Sopong: ¡A por la “chochona” en las fiestas del pueblo!

Por: Juancho Sánchez (texto y fotos)
Previous Image
Next Image

info heading

info content

Las montañas de Tailandia me han dado dos enormes lecciones. Primera: no debo subestimar mi idiotez, siempre crece. Solo así puede explicarse que haya vivido diez días pelándome de frío en el mismísimo trópico, en uno de los países más visitados del mundo por sus magníficas playas. Y segunda: contratar una excursión a la selva en el sudeste asiático hace tanta falta como pillar un taxi en Gandía para que te lleve a la playa. En Tailandia, si no estás en una ciudad, el verde se te sale por las orejas.

Así que un consejo. Si venís aquí y pagáis por ir a la selva, os están timando. Salvo que lo único que os interese sea subiros a un elefante y que vuestros amigos os hagan una foto para molar a la vuelta. Tampoco hemos querido ir a visitar el pueblo de las mujeres de cuello de jirafa. Nos ha parecido muy circo. De hecho, solo por entrar te cobraban 300 bats, que no son más que seis euros, pero ya el detalle te deja a las claras a qué vas. Podemos vivir sin esa foto.

En lugar de eso, hemos dedicado las mañanas, que por cierto a esa hora el sol sí calienta bastante, a patearnos las poblaciones indígenas de los pueblos cercanos a nuestro alojamiento en Ban Nam Rim. He disfrutado de lo lindo de los bosques de bambú, que es un árbol todoterreno. Lo mismo sirve para construir una cabaña que para montar un andamio de cuarenta metros, o para dar una sombra deliciosa, mantener alimentado un fuego durante horas, diseñar bolsos, sillas, muebles o incluso para comerse deliciosos platos de bambú y setas.

Tengo que confesarlo: he ligado. Uno de los muchachos me ha hecho ojitos, ha seleccionado para mí la mejor parte del pomelo

En uno de los pueblos nos hemos sentado a comer pomelo con los indígenas. Una escena llamativa: las mujeres con la espalda quebrada dándole a la tejedora, y los hombres fumando, bebiendo licor y escuchando insoportable pop tailandés en sus teléfonos móviles.

Tengo que confesarlo: he ligado. Uno de los muchachos me ha hecho ojitos, ha seleccionado para mí la mejor parte del pomelo –el pomelazo, vamos- y luego se me ha sentado poniéndome la pierna encima y me ha puesto bajito al oído una cancioncita melosa… Si no intervienen mis amigos, creo que no me salvo. Para colmo se ha mosqueado al sentirse rechazado y casi se pone violento.
Por fin, después de muchas horas de caminar la montaña, hemos entrado en razón, y nos vamos a la playa. Pero antes, para despedirnos del norte tailandés, hemos pasado el día en las fiestas del pueblo “grande” de la zona, Sopong, que no debe tener más de 3.000 habitantes. Tengo que contároslo, porque ha sido como viajar a la España rural de los ochenta. Un enorme descampado de arena, una noria donde los adolescentes pelan la pava, todo tipo de chucherías, algodones de azúcar y pinchos de carnes que no trataré de definir…

Y, salpicados aquí y allá, los míticos puestos de feria. Vamos, vamos, que me las quitan de las manos, gritan los feriantes, amplificados por altavoces. Los hay que te venden papeletas para la rifa de la muñeca, o de los que te cobran cincuenta céntimos por tirar tres dardos contra unos globos gigantes que el que falle debe ir a San Gabino. El truco es que el premio es un muñeco tan feo y cutre que casi deberían pagarte porque te lo llevaras.

