Sulawesi: morir en Tana Toraja

Por: Álvaro López (texto y fotos)
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El día 63 del viaje nos tenía reservadas grandes vivencias. Asentarse en la isla de Sulawesi (también llamada isla de Célebes) no es especialmente fácil. Si llegas en vuelo de tarde, es muy posible que te veas obligado a pernoctar en la anodina ciudad de Makassar (capital de Célebes meridional), pero tuvimos suerte y pudimos coger un autobús nocturno que nos dejó, al amanecer del día siguiente, en la región de Tana Toraja. Por si uno llega dormido, los primeros «tongkonans» te confirman que estás en el sitio correcto, el que llevas meses leyendo en la guía y soñando con alcanzar.

Los transportes en la isla de Sulawesi no son fáciles ni cortos. Es la undécima isla más grande del mundo, pero es su particular forma de “k” y el estado de sus carreteras lo que complica las cosas al visitante.

Si uno llega dormido a Sulawesi, los primeros «tongkonans» te confirman que estás en el sitio correcto

Llegar a Tana Toraja y fascinarse con su cultura es la misma cosa. No sólo los célebres funerales de los toraja son motivo para acercarse a esta isla indonesia; también sus paisajes de arrozales, sus verdes praderas y sus horizontes montañosos justifican el viaje. Y queda consuelo para el que suspira por encontrar magníficas playas, aunque tendrá que dirigirse al norte.

Los toraja son una pequeña comunidad cristiana en el país con más musulmanes del mundo. Esta comunidad, plagada de creencias y ritos ancestrales, perdió en la época de las indias orientales neerlandesas muchos de esos rituales, pero pudieron conservar los relativos a las celebraciones funerarias. Tuvimos la suerte de poder asistir a uno de ellos. Y desde luego que nunca lo olvidaremos.

Los funerales de los toraja duran días, semanas o incluso meses, y se pueden repetir varias veces tras la muerte

Los funerales de los toraja duran días, semanas o incluso meses, y se pueden repetir varias veces tras la muerte, generalmente en los meses secos de verano. Las clases más pudientes tienen posibilidad de hacerlos más largos y ostentosos, pero todos transforman la muerte en una verdadera celebración a la que los occidentales asistimos con asombro y admiramos en silencio.

En estas “fiestas mortuorias” reinan la alegría, los cantos y las luchas de búfalos. Su posterior sacrificio asegura el descanso eterno del fallecido y el viaje de vuelta de su alma al cielo. Tras la muerte, el cuerpo del muerto se cubre de ropajes o vendas y se guarda en los tradicionales «tongkonans» hasta el enterramiento final, que varios días después se suele practicar en rocas o cuevas de piedra.

En estas “fiestas mortuorias” reinan la alegría, los cantos y las luchas de búfalos, sacrificados para aseguras el descanso eterno del fallecido

Comenzamos recorriendo el mercado del norte de la pequeña ciudad de Rantepao, llamado Pasar Bolu. Allí, aparte de disfrutar de los encantos de los mercados indonesios, pudimos comprobar los elevadísimos precios de los animales que se vendían. Buceamos en los orígenes de los reyes del mercado, los búfalos. Estos animales son señal de riqueza y los familiares de los fallecidos buscan el más idóneo para dar sentido a la muerte. Suelen proceder de las islas de Borneo, Java o la más lejana Sumatra, aunque también los hay del norte de la misma Sulawesi. Los búfalos albinos son los más valiosos, pudiendo duplicar o triplicar el precio de un búfalo corriente de agua. Los cerdos también eran mercancía común en el Pasar Bolu. Metidos en bolsas o bien expuestos y atados en plataformas de bambú, se vendían por un valor más asequible.

Después nos dirigimos al sur para asistir a un funeral cerca de la localidad de Makale. En aquel funeral, el muerto sólo lo estaba desde hacía una semana y era el segundo día de celebración.

Los gritos de los agonizantes cerdos se ahogaban con las músicas de los «mabadongs», sus cantos y danzas tradicionales

Unos 25 ó 30 cerdos y no menos de cinco búfalos yacían en el epicentro de la fiesta. Otros tantos estaban siendo ya preparados para dar de comer a los invitados. Aperitivos, comida, bebida, te, de nuevo bebida, comida… Todo el mundo era bienvenido allí y los familiares y ayudantes desfilaban con cuanta comida, bebida y tabaco fuera necesario para agradecer la visita a los invitados. Los gritos de los agonizantes cerdos se ahogaban con las músicas de los «mabadongs» (cantos y danzas tradicionales interpretadas por hombres), componiendo una sinfonía que nuestra mente no terminaba de entender pero sí alcanzaba a disfrutar. Y mientras tanto allí, desde lo alto de una estructura, el cuerpo del fallecido vigilando su festejo. Físicamente metido en su ataúd pero con el alma caminando al cielo como ellos querían.

