Mongolia: hielo bajo el imperio del sol

Por: Diego Kora (texto y fotos)
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Después de un viaje de avión de estos largos, aterrizamos en Ulan Bator (significa héroe rojo) a media mañana. Que ciudad más poco atractiva, por no decir fea, y que suciedad y caos allá donde mires. Salgamos de aquí lo antes posible, pensé, y tomamos un avión rumbo a Olgii, una población al noroeste de Mongolia, el imperio de Genghis Khan!

Llegar a Olgii es llegar a ningún sitio. Es una población polvorienta, alejada de todo y cerca de nada. Nunca he estado en Kabul, pero fue lo primero que se me vino a la cabeza a la hora de transitar por unas calles que no te dejan indiferente.

 Parecen sumergirte en el mercado negro de cualquier ciudad en guerra.

Antes de comenzar el viaje hacia la cordillera de Altai hay que hacer unas compras. Las tiendas son casi un museo, uan excentricidad que parecen sumergirte en el mercado negro de cualquier ciudad en guerra. Finalmente conseguimos lo que buscábamos… más o menos, que en donde hay poco uno aprende a conformarse con nada.

Pero si después de las horas de avión, con sus largas horas en aeropuertos, no habíamos tenido suficiente, nos quedaban otras siete horas más por la interminable estepa mongola y por caminos por supuesto no asfaltados. Es el postre merecido antes de llegar a las solitarias, salvajes y prístinas montañas de Altai.

 Allí, en medio de aquella nada, el polvo se nos antojaba un gran alimento

Paramos en el camino a almorzar: unos manteles, un menú degustación y el lujo de comer en el medio de la nada. Allí, en medio de aquella nada, el polvo se nos antojaba un gran alimento. Preciso recuerdo aquellos bocados al tiempo. Una vez acabamos proseguimos con la tripa llena por esos caminos hasta llegar a nuestro primer campamento en la precordillera.

El campamento estaba montado: tiendas dobles y un carpa comedor para ofrecernos una cena en ese día largo y agotador.  Al día siguiente, después del desayuno, iniciamos nuestra caminata hacia el sector del Monte Khuiten y Malchin Peak, el cual teníamos intención de subir. En unas cinco horas en ligera subida llegamos al campo base, fue una ruta deliciosa, caminando por sus verdes praderas mientras íbamos acercándonos a aquellas inmensas montañas glaciares que aparecían como por arte de magia en un paisaje tan desolado. El campo base se encuentra junto a dos gigantescos glaciares que no tienen nada que envidiar a los de Patagonia.

 Decidimos no montar la gran tienda comedor y aprovechamos una yurta ya montada para la velada

Los camellos, que son los responsables de llevar todo el material de un lado a otro durante la expedición, decidieron tardar algo más de lo normal, pero es difícil pedir explicación por la tardanza en un lugar sin tiempo. Cualquier imprevisto puede causar retrasos en esas latitudes. Para cenar decidimos no montar la gran tienda comedor y aprovechamos una yurta ya montada para la velada. Al día siguiente queríamos ascender al Malchin Peak de algo más de 4.000 metros.

Por la mañana temprano comenzamos la ascensión, primeramente se bordea la morrena del gran glaciar para rápidamente comenzar a subir por una gran pedrera, que se hace interminable y dura antes de llegar a pisar nieve justo antes de la cima. No es una ascensión bonita que se diga, pero las vistas desde arriba cortan el aliento a cualquiera. Una infinidad de picos se ven en lontananza, además de dos glaciares de tamaño imponente justo debajo nuestro… Nos encontramos en un punto casi fronterizo pisando terreno de Mongolia, pero muy cerquita vemos China, Rusia y Kazajistán.

 Es como caminar en otro mundo, como deslizarse sobre un mar congelado

La bajada a pesar del pedregal se hace más llevadera y antes de llegar al campo base paramos a comer algo y descansar de este inolvidable jornada.  Al día siguiente, que estaba en el programa como día de colchón por si el día de ascensión al Malchin Peak hacía malo, lo dedicamos a hacer una preciosa travesía por el glaciar Alexander junto a nuestro campo base. Caminar sobre un glaciar de esta magnitud es una experiencia única, es como caminar en otro mundo, como deslizarse sobre un mar congelado. Después de unas horas dentro de esta gran masa helada salimos por su frente, ascendiendo su incómoda morrena antes de regresar a nuestro campamento.

Nos quedaron unos días más de montaña, en los cuales también ascendimos al monte sagrado Shiveed de 3.500 m y desde donde también gozamos de unas vistas espeluznantes, entre ellas el pico que habíamos subido unos días antes… Disfrutamos de más bellos paisajes en la más absoluta soledad y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos de nuevo metidos en esos vehículos rusos que nos llevaban a la ciudad sin ley de Olgii, para tomar el vuelo de regreso a la terrible Ulan Bator. Todo aquel viaje me parece aún hoy un sueño vivido en aquel extraño imperio bajo el sol. Un imperio de nieve y fuego.

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