Ha acabado mi gozo en un pozo. El supuesto concurso de belleza ha sido más bien una exhibición de trajes regionales

El plato gordo iba a ser el concurso de belleza en el que participaría, creímos entender, la flor y nata de las mujeres del condado. Me voy a poner las botas, pensé a la tarde, porque no sé si os he contado que aquí el nivel de las mujeres raya, por decirlo suave, a gran altura, casi como la de sus largas piernas. De hecho, salvo dos o tres «zampa-nuddles» rollizas, no hemos visto un gramo de más. Y que conste que hambre, o siquiera escasez, al menos en la Tailandia que yo he visto, ni de coña.

Pero hete aquí que ha acabado mi gozo en un pozo. El supuesto concurso de belleza ha sido más bien una exhibición de trajes regionales. Vamos, que me he quedado sin gozar de las virtudes de las mujeres flores y nata, que llevaban encima más ropas que un buzo. Y, la verdad, como la vocación de modisto no me ha tocado aún, me he ido al otro lado de la feria, donde jóvenes imberbes pero muy cachas se daban unas buenas palizas en combates de lucha tailandesa. No diré que es lo mismo que un concurso de belleza como el que imaginaba, pero no ha estado mal.

He terminado de grabar el documental de la memoria presenciando la final de un deporte que es la primera vez que veía en mi vida –tengo que mirar cómo se llama-. Juegan tres contra tres en una especie de minicampo de voleibol con una pelota pequeñita que no puede tocar el suelo y que pasan por encima de la red a base de tijeretas y cabriolas varias. Joder qué elasticidad y qué coordinación. Ya os digo yo que a estos les pones a entrenar un poco, y son capaces de ganar corriendo al mismísimo keniano Orson. El resto del público, genial. Se daban la vuelta, me miraban como diciendo, qué hace este blanco aquí, ¡y me pegaban unas parrafadas! Y ahí estaba yo, riendo con cara de bobo, agradecido de la cordialidad, pero sin pillar una.

Antes de volver a casa nos hemos tenido que partir de risa viendo el ¿concierto? de cuatro perro-flautas que pasarían por arrítmicos en un recital del gran Javier Brandoli (con perdón). Y encima no llenaban nada el escenario. Por educación nos hemos acercado a preguntar qué hacían destrozando la guitarra y unos improvisados timbales hechos de bidones de agua vacíos. Al parecer, querían conseguir dinero para un hospital infantil. Pobres niños.

Lo dicho, toda una experiencia esto de ir a la feria, aunque nos hayamos vuelto sin chochona y sin ver a miss Sopong.

Y repito, para daros envidia: me voy al mar a bañarme. Desde allí os cuento

  • Share

Comentarios (4)

  • Oscar

    |

    Jugador pequeñito!! Confieso que me he reido mucho con tu carrera y tu visita a la feria, si además has roto un corazón!! El viajar te transforma.. je je. Muchos recuerdos, se te echa de menos.

    Contestar

  • Maribel

    |

    Con tu forma de contar las cosas consigues que nos transportemos a ese lugar contigo. ¡Ójala! jajaja. Gracias por compartirlo con nosotros. No dejes de hacerlo ehhh

    Contestar

  • Miguel A.

    |

    Me has hecho recordar con cierta nostalgia esas verbenas. Me he imaginado ganar el perrito piloto y hasta en los coches de choques. Leyendo estas cosas te das cuenta de que por ahí hay un mundo distinto, más real que el que vemos como turistas. Gracias.

    Contestar

  • Juancho

    |

    Joder, que tres craks os habeis juntao en estos comentarios… Un abrazo enorme, Oscar, maribel y miguel!!! Perucha, me acuerdo siempre de la historia del super, el andres, tu hermano y tu llegando trompas a no sé que sitio ¿Navaluenga? y las mujres viendoos desde la puerta tronchadas de risa cómo intentabais escalar un camino de tierra y venga a caeros pa atrás!!! Maribel, tu cuándo te animas a seguir los pasos que dan a la puerta de salida??? Y a ti, Charneco, qué ganas tengo de volver a pillarte y enseñarte quién es el verdadero número 1. 😉 Abrazooooos

    Contestar

Escribe un comentario