Shigatse: y por fin… ¡una foto del Dalai Lama!

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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¿Viajamos para estar o para ver? ¿Buscamos destinos en el mapa simplemente para llegar o también para conocer? En cualquier viaje, es inevitable estar en lugares que no ves o ver sitios en los que, pasado el tiempo, parece que nunca has estado. En mi camino hacia las faldas del Everest, Shigatse era un par de noches en la hoja de ruta, un monasterio, el de Tashilumpo, y un fuerte en ruinas custodiado por perros asilvestrados.

No había cruzado medio mundo para estar en Shigatse, la segunda ciudad del Tíbet, pero una vez allí, y mientras esperaba mi ansiada cita con la diosa de las montañas, quería ver y, en la medida de lo posible, intentar comprender. En la era de internet, no hay lugar del mundo del que no tengamos imágenes en apenas unos segundos, pero la mirada del viajero siempre es diferente. Y ahí reside, precisamente, buena parte del aliciente que empuja a viajar a los que todavía no hemos renunciado a seguir los impulsos de la curiosidad.

El Tenzin es un hostal para mochileros situado en pleno barrio tibetano, frente al mercado de artesanía local. Alojarse aquí o decantarse por la zona china es como hacerlo en ciudades distintas. Las grandes avenidas de la moderna Shigatse (Xigatse para Pekín) están surtidas de comercios, internet cafés, supermercados, bancos e incluso de hoteles de relumbrón como el Shigatse, donde dormir cuesta diez veces más que en el Tenzin. Este paraíso del perroflauta está situado en una calle sin asfaltar que por la noche hay que recorrer a tientas, pero su modesto restaurante permite disfrutar de unas magníficas vistas de la antigua fortaleza de Shigatse, ahora sólo unos murallones en ruinas que al ponerse el sol ofrecen un aspecto fantasmagórico. El único inconveniente del restaurante es que no es fácil que te den de comer. Nosotros nos fuimos de Shigatse sin conseguirlo. En una de las intentonas, nos pretextaron que el cocinero se había ido a Lhasa, por lo que todo su menú se resumía en dos palabras: arroz frito. El camarero, acostumbrado a lidiar con la incómoda situación, no tardó demasiado en recomendarnos otro restaurante. El Tenzin hotel prometía ducha caliente de ocho a diez de la noche (todo un lujo asiático) y sus pasillos estaban estratégicamente surtidos de recipientes para escupir las flemas, uno de los deportes preferidos de todo chino que se precie.
Curioseando entre los puestos del bazar tibetano descubro en una tienda una foto del Dalai Lama, la única que veré en todo mi viaje por el país de las nieves. A su lado hay otra instantánea de Mao con el Panchen Lama, la segunda autoridad espiritual del budismo tibetano, cuya residencia, el Tashilumpo, es la principal atracción turística de Shigatse. Todos hemos escuchado historias sobre tibetanos que han terminado en prisión por ser sorprendidos con una fotografía del Dalai Lama. “Se la permiten tener porque también está Mao”, me apunta un comerciante al comprobar mi gesto de sorpresa.

En la era de internet, no hay lugar del mundo del que no tengamos imágenes en apenas unos segundos, pero la mirada del viajero siempre es diferente.

A un lado, un corpulento khampa cuartea con un cuchillo una res muerta ya desollada. Los khampas, originarios del Este del país, tienen acreditada fama de guerreros: ni siquiera Gengis Kan les hizo hincar la rodilla y tanto en la invasión británica de 1904 como en la china de medio siglo después fueron quien más tenazmente defendieron la independencia del Tibet. Su presencia corpulenta y su mirada altiva todavía infunden respeto. Y más con un cuchillo en las manos.

Nos acercamos a la fábrica de alfombras, ahora en manos de una empresa francesa que las exporta a América y Europa. Barrunto una visita turística, aunque si esa era la intención, alguien se ha olvidado de avisar al encargado de nuestra llegada. A pesar de ser domingo, una veintena de mujeres están trabajando. Algunas, con evidentes síntomas de agotamiento, están dormidas sobre los telares, con la cabeza vencida sobre las manos. No es un espectáculo muy edificante y se te quitan las ganas de aflojar 50 dólares por una alfombra que apenas dejará unas migajas a estas mujeres (y eso que Tenzing insiste en que son unas privilegiadas que cobran alrededor de 1.600 yuanes al mes, un sueldazo por estos lares).

Me apetece subir andando hasta el dzong (fortaleza) de Shigatse, que la revolución cultural dejó reducido a escombros. La Lonely Planet previene del peligro que suponen los perros vagabundos que se han enseñoreado del lugar, una presencia muy habitual en cualquier pueblo del Tíbet. Tenzin me disuade con el mismo argumento. Bajar corriendo esa colina con una jauría de perros rabiosos pisándome los talones no entra en mis planes, así que lo dejamos para mejor ocasión.
En el camino del Tashilumpo al barrio tibetano, justo en la esquina de la calle West Qingdao Lu, nos abofetea uno de los olores que me llevo de Shigatse. Los lugareños han convertido un largo muro de hormigón en un urinario al aire libre. A cualquier hora es posible ver a gente aliviando la vejiga junto al paredón. El olor es nauseabundo, hasta el punto de que es necesario cambiarse de acera. Esos 100 metros sin mascarillas (¿pero no nos habían contado que los chinos las llevan para protegerse de la contaminación?) obligan a echar mano del pañuelo.

Ya en el Tenzin Hotel, estrenamos las bolsas para dormir ante la evidente falta de higiene de las sábanas. Es lo más parecido a acostarse en un sarcófago y a media noche, harto de la estúpida claustrofobia, me libero del suplicio a riesgo de ofrecerme como festín a piojos, pulgas y ácaros (la sarna es bastante común en el Tíbet). Llueve a cántaros sobre Shigatse. Hasta la habitación llegan los tormentosos aullidos de los perros.

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Comentarios (3)

  • On the road

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    Creo que nunca estare en el Tibet, pero me enganchan sus historias y las de los Annapurnas que publicaron en VaP. Al menos me hacen plantearme que yo tambien podria estar ahi algun día. Gracias por esa oportunidad de soñar..
    De un fan de la montaña

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  • asier

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    El Tibet que describes esta condenado a desaparecer, para bien o para mal. Si hasta se puede llegar ya en tren hasta Lhasa desde Pekin, una obra de ingenieria de los chinos para quitarse el sombrero, todo hay que decirlo.

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  • Juancho

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    Mucho mejor los piojos que los sarcófagos… Buen hecho, Ricardo… Y bien huido de los perros… A mi me persiguió una jauría en Tailandia y te reconozco que no fue nada divertido…

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