos mujeres que vacían las papeleras del camino que lleva al castillo. «Cerró hace años porque amenazaba ruina la techumbre, aunque el párroco del pueblo la enseña a veces a las visitas», cuenta una de ellas. «En el pueblo llevamos tiempo diciendo que se arregle. Con las pinturas tan bonitas que tiene…», se lamenta su compañera.

En la oficina de Turismo, la joven encargada me explica que fue Patrimonio quien tomó la decisión de cerrar la iglesia hasta que se llevaran a cabo las obras (la torre-campanario, al parecer, se vencía), «que están aprobadas hace seis o siete meses aunque no han empezado todavía». Hasta aquí, explica, llegan muchos mexicanos atraídos por la dimensión de Cortés. «La mayoría a favor», puntualiza. Más adelante, por contra, otra mujer (no era una mañana de hombres en Medellín) me dice sin embargo que las obras en la iglesia de San Martín ya han terminado. Ella sí pone fecha al tiempo que lleva cerrada: alrededor de siete años, calcula, pues «en 2007 bauticé allí a mi hijo y seguía abierta».

La casa natal del conquistador fue derruida para construir la plaza que lleva su nombre. Amarga paradoja

La pila, al menos, existe (o eso parece). Peor suerte corrió la casa de los Cortés. A finales del siglo XIX, los derribos que se llevaron a cabo para ganar terreno a la actual plaza de Hernán Cortés, terminaron también con la casa en la que nació el conquistador, amarga paradoja. Sólo se conservan unos pocos cimientos, cubiertos por una cristalera junto a una lápida de piedra que reza: «Aquí estuvo la habitación donde nació Hernán Cortés en 1485».

A un paso, la estatua del conquistador del imperio azteca, obra de Eduardo Barrón, erigida en 1890 quizá en desagravio por haber condenado a la piqueta a la vivienda familiar. En el pedestal, además del escudo de armas de Cortés, cuatro nombres que son historia viva de aquella epopeya: Tabasco, Tlaxcala, Otumba y Méjico. Y uno, que ha visto con tristeza el nicho en el que reposan los restos del conquistador en la capital mexicana, se enorgullece de que al menos su pueblo natal no le haya olvidado y honre su memoria, con sus defectos y sus indudables logros, cinco siglos después.

El museo cortesiano del castillo es una pequeña sala de la que cuelgan escudos, réplicas de armas y marchitos retratos de conquistadores

Una visita a Medellín no está completa sin subir al castillo, desde el siglo XIV el símbolo del municipio. La entrada cuesta dos euros y sólo las vistas desde la torre del homenaje y la torre norte ya recompensan el esfuerzo de subir a pie hasta la cima del cerro. En la segunda se anuncia un museo cortesiano, pomposa denominación para una pequeña sala de cuyas paredes cuelgan escudos, réplicas de armas de la época (algún idiota ha tenido la ocurrencia de robar una daga) y retratos marchitos de conquistadores. Hernán Cortés se merece un museo mucho más digno en su localidad natal.

En sus mazmorras ordenó encerrar a su hijo la condesa de Medellín, Beatriz de Pacheco, firme defensora de Juana «La Beltraneja» frente a Isabel la Católica. Cinco años pasó entre estos muros preso Juan Portocarrero por disputarle a su madre el título tras la muerte de su padre, Rodrigo de Portocarrero. Los nobles, en esos tiempos, no se andaban con chiquitas. Cuentan que en este cautiverio se inspiró Calderón de la Barca para dar vida a Segismundo en «La vida es sueño».

En sus mazmorras Beatriz de Pacheco ordenó encerrar a su hijo cinco años por disputarle el marquesado de Medellín

De regreso al pueblo, te tropiezas con los restos del teatro romano de la antigua Metellinum, una excavación bastante reciente que sólo desde hace unos años está abierta al público y que permite hacerse una idea de la importancia de este enclave en época romana, en plena ruta de las calzadas que unían Mérida con Zaragoza y Córdoba.

También romano era el puente que cruzaba el Guadiana, pero el actual, como se ha apuntado, es de factura barroca (así lo atestigua un templete conmemorativo con el escudo de los Austrias a mitad de su recorrido). Los vecinos buscan sus sombras bajo los vanos en las tardes de calor y allí improvisan merendolas al frescor de la piedra. Frente a él se abre la conocida como «playa de Medellín», un amplio espacio de recreo a orillas del Guadiana que en verano es punto de encuentro de bañistas y donde las parejas de novios suelen acudir a fotografiarse en sus riberas con el puente y la silueta imponente del castillo a sus espaldas.

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