Ruta 66 (III): la culminación de un sueño

Por: Diego Cobo (texto y fotos)
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377 millas ó 606 kilómetros: es la presencia de la ruta en Nuevo Mexico. Si Estados Unidos abarca amplios territorios es por compras a sus vecinos del sur e invasiones. Héroes nacionales, como Henry David Thoreau, se ganaron la cárcel por oponerse a la invasión estadounidense a su vecino del sur, que finalmente cedió más de la mitad de su territorio. Thoreau se negó a pagar impuestos para financiar la guerra que se libraba con México. En La desobediencia civil, Thoreau reflexiona sobre ello.

Conviene hacer una pausa en Santa Fe, la capital del estado. La ciudad, imán de un turismo nacional rico, rezuma aires hispanos coloniales. Las fachadas rojizas contemplan los mercadillos, las tiendas artesanales o el homenaje a los indios: un ambiente palpable en los museos o la catedral. Unos kilómetros hacia el oeste, la capital india de América, Gallup, donde aún se conservan comercios tradicionales indios.

Pero Nuevo México, al igual que Arizona, es una tierra árida, áspera, ocre; la de las películas de indios y vaqueros, peñascos, auténticos escenarios de una película de John Ford, en los que unos indios navajos pueden asomarse al precipicio. Las nubes parecen de algodón y en la lejanía trenes de mercancía kilométricos de deslizan con un traqueteo eterno. Decenas de vagones arrastrados por varias locomotoras se dibujan a lo lejos las tierras yermas que durante cientos de kilómetros el viajero guarda para sí mismo.

Arizona, además de albergar el Gran Cañón (hay que desviarse de la ruta para visitarlo), un inmenso cráter de un meteorito que se estampó allí hace miles de años o un bosque petrificado, es un estado de extremos.
Avanzamos decididos hacia el oeste, con ya unos miles de kilómetros a dos ruedas. El cielo se derrumba a pesar de que el desierto imponga su sentencia. Pero las nubes preñadas han descargado con furia, y nos refugiamos en la nada poco antes de Hoolbrook, donde llegamos empapados. Esta localidad, donde uno puede hacer noche en un tipi, es atravesada por la Ruta 66.

Todo cabe en la Ruta 66. Mitos, leyendas, historias, carreteras, literatura, música, libertad, esperanza, tristeza…

 

Precisamente Arizona es el estado que primero decidió conservar una arteria en su día esplendorosa que cayó en las zarpas del olvido. Para recompensar el esfuerzo de asociaciones por la conservación de la ruta, en 1987 el tramo íntegro de Arizona fue declarado “histórico”. Eso explica que muchas personas concentren su ruta en los últimos cientos de kilómetros, donde la señal de Historic Route 66 se repite cada milla y el mantenimiento de históricos restaurantes y gasolineras las conserven en buen estado, aunque en realidad atrás ha quedado ya lo salvaje, la permanente duda. A partir de aquí la mítica ruta es una atracción turística. Nada que ver con los pueblos fantasmales o los kilómetros en los que no existe apenas civilización.

Buscar la propia historia

Sin embargo, lo que el viajero busca en la Ruta 66 es su propia leyenda. Se dice que cada persona hace su ruta en función de su propio universo. Durante toda la carretera, desde Chicago a Los Angeles, se hallan historias variadas. Desde el matrimonio que monta en su fiera un domingo al grupo de suizos que poco a poco y con un guía, incluso con un coche de apoyo, completan la histórica ruta. Quemar las carreteras de Estados Unidos no es patrimonio único de quienes deseen completar la Mother Road, como la bautizó Steinbeck.

Sin más afán que nuestra propia aventura, llegamos a California, el último estado: algo así como una tierra prometida. Lo fue en los duros años 30 con las migraciones masivas; en los 40 con la próspera industria bélica al calor de la guerra; y en los 50 como símbolo del turismo, donde surgían los parques naturales y el coche se convirtió en un símbolo de libertad. Para sumarle más historia y matices a la ruta, fue en San Francisco donde Jack Kerouac y su generación instalaron su cuartel general: la generación beat hacía de la carretera y de la libertad su modo de vida; de las drogas, el sexo y el jazz sus aficiones. En definitiva, una existencia acelerada que se plasma en una literatura con un estilo muy revolucionado, como poemas donde mantener la respiración es un constante desafío.

Aunque En el camino, biblia beat, narra las aventuras de Kerouac y Cassady, es un manual de libertad para quienes decidan zambullirse en un viaje a través de los Estados Unidos. Los beat fueron el germen de otros movimientos que más tarde se alzarían en contra del establishment en torno a un elemento aglutinador: la guerra de Vietnam. Todo un movimiento contracultural que Theodore Roszak analizó en El nacimiento de una contracultura el mismo año del festival hippie por excelencia, Woodstock, de la película Easy Ryder, y dos años después del Verano del Amor de 1967.

Porque todo cabe en la Ruta 66. Mitos, leyendas, historias, carreteras, literatura, música, libertad, esperanza, tristeza… Es la ruta más amplia, con más vertientes del planeta. De ahí su papel en la historia. En moto, en Chevrolet o en un Ford Mustang, en soledad o en grupo, la ruta es mucho más que una vena que cruza todo un organismo en continua ebullición: es la culminación de un sueño cuyas fronteras se expanden mucho más allá de la imaginación.

Más información: www.alestedeleden.blogspot.com

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Comentarios (3)

  • Ana

    |

    Magnífica aventura muy bien contada. ¡Felicidades!

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  • Gabriel Cañas

    |

    Me ha encantado la ruta. Sabe si se hace en autobús parando en distintos lugares? Estoy buscando información. Hablo de un bus específico para la Ruta 66. Gracias

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  • diego

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    yo juraría que no… no tengo conocimiento de un bus específico. Como se explica en el reportaje, hay tramos que no existe ruta 66 como tal, sino que son autovías. Otras veces, aun siendo ruta 66, nunca te encontrarás a nadie por esa vieja carretera.

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