Hace unos pocos años, todavía con el ánimo y la psiquis trastocados por los restos de una puñetera malaria que había contraído en Brasil dos años antes, decidí embarcarme en un viaje hacia los desiertos costeros del sur marroquí, las riberas atlánticas que se extienden desde Agadir hasta Tarfaya, el antiguo Cabo Juby, en donde hacía escala, en sus vuelos nocturnos, la avioneta-correo de aquel piloto y escritor que fue Antonie de Saint-Exupéry.