Ruta VaP (IX): llegamos a la isla sin tiempo

Por: J. Brandoli, texto/ Grupo, fotos
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A las cuatro de la mañana estábamos en la estación de tren de Cuamba. El grupo iba en tren y nosotros llevábamos los coches por una larga carretera de arena. Para mí creo que esto es lo más parecido que haré a correr un rally. Victor y yo íbamos solos, deprisa, disfrutando del camino. Yo llevaba mi cd de música que se repetía invariablemente a todo volumen sin molestarme ni molestar a nadie (básicamente porque allí apenas había nadie al que torturar con mi pésima voz) . Esa sensación genial de conducir como si no hubiera nada más en el mundo gritando canciones que no conoces con onomatopeyas para disimular que sí las conoces. A los lados dejábamos pocas y pequeñas aldeas, las extrañas montañas de roca que jalonan todo el norte y las miradas de algunas personas que nos veían pasar con asombro.

Ven salir y entrar manos que cargan gallinas vivas, carne asada, fruta, cestos de mimbre…

Pero lo importante de este trayecto ocurre en el tren y yo esta vez no podía ir dentro por ir conduciendo uno de los coches. Cuando diseñamos esta ruta el ferrocarril me pareció la mejor experiencia del viaje. ¿Qué vivió el grupo? Vivió el caos de cada parada en la que cientos de personas se acercan hasta la mole de hierro a vender todo lo que se pueda vender de cualquier cosa que se pueda necesitar. Tal cual, en masa, en una escena en la que no sabes dónde fijar los ojos. Todo pasa muy deprisa y muy despacio. Los cientos de vendedores se acercan a las ventanillas de donde se ven salir y entrar manos que cargan gallinas vivas, carne asada, fruta, cestos de mimbre… Pasa la vida africana frente a ti y tú lo contemplas desde un privilegiado palco.

Luego, en el tren se viven las horas de contemplación de un generoso paisaje y se entiende que el mundo por aquí tiene otras reglas cuando te acercas al vagón-bar, con sus viejas sillas y mesas de hierro y alguien con calma explica que es hora de cerrar las ventanas. Se hace sin prisas, con la pausa de lo previsible, con una mano, mientras se lee un libro o se saborea una cerveza. Entonces algunas piedras, lanzadas por personas, golpean los vagones. Se quejan de que el tren ya no para en su aldea y se les acabó el negocio relatado antes. Luego, tras la lluvia de piedras, las ventanas vuelven a bajarse con la misma calma que se subieron y la vida sigue en su lugar, marchando a ninguna parte.

Entonces algunas piedras, lanzadas por personas, golpean los vagones

Así durante más de diez horas en las que el grupo llegó hasta Nampula. Algunos como Irene y Rosa me dijeron que se les había gustado pero hecho pelín largo el trayecto y otros como Txarli y Amaia que volverían a hacerlo. En todo caso creo que todos disfrutaron del viaje por auténtico, por experiencia inigualable.

De Nampula cogimos los coches y nos fuimos a Isla de Mozambique, último destino de la ruta VaP. Era de noche cuando cruzamos el puente que lleva hasta esta preciosa ínsula. Paramos en la puerta del hotel Escondidinho, uno de eso lugares que tienen magia y encanto. Se acabó, habíamos llegado. Miré a Víctor, nos dimos un pequeño abrazo por el agotamiento que después fue más fuerte a solas por la certeza de lo que habíamos hecho. Más de un año antes cogí un coche desde Madrid y me fui a Coimbra a verle y a proponerle esta aventura. Hoy estábamos allí, habíamos conseguido hacer realidad un sueño.

Más de un año antes cogí un coche desde Madrid y me fui a Coimbra a verle y a proponerle esta aventura

Luego llegaron los días de fiesta y relax en la bella, monumental y decadente Isla de Mozambique. Los nueve amigos que nos habíamos convertido tuvimos una primera despedida de Lino y Martín que se marchaban un día antes. Unas langostas y unas decenas de brindis después nos despedíamos de dos amigos (los iré a ver a Galicia si todo sale como llevamos hablando cuando regrese mes y medio a España en enero. Una conferencia será la excusa perfecta para el reencuentro).

El resto nos quedamos un día más y compartimos divertidas y sorprendentes confidencias que quedan en nuestro haber, mientras dejábamos marchar las horas en una isla que parece encerrar el tiempo entre sus derruidos muros. Más bien parece demolerlo. Se respira una profunda paz en este lugar.

Viajé con ocho buenas personas que quisieron compartir un sueño

La mañana del 5 de agosto dejamos al resto del grupo en el aeropuerto de Nampula. Hubo algunas lágrimas una emoción contenida que en mi caso se mezclaba con una terrible sensación física que horas después se complicó mucho y acabó en otra de esas pequeñas aventuras que se viven en esta tierra. Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión. Nos dio pena despedirnos por la sencilla razón de que lo estábamos pasando bien juntos, ya daba igual dónde.

Diré para finalizar que cuando imaginé todo este proyecto no imaginé viajar con ocho personas de la categoría de Víctor Hugo, Amaia, Txarli, Rosa, Irene, Martín, Lino y Mónica, Viajé con ocho buenas personas que quisieron compartir un sueño, yo era sólo uno más, el que escribe este texto, y por tanto soy Javier, la novena parte de este grupo que se cruzó Sudáfrica, Malaui y Mozambique.

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Comentarios (3)

  • martin

    |

    Gracias por el viaje Javier

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  • Rosa

    |

    Un sueño cumplido y un sueño compartido.

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  • Lino

    |

    Repetiré!

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