El viaje por Etiopía en moto estaba siendo todo lo contrario de lo que yo me había imaginado. En vez de encontrar el desierto, los campos de refugiados, los niños con las tripitas hinchadas por el hambre y mucha pobreza, me encontré en un país de altas montañas y verde.
Lo que vi me dio mucho miedo, vi un sapo gigante que salió de un salto. Yo también, en calzones me subí al caballo y salí de ahí, no dejé de espolear hasta que llegué a mi casa. Mi mujer estaba horrorizada, no me reconocía de lo avejentado que estaba.
Tarija, una región del sur oeste de Bolivia, llamada la “Andalucía Boliviana”, una tierra de flores, viñedos, palmeras, sauces y con un río enorme que se llama Guadalquivir, no ha dejado de sorprenderme ni en el momento de marcharme.
En una larga recta repleta de gruesa grava diviso dos sombras a lo lejos. Son dos caminantes. Cuando estoy muy cerca de ellos me dicen algo (...) En un inglés perfecto uno de ellos, el más joven, se dirige a mí para preguntarme si en esta carretera he visto a un hombre sin zapatos. Por Miquel Silvestre.
Freno, me doy la vuelta y veo que su moto está en el suelo. No hay movimiento. No se levanta. No me hace señas. Me asusto de verás, vuelvo grupas y acelero. Voy gritando su nombre por si me puede escuchar. Por Miquel Silvestre.