Pico de los Monjes: el mirador del Midi D´Ossau

Por: Ricardo Coarasa (fotos Charly Gil Mairal)
Previous Image
Next Image

info heading

info content

Las estaciones de esquí lloran en verano la ausencia de nieve. Su paisaje resulta igualmente bello, pero sin el blanco invernal los telesillas, arrastres y cañones de innivación artificial resultan grotescos, como resignados al letargo de los meses de estío. Sin embargo, para el montañero, las estaciones son siempre un punto de partida para caminar hacia las cumbres cercanas. En Astún, en el Pirineo de Huesca que linda con Francia, retamos al sol una mañana de julio para dirigirnos al Pico de los Monjes (Pic des Moines), ya en el país vecino, aunque a escasos metros de la frontera.

Desde Jaca, se llega en apenas 25 minutos al Puerto de Somport y, antes de alcanzar el puesto fronterizo, se toma un desvío a la derecha en dirección a Astún. Un kilómetro después, lo mejor es volverse a desviar, esta vez a la izquierda, por una carretera que gana altura hasta el aparcamiento de los apartamentos de la estación, donde dejamos el coche. Salvado el río que baja por un barranco al final del estacionamiento, a la izquierda del telesilla de Truchas (en verano está en funcionamiento), que sube hasta el ibón (lago de montaña) del mismo nombre o de Astún, parte un sendero que remonta el barranco de Escalar por la margen izquierda del río.

Sin el blanco invernal los telesillas, arrastres y cañones de innivación artificial resultan grotescos, como resignados al letargo de los meses de estío

Al principio, la subida es muy empinada y se gana altura muy rápido (hay que salvar 650 metros de desnivel desde la estación hasta la cumbre del pico). Conviene dosificar para ir calentando los músculos. Salvado el arreón inicial, el camino se suaviza y discurre tendido hasta los zig-zags de la parte final del barranco, inusualmente salpicado de neveros teniendo en cuenta que estamos a las puertas de agosto. Nieve siempre hay en el Pirineo, pero yo al menos nunca había visto tanta en verano como este año. Subimos a buen ritmo y en 35 minutos llegamos al ibón de Escalar (o de las Ranas), por encima ya de los 2.000 metros de altitud, en cuyas aguas se difumina el blanco reflejo de los neveros que lo circundan.

El ibón, de frías aguas que desaconsejan el baño (aunque siempre hay algún valiente dispuesto a darse un chapuzón), se rodea por la derecha, por un camino bien marcado que pasa debajo de la pista que lleva al ibón de las Truchas. Ahora, de nuevo toca subir hasta alcanzar al collado de los Monjes, línea fronteriza entre España y Francia. La parte final está llena de nieve, aunque no hacen falta crampones puesto que está blanda y es fácil abrir huella (sin olvidar, eso sí, que bajo nuestros pies discurre el torrente del deshielo que alimenta de agua al ibón). Sin llegar al collado, nos desviamos a la izquierda para enlazar con el camino al Pico de los Monjes tras remontar a la brava un repecho herboso, castigados ya por el sol del mediodía.

Las frías aguas del ibón de Escalar desaconsejan el baño, aunque siempre hay algún valiente dispuesto a darse un chapuzón

Desde aquí, las vistas empiezan a compensar el esfuerzo, sobre todo cuando descubrimos frente a nosotros la mole de roca del Midi d´Ossau (2.884 metros), el gigante del departamento francés de los Pirineos Atlánticos. Los valles de uno y otro lado de la frontera se van abriendo alrededor de nosotros a medida que avanzamos en dirección a la cumbre, un peñasco desaconsejable para personas con vértigo (que harían mejor en quedarse en el pequeño collado situado bajo la cima).

El camino está marcado, incluso con algún mojón de piedras que otro, pero desaparece cuando se tratar de trepar entre las rocas. Evitad la tentación de desviarse hacia la derecha, pues el cortado es considerable y las posibilidades de enriscarse, evidentes. Tras salvar un par de pasos bastante aéreos, en los que basta un poco de prudencia para sortear un tropezón, llegamos a la cima del Pico de los Monjes (2.349 metros) a la hora del Ángelus (una hora y cuarto desde el aparcamiento de Astún).

Tras salvar un par de pasos bastante aéreos, en los que basta un poco de prudencia para evitar un tropezón, llegamos a la cima

La panorámica de 360º, con el Midi vigilándonos, es espectacular. Tres franceses reponen fuerzas en la cumbre, lo mismo que hacemos nosotros durante tres cuartos de hora que ahuyentan tensiones y liberan rutinas. A nuestros pies se esparcen centenares de neveros y varios ibones, entre ellos los de Ayous y de las Baques. Se distinguen con facilidad muchas cimas del Pirineo, como el Castillo de Acher, en Oza, o la imponente cara sur de los Infiernos, y los aledaños Garmo Negro y Argualas, todos por encima de los tres mil. El queso y el salchichón, el jamón y los frutos secos, pasan de mano en mano en un almuerzo privilegiado en el que incluso hay tiempo de colgar algunas fotos en Twitter.

De regreso, los pasos más complicados resultan ahora sencillos, a la vista del desnivel, y muy pronto llegamos al collado y, minutos más tarde, al ibón de Escalar, ahora más concurrido (apenas una docena de excursionistas, para ser exactos). Tras descender el zig-zag, y cuando llegamos a la altura del cauce del río, se puede optar por cruzarlo y regresar a la estación por la margen derecha. Nosotros preferimos seguir el mismo sendero por el que hemos ascendido, que en su parte final obliga a trabajar a las rodillas unos minutos.

Una hora después de abandonar la cumbre alcanzamos el segundo objetivo del día: una jarra de cerveza en una terraza

 

Finalmente, una hora después de abandonar la cumbre alcanzamos el segundo objetivo del día: una jarra de cerveza en la terraza de un restaurante de Astún, colofón ineludible a cualquier esfuerzo físico en la montaña. Empieza a llover cuando nos despedimos de este paisaje invernal desnudo de nieve y esquiadores, mientras una paellera esparce al aire del Pirineo el inconfundible aroma a arroz de chiringuito playero.

  • Share

Escribe un comentario