Rascafría: el puente del perdón y la casa de la horca

Por: Javier Brandoli
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[tab:el viaje]

Gélido aliento, copas de árboles de tonos amarillos y rojos hasta que la vista se pierde. Un puente del que cuelga la muerte o un monasterio cargado de espiritualidad e historia son suficientes razones para que detengamos en este pueblo de Madrid los pies y la mirada. Rascafría, enclavada en medio del Parque de Guadarrama, a 90 kilómetros de la capital, se muestra como una parada imprevista para quien no la conoce, en medio del camino. Por allí pasaron todos, como por toda España: romanos, árabes, franceses, y todos se detuvieron a contemplar la belleza de su paisaje. El nombre del pueblo no se sabe si se debe a “rocas frías” o a “carrasca fría”, que es un tipo de encina pequeña muy común en la zona. Sea como fuere, es verdad que se trata de un lugar que en invierno baja constantemente de los cero grados. Un recomendación, vayan a visitar la localidad ahora, cuando pega el frío, con el olor a chimenea inundando todas las calles.
Pero a parte de un bello enclave, Rascafría guarda una bella historia de lo que fue la reconquista española. La localidad tuvo también que inventar normas propias para sobrevivir, pero tuvo que ir más allá. Un ejército propio, cien lanzas y cien caballos, que durante años hicieron suyas las noches y los días, las muertes y las vidas.

Todo empieza con el avance de los cristianos frente a las tropas califales. La piel del toro está partida en dos y las batallas se suceden. Derrotas y victorias que van dejando atrás antiguos territorios y van consolidando nuevos. El paso de Segovia es comprometido. Guadarrama es un importante enclave y a la vez excesivamente peligroso. Bandoleros y escaramuzas de los almohades han generado miedo en la población que se niega a habitar un lugar fronterizo con la muerte. El rey Alfonso X, el 26 de junio de 1273, sabe que debe ceder en algo si quiere continuar con su sueño de repoblación y conquista hacia el sur. Concede entonces a los que habiten las alberguerías del puerto de Malagosto (antiguo término de Oteruelo) exenciones tributarias. Estableció un privilegio que eximía a los moradores de estas zonas rurales de montaña “de todo pecho, e de todo pedido, e de todo servicio, e de todo fosado, e de fonsadera…”. Es decir, los que se jueguen la vida entre esas laderas y valles lo harán a cambio de un futuro mejor para los suyos. Muchos acuden a la cita, pero el problema de la seguridad sigue latente.

Los quiñónez

Los musulmanes y forajidos aprovechan la situación agreste de estos asentamientos para golpear con frecuencia a sus moradores. La situación es de tal gravedad, que la tierra se empieza a otorgar a quien demuestre que tiene capacidad para defenderla. En concreto, todo hombre que tuviera un caballo y una lanza obtenía un Quiñón de tierra, que era una unidad fiscal. Se exigía la tenencia de un caballo porque ellos mismos debían defender sus tierras. Los nobles cristianos no tienen capacidad para atacar en todos los rincones del mapa y, además, defender pequeños núcleos rurales.

Dos caudillos segovianos, Día Sanz y Fernán García, toman la iniciativa y crean un cuerpo militar propio. Las ordenanzas segovianas fijan en 1302 que el valle del Lozoya quede dividido en cuatro cuadrillas: Rascafría, Oteruelo, Alameda y Pinilla. Cada Una de estas localidades tiene un cuerpo militar propio, compuesto por 25 hombres, que es el encargado de defender el territorio. Nacen los quiñónez. Cien caballeros que patrullan el valle y que, novedad, imparten también la justicia. El Rey y sus mandatarios delegan en ellos el poder de decidir lo que en aquellos campos es justo y lo que está fuera de la ley. Los caballeros profesionales, no sólo fueron un cuerpo militar; a la vez se convirtieron en protagonistas de una jurisdicción propia. Es entonces cuando aparecen el Puente del Perdón y la Casa de la Horca. Dos construcciones de piedra que todavía se conservan. La primera, sigue intacta, frente al Monasterio del Paular, con sus muros recios y el agua sonando bajo sus arcos. La segunda también, pero pertenece a la explotación maderera privada, Sociedad Belga de los Pinares del Paular, y para visitarla hay que pedir permiso a los gerentes. Ambas conforman una curiosa historia. Principio y fin de la mano del hombre.

El Puente del Perdón

Los Quiñónez decidieron impartir justicia en el Puente del Perdón. Un paso que data de 1302 y que servía a los monjes del Paular para cruzar el río Lozoya. El actual puente, sin embargo, es del siglo XVIII, ya que el anterior se deterioró por la dureza extrema de la climatología de la zona. Hasta allí eran llevados los presos que habían sido capturados por la milicia civil. En el paso, esperaban cuatro representantes de los caballeros, uno por cada una de las cuatro cuadrillas en las que se había dividido el valle, que interrogaban y escuchaban las alegaciones de los acusados. Una última oportunidad para que el detenido pudiera convencer a sus captores de su inocencia o al menos, de ahí viene el nombre del puente, el perdón. Y es que para los que tuvieran al menos tres votos en contra de su inocencia, el siguiente destino le esperaba dos kilómetros más arriba, en dirección al puerto de Cotos: la Casa de la Horca. Muerte o vida dependiendo de que los impartidores de justicia decidieran que el preso debía girar sus pasos a la derecha o la izquierda.

