Un viaje a la Samarcanda de Ruy G. de Clavijo

Por: Miquel Silvestre (texto y fotos)
Previous Image
Next Image

info heading

info content

Entré en Samarcanda de noche. Apenas adiviné sino sombras. Cené las delicias locales: pan ácimo sin levadura, shaslik o pincho moruno de cordero, y hectolitros de te verde. Me alojé en el modesto hostal Bahodir por diez dólares. Duermo debajo de la frondosa parra del patio y al despertar salgo a pasear. La magnificencia de las construcciones me admira. Por algo es una ciudad mítica. Doy una vuelta por el Registán, plazoleta situada delante de la Gran Mezquita, de una belleza espectacular y tranquila. Apenas un par de trotamundos franceses y algunos corruptos policías que venden a 10 euros su permiso para subir al minarete.

Me aborda un joven. Habla un correcto inglés. Estudia idiomas en la universidad. En verano trabaja como guía turístico. Le digo que sólo me interesa algo muy concreto, un fantasma. “De acuerdo”, acepta el reto. “Busco las huellas de un embajador español que vino aquí en el siglo XV” suelto. “Busco el espectro de González de Clavijo.”

EL FANTASMA

Uzbekistán es un país aislado y desconocido. Una nación sin historia que nunca existió. Desde que plantó aquí sus reales Alejandro Magno hasta que llegaron los rusos en el XIX, no se puede decir que existiera algo llamado Uzbekistán aunque ahora pretendan emparentarlo con el mítico Reino de Timor el Grande. Fue Stalin quien dibujó líneas fronterizas en Asia Central y al incoherente resultado le adjudicó el pomposo título de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Y así, incluidas en la USSR, permanecieron semi escondidas Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Kirguizistán. Hasta que el castillo de naipes comunista implosionó en 1991 y las artificiales repúblicas tuvieron que hacerse cargo a toda prisa de algo que desconocían: un estado.

Pero Uzbekistán a pesar de esta lejos forma parte de nuestra Ruta de los Exploradores Olvidados. En 1403, Rui González de Clavijo fue enviado a Asia Central por Enrique III, rey de Castilla. Su objetivo era lograr una alianza con Tamorlán para luchar contra los turcos. Pasó por Rodas y Constantinopla (actual Estambul) antes de entrar en el Mar Negro y desembarcar en Trebisonda (Trabzon); desde ahí continuaría por tierra atravesando Irán, Irák hasta llegar a Samarcanda en un viaje que aún hoy intimida por su dureza y riesgo. Cuando apareció tan inesperado viajero en su corte, Timor lo recibió con agasajo y pompa.

En el muro hay una placa con el nombre de Rui Gonsales de Klavixo. Así que era cierto después de todo

Al chaval se le iluminan los ojos.  “Sí que hay algo”, afirma. “Una calle”. “Bien”, digo, “Vamos y me la enseñas”. Comenzamos a caminar bajo un sol implacable y llegamos cerca del mausoleo de Gur Emir. No veo nada. El joven duda. Dice que la zona ha cambiado. Empiezo a pensar que está intentando timarme. Llegamos hasta una pared que separa el monumento funerario de una pequeña barriada. Ahí está, en un callejón de no más de treinta metros. En el muro hay una placa con el nombre de Rui Gonsales de Klavixo. Así que era cierto después de todo. Algo en Samarcanda recuerda todavía que hace  más de quinientos años vino por aquí un español.

Tras la muerte de Timor, comenzó un periodo de inestabilidad mientras los herederos se repartían el imperio. La embajada fue un fracaso diplomático. Sin embargo, el éxito fue el propio viaje. Rui González de Clavijo logró llegar hasta aquí, regresar y contarlo. Tamaña gesta le sobreviviría. Su libro, Embajada a Tamorlán, es todavía hoy un gran relato de aventuras y desde luego, un insuperable hito de la literatura medieval.

  • Share

Comentarios (1)

Escribe un comentario