Крюгер: nubosidad variable

По: Рикардо Coarasa (Текст и фото)
Предыдущее изображение
Следующее изображение

Информация заголовка

Информация содержание

El gran parque surafricano era una tarea en lista de espera desde hacía años. Por el camino se sucedieron antes unos cuantos parques africanos en Kenia, Эфиопия, Tanzania y Uganda. Mi mirada ya no era la misma que cuando lo había leído, imaginado y paladeado como se paladean las palabras que tienen alma. Крюгер se había despojado del recuerdo del corpulento líder histórico de los boers y sólo era ya una sabana repleta de vida salvaje, una más, que afrontaba con la misma intensidad de aquel lejano primer Aberdares.

Tres aviones y 25 часов, aterrizábamos en el aeropuerto surafricano de Nelspruit con las articulaciones en recomposición y las ansias de sabana intactas. Kruger estaba a sólo un par de horas en coche y esta vez no esperaba en la terminal ningún guía de una agencia, sino un amigo, lo que convertía ese safari en un auténtico viaje, haciendo honor a su significado en swahili.

El gran parque surafricano era una tarea en lista de espera desde hacía años

Luce el sol y hace mucho calor en nuestros primeros minutos en Sudáfrica. Viajamos seis en el todoterreno. Hay más miradas de expectación que de cansancio. La alegría por el reencuentro alarga los minutos, los deja en suspenso hasta esparcir por el suelo todos sus segundos, que dejan de tener importancia, porque el tiempo en África no necesita de la tiranía de los relojes. Sólo responde al sol y a las sombras de la noche.

La R-40 por la que nos dirigimos a una de la puertas de entrada al parque es una alfombra de asfalto que te guiña un ojo, nada más empezar a recorrerla, con sus arcenes y medianas pintadas. He viajado miles de kilómetros por carreteras africanas y a duras penas superábamos los 50 por hora la mayoría de las veces. Ver ahora la aguja del cuenta kilómetros más allá de los 100 era la constatación de que ЮАР, на самом деле, ничего.

La R-40 es una alfombra de asfalto que te guiña un ojo con sus arcenes y medianas pintadas

Atravesábamos bosques de eucaliptos y plantaciones de banano y naranjos que parecían trazadas a cordel, todo tan cartesiano que te hacía dudar de que, на самом деле, habíamos aterrizado en África si no fuera por los ambulantes que vendían sus pomelos en los arcenes entre radar y radar, poniéndose a salvo de los numerosos camiones que transportan sus mercancías en dirección a Zimbabue.

Tras dejar atrás Numbi Gate, entramos finalmente al parque por Phabeni Gate. Допуск 250 рандов (при 18 евро). La mayoría de los caminos están asfaltados (ahora parece que se baraja levantar el asfalto), una peculiaridad que añade comodidad al safari pero le resta ese sabor de la aventura que se mastica en polvo y tierra. Eso permite, однако, que cualquiera pueda acercarse con su coche a disfrutar del Kruger sin necesidad de tener un todoterreno o dejarse el dinero en una agencia de viajes, lo que democratiza sin duda el acceso a la vida salvaje. Lo que fuera de Sudáfrica es una excepción (el turismo local) aquí es habitual. Siempre me ha alegrado cruzarme en algún safari con un «matatu» repleto de niños africanos de excursión en un parque nacional.

Echo de menos viajar de pie y ese viento que despeina los pensamientos mientras la mirada se pierde en la sabana

No teníamos techo abatible, así que nos conformábamos con observar a los animales desde la ventanilla, repartiéndonos los encuadres y las posiciones de privilegio mientras intercambiábamos risas, bocadillos y bebidas perseguidas por el sol. Aquí no es posible abandonar la pista, como en Мара, y adentrarte por la sabana en busca de los animales, lo que dificulta aún más avistarlos. Но, тем не менее, la sucesión de vida salvaje no desmerece: Жирафы, Носороги, буйвол, Слоны, ñus y hasta una leona solitaria que pronto se pierde entre los arbustos sin darnos tiempo siquiera a rematar la foto.

Echo de menos viajar de pie y ese viento que despeina los pensamientos mientras la mirada se pierde en la sabana. Nunca he podido hacer un safari sentado. Da igual el cansancio, da igual el polvo, da igual el incesante zangoloteo. Hay tanta vida ahí fuera que la comodidad incomoda. No tiene nada que ver con la estética. Los safaris, mejor de pie.

La sobremesa se alarga con cervezas y amarula, el licor local, pese a que a las cinco y cuarto hay que levantarse

Salimos del parque por la Satara Gate. Esta noche dormimos en unos bungalows con nevera y barbacoa en la puerta donde el agua de la ducha sale caliente. La cena es apetitosa y la compañía, inmejorable. La sobremesa se alarga con cervezas y amarula, el licor local, pese a que a las cinco y cuarto de la mañana hay que levantarse para aprovechar esas primeras horas de sol, cuando los animales están más activos y hay más posibilidades de verlos.
La jornada, después de reencontrarnos con una cama casi dos días más tarde, está a la altura de lo esperado, pese a que los felinos nos sean esquivos. El Kruger está tranquilo, sin aglomeraciones de coches, quizá porque es un día laborable. El almuerzo en el Lower Sabie, en una terraza estratégicamente dispuesta en un altozano sobre el río, es abrumador. Decenas de hipos y elefantes pululan por las riberas mientras las hamburguesas y las cervezas van de mesa en mesa.

Para rematar la jornada, Javier -que conoce el parque como pocos- nos deja conducir un rato el todoterreno. No todos los días tienes la oportunidad de conducir por el Kruger, así que no es cuestión de dejarla pasar. Lejos quedan aquellos primeros safaris en los que todo se sometía al catálogo de prohibiciones, a cuál más ridícula, para seguir haciendo rentable el negocio del miedo en África.

No todos los días tienes la oportunidad de conducir un todoterreno por el Kruger

Al final del camino, en un recodo del río junto a Crocodile Gate, una sorpresa, el guiño postrero que todo buen guía, Javier también, se guarda en la chistera. Sobre una colina aparcamos el coche. Es uno de esos sitios donde sabes que puede pasar algo. Y pasa. Un elefante está retozando en el río, enfangando su enorme cuerpo con la satisfacción indisimulada de un niño en la bañera.

En la orilla opuesta, otro elefante se acerca al río con parsimonia. Entra en el agua y se dirige desafiante hacia el otro paquidermo, que ya no es un niño en la bañera, sino un animal dispuesto a defender a colmillazos su territorio. Se miden unos segundos, buscándose con sus colmillos, hasta que se produce el cuerpo a cuerpo en busca de la imprescindible jerarquía en la manada. Había visto escenas similares en la sabana, pero nunca en las aguas de un río. Si advierten nuestra presencia, tenemos que estar preparados para arrancar el coche y alejarnos, avisa Javier. Un elefante es capaz de correr más de lo que nos imaginamos. Le cedo sin rechistar su puesto al volante.

No hay que esperar el día perfecto, es mucho afrontar un safari con el espíritu de la nubosidad variable

Los parques africanos, lo he comprobado, se reservan siempre la posibilidad de sorprenderte hasta el último segundo. Nunca se puede arriar del todo la bandera de la curiosidad, por mucho que el cansancio aceche. Es la nubosidad variable de un safari, capaz de alternar soles radiantes (alguno de los ansiados «big five») con nubarrones que parecen lo oscurecen todo (esos minutos eternos en los que la sabana sólo te ofrece matorrales y acacias sin leopardos). Si afrontamos un safari esperando el día perfecto, probablemente nos sintamos defraudados. Es mucho mejor hacerlo asumiendo el espíritu de la nubosidad variable y dejarnos sorprender por lo que el día nos depare, que suele ser mucho.

Dejamos atrás Kruger con la seguridad de que se merecía más días, y sobre todo más noches y algunas cervezas, pero había que poner rumbo a Lebombo, la frontera con Мозамбик, ese África que sí es África y que aspira, como toda África, a dejar de serlo, a ser Sudáfrica.

  • Поделиться

Написать комментарий