Intruso em Sausalito

Para: Ricardo Coarasa (texto e fotos)
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E São Francisco a los muelles les han sacado brillo. Hasta los leones marinos del Pier 39 relucen como si los asearan con jabón todas las mañanas. Las tablas de madera por las que caminamos parecen recién barnizadas. Ni siquiera crujen. Estos pellizcos de irrealidad en una ciudad en la que la sorpresa se agazapa en cada esquina son muy oportunos antes de embarcarse rumbo a Sausalito, al otro lado de la bahía, un antiguo poblado de pescadores con conciencia de artista que ha sido colonizado por bolsillos pudientes a los que el fin de mes nunca mira de reojo.

Su nombre original, Saucelito, se lo pusieron los primeros exploradores españoles por la abundancia de pequeños sauces que crecían a la orilla de sus arroyos. Agora, a simple vista, hay más yates y veleros que sauces, así que nada más bajar del ferry (35 minutos de travesía tras una breve parada en Tiburón, otra pequeña y pintoresca población de la bahía de San Francisco) te sientes como parte del servicio de una mansión al que los señores de la casa permiten excepcionalmente fisgonear por las habitaciones.

Su nombre original, Saucelito, se lo pusieron los primeros exploradores españoles por la abundancia de pequeños sauces

Y con ese espíritu se recorre su paseo marítimo y su horizonte poblado de mástiles, a un paso de las lujosas casas que miran al Pacífico desde escarpadas laderas. No es de extrañar que a Sausalito se le conozca como «la Riviera francesa» de la costa oeste de Estados Unidos. En lugares así, que se pasean como un intruso, siempre recuerdo el aforismo de Quevedo: «La verdad es austera».

Pero antes que un capricho de ricos, Sausalito fue un relevante centro naviero. Algunos de los barcos de la Armada estadounidense que batallaron en Europa durante la Segunda Guerra Mundial se construyeron en sus astilleros. Mais tarde, em anos 60, en plena eclosión del movimiento hippie, este pueblo pesquero se convirtió en refugio de bohemios y artistas que huían del bullicio de San Francisco y que incorporaron a su paisaje urbano uno de sus iconos turísticos: las coloridas casas flotantes (houseboats), de las que hay unas cuantas tanto aquí, en la bahía Richardson (las mejores vistas se disfrutan desde Bridgeway), como en Tiburón.

El antiguo poblado pesquero ha sido colonizado por bolsillos pudientes a los que el fin de mes nunca mira de reojo

La agradable brisa marina y las formidables vistas de la bahía de San Francisco acompañan al viajero entre una sucesión de restaurantes, galerías de arte, tiendas de artesanía y bares que se asoman encelados al océano. Sausalito invita a una vida muelle de visa, brisa y velero, a un «dolce far niente» disfrazado de bohemia. Un plato de pescado fresco y una botella de vino californiano en una de sus recoletas terrazas casi es una obligación, una liturgia turística.

La venganza del intruso es simple e inofensiva: comerse una hamburguesa en la plaza principal -a un paso del célebre hotel Sausalito y del muy romántico Inn Above Tide-, en un lugar muy ensalzado por la legión de perroflautas que han venido a dar con su bohemia a este exclusivo rincón del Pacífico de clima templado que mira con indisimulado desdén a la vecina San Francisco, de la que le separan apenas ocho kilómetros.

Sausalito invita a una vida muelle de visa, brisa y velero, a un «dolce far niente» disfrazado de bohemia

Hasta Sausalito se puede llegar incluso andando atravesando el Golden Gate. Pocos son los que se animan a cruzar a pie a la orilla norte de la bahía caminando por el célebre puente. Yo lo intenté y a medio camino me di la vuelta, pese a que me habían avisado de que la panorámica de San Francisco desde el otro extremo es insuperable. Pero quienes perseveren y continúen a pie siempre pueden subirse a un autobús, al llegar a la otra orilla, que les llevará cómodamente hasta Sausalito. Otra opción es decantarse por la bicicleta. En el mismo Doca dos Pescadores se pueden alquilar (con la tarjeta turística Go San Francisco sale bastante bien de precio) y hasta se puede optar por regresar de Sausalito en ferry con un billete combinado.

Con el apetito saciado por la casi furtiva hamburguesa, el intruso barrunta si pasear de nuevo anodinamente entre veleros, casoplones y galerías de arte o subirse al próximo ferry para regresar a San Francisco cuanto antes. Quizá merezca la pena acercarse a Bay Model, donde se exhibe una reproducción a escala de la bahía. Los pies deciden por mí. Poucos minutos depois, la embarcación surca las aguas del Pacífico en dirección al Pier 41. Con un intruso a bordo, claro.

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