Apenas un par de metros más allá, la voz de un «speaker» salía a todo volumen por unos altavoces como si de una verbena de pueblo se tratara. El locutor gritaba nombres de invitados, su procedencia, obsequios que habían traído a la familia… Junto a él, en otra de las estructuras que la familia ha de construir para la fiesta, varias personas cortaban la carne de los animales ya sacrificados. Bajo la finca, otros ayudantes chamuscaban la piel de los cerdos y preparaban la comida con la carne de cerdos y búfalos. Allí nos ofrecieron “balok”, un fuerte vino de palma que probamos directamente en ramas de bambú.

Desde lo alto de una estructura, el cuerpo del fallecido vigilaba su festejo mientras su alma caminaba ya al cielo

Volvimos arriba a seguir presenciando la celebración. Por aquel momento, la mente ya había decidido guardar este día en ese rincón que nunca se oscurece del todo, como cuando se pasea junto al Ganges por Benarés o se disfruta de la infinita soledad de los cementerios Rapa Nui en la Isla de Pascua.

Hablamos con un guía local que apagó nuestra sed de preguntas. Nos interesamos acerca de la fortuna de aquella familia que, a tenor de lo visto, se intuía grande. La respuesta sonriente de los locales: “No, hijo, aquí en Tana Toraja nos pasamos la vida trabajando para pagar nuestros funerales. Es nuestro gran día”.

“En Tana Toraja nos pasamos la vida trabajando para pagar nuestros funerales. Es nuestro gran día”, confesa un local

Tras media jornada allí, seguimos explorando la zona. La plaza e iglesia de Makale bien merecen una visita. Los caminos de un pueblo a otro son sencillamente extraordinarios, donde se alternan una arquitectura tradicional insólita con unos paisajes de arrozales adorables. Los «tongkonans» son las casas tradicionales de la región. Los tejados alcanzan una altura realmente impresionante y tienen forma de barco (de silla de montar a caballo para otros). Los primeros sostienen su teoría afirmando que recuerdan la manera en que los toraja llegaron a la isla. Su construcción lleva años y mucho dinero; es por eso que suele construirse entre varias familias. Su decoración, a pesar de su tamaño, es muy minuciosa. Bajo los techos, la madera tallada dibujando motivos religiosos se extiende hasta los pilares. No faltan los cuernos de búfalo por todos lados, animal decisivo para esta comunidad, tanto en vida como en el más allá. Los tongkonans son, en definitiva, el centro de la vida social de los toraja y, desde luego, la imagen más reconocible de su cultura.

Encontramos cuevas y rocas donde los toraja hacen sus enterramientos definitivos, donde los familiares vuelven cada verano para adecentar a sus muertos

Con un guía local encontramos cuevas y rocas donde los toraja hacen sus enterramientos definitivos. En ellos indistintamente hay huesos, calaveras decoradas, pequeños tongkonans como féretros y hasta balcones incrustados en roca donde se entierra a la realeza. Es costumbre para los toraja volver cada verano a los nichos y adecentar a sus muertos, decorarlos si es necesario y, por qué no, dejarles un cigarro metido en la boca. También nos contaron que los niños que mueren antes de sacar sus primeros dientes son devueltos a la naturaleza siendo “enterrados” en árboles. Desde luego, la muerte en esta parte del mundo se nos presenta en la más hermosa de sus versiones.

Seguimos camino por Ketekesu, Lokomata, Batutumonga… Son pueblos de cuento, seguramente los más bonitos de cuantos vimos. Pero hay un lugar por encima de todos: el mirador de Tinimbayo. Una sola casa. Un solo bar en lo alto. La morada de los sueños de todo viajero, donde Sulawesi se abre a tus pies y tu mente sueña con el siguiente destino.

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Comentarios (2)

  • Lauren

    |

    Excelente artículo, muy bien redactado y las fotos muy representativas.

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  • Adolfo

    |

    Excelente relato, con tu narración has conseguido que sintiese que os estaba acompañando en vuestro viaje.

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