Sobre su modo de actuar, que no está perfectamente constatado, se han escrito diferentes teorías. Algunos hablan de que empezaron a patrullar los domingos, cuando la gente acudía a misa, y los pueblos quedaban a merced de los bandidos y musulmanes. Otros creen que era tras el responso, cuando las cien lanzas salían a capturar a quien infringía las normas.

Sin embargo, el pago que se dio a estos hombres y sus descendientes fue acorde a la mentalidad de la época. Casi 150 años después de que llegaran a aquellos valles y decidieran jugarse la vida para hacer fortuna, fueron borrados del mapa. Al menos, fueron borrados sus privilegios. Ya no existe el enemigo almohade acechando las fronteras y los reyes y nobles no tienen que renunciar a nada para obtener rentas. Ellos tienen el poder y ahora quieren recuperar el terreno. Al igual que pasó con las órdenes militares que ayudaron en la Reconquista, fueron anulados o asumidos como parte del ejército. Unos dicen que les obligaron a realizar una venta forzosa de todas sus posesiones por 24.000 maravedies en 1442. Otros, que la puntilla la pusieron los Reyes Católicos, que al igual que hicieron con la mayor parte de exenciones que habían concedido otros monarcas y que quitaban riqueza a la Corona, decidieron eliminar sus beneficios y, a los que así lo eligieron, hacerlos formar parte de su tropa.

Monasterio de El Paular

La leyenda dice que este imponente edificio, que cuenta dentro con algunas joyas artísticas, nace de una pesadilla que persigue a un monarca hasta la otra vida. El rey, Enrique II de Castilla delira en su lecho de muerte bajo el remordimiento de haber prendido fuego a un convento durante sus campañas de guerra en tierras francesas. Indica entonces a su hijo, Juan I de Castilla el lugar exacto donde debe levantar un edificio que limpie su afrenta. Le dice que lo haga junto a una ermita que se conocía como Santa María del Paular. Todo por intentar pasar a la otra vida libre de pecados. De hecho, el monasterio es consagrado a la misma orden, los cartujos, a la que pertenecía el convento que hizo ceniza en el país vecino.

Pero la construcción del monasterio no atendió a las urgencias del viejo padre. Más de cuatro siglos tuvieron que pasar para que la obra estuviera terminada. Cuatro siglos que han quedado grabados en sus muros, en su fachada, en su interior. Gótico, renacimiento, barroco y flamenco son los estilos arquitectónicos que se pueden contemplar en el edificio.

El monasterio se convirtió en un importante enclave espiritual. Todos los monarcas le concedieron privilegios. De entre sus estancias salió el papel con el que se editó el primer Don Quijote de La Mancha y Quijote y su piscifactoría ha dado pescado en muchos banquetes reales. Ya en 1403 se hizo levantar un pequeño palacio real para que los reyes pasaran cortas estancias en él. Destaca el atrio de la iglesia, las portadas gótico-isabelino y el retablo de alabastro. Pero lo que es realmente llamativo en el recinto es la recargada capilla del Sagrario. Las capillas y el tabernáculo forman un conjunto que se comenzó en 1719, reformando la antigua capilla. Se trata de una de las obras barrocas más bellas de España. Una explosión de colores y formas que, como pasó con media España, perdió su gran custodia barroca, de 24 arrobas de plata, al paso de las tropas napoleónicas.

Luego llegó la desamortización de Mendizábal y el olvido. A principios del siglo pasado, sin embargo, el recinto recupera presencia influenciado por la cercana empresa maderera Sociedad Belga de los Pinares del Paular que contribuye a crear una atmósfera cultural que lo convierte en lugar de encuentro de pintores y artistas. En 1954 el convento vuelve a ser poblado, ahora por monjes benedictinos, y el palacio se ha convertido en un hotel, Para los que quieren terminar su viaje por la historia entre aquellos muros, recomiendo que se acerquen hasta allí a tomar un café.

[tab:el camino]

Se puede acceder por la A-1 o la A-6, tomando los desvíos de la m 604 o M 601 respectivamente.

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Hotel Sheraton Santa María del Paular. Es el antiguo palacio del Paular. Lugar lujoso, tranquilo y lleno de encanto. http://www.sheratonelpaular.com/

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-Sin duda alguna recomendamos el restaurante El Corralón ddel Embalse, en el cercano pueblo de Pinilla del Valle. Un pajar restaurado junto al pantano. Es precioso, romántico y en invierno cuenta con una acogedora chimenea. Comida casera, carnes a la brasa, asados…

http://www.elcorralondelembalserestaurante.com/

[tab:muy recomendable]

-Pasear por los montes cercanos y visitar el Monasterio del Paular. Una delicia para los sentidos